Ser Padres

Mamá, ¡no me beses delante de mis amigos!

A esta edad al niño no le gusta que sus amigos y compañeros piensen que los padres le tratan como a un bebé.

Ser Padres

Raúl tiene casi 10 años y hace ya tiempo que realiza solo el trayecto a pie que separa su casa de la parada del autobús escolar. Pero ese día mamá va con él porque la pilla de camino y encuentra de lo más natural quedarse allí para acompañar a su hijo en la espera. «Vete, mamá», dice Raúl por tres veces en los cinco minutos que tarda en llegar el autobús; pero ella insiste en quedarse.

Los achuchones, mejor en privado

Se divisa el autobús. Raúl hace un titánico esfuerzo por desprenderse de mamá, pero ella le sigue, pone un pie en la escalerilla del vehículo y, adentrando medio cuerpo, estampa en la cara de su hijo dos sonoros besos y le dice que no deje de comerse el bocadillo. Se da cuenta, sorprendida, de cómo el niño enrojece y después casi se cae de un tropezón al dirigirse nervioso a su asiento. «Qué tonto, le da vergüenza», dice mamá al conductor, que responde con una sonrisa de comprensión. «¡Pero si es tu madre, chico!», dice el hombre volviéndose un poco, entre guasón y paternal. Raúl se hunde en su asiento, con ganas de que se le trague la tierra.

¿Es Raúl un chico raro? ¿Un vergonzoso patológico? ¿Un chaval arisco y despegado? Desde luego, esto último no. Precisamente a su mamá le sorprendió la escena porque Raúl es un niño cariñoso, que acepta en casa con agrado sus caricias, y al que todavía le gusta recibir el beso de buenas noches antes de dormirse. Pero tampoco es ni un vergonzoso patológico ni un raro, aunque desde luego pueda haber otros chicos que se habrían tomado la misma situación con mayor naturalidad.

Expresar y recibir cariño es muy fácil con los niños muy pequeños. Nuestra relación con ellos es, las más de las veces, una especie de idilio. Aunque desde luego tengan sus momentos y no siempre estén para fiestas, en general aceptan y devuelven de buen grado mimos y cariciasPero a partir de los siete años el panorama cambia poco a poco. Chicos y chicas cobran cada vez más autonomía y libertad de movimiento y ya no nos necesitan para casi todo. Ahora se valen por sí mismos para muchas cosas, empiezan a desarrollar aficiones y hasta opiniones propias. Pasan buena parte del tiempo lejos de nosotros, absortos en sus actividades escolares, y parte de sus intereses se dirigen hacia el mundo exterior, hacia afuera de la familia.

Sus amigos son ahora muy importantes

Las relaciones con sus iguales, es decir, los amigos y compañeros, cobran cada vez más importancia y marcan esta etapa. De hecho era la presencia de sus colegas lo que apuraba a Raúl. Él ya es parte de una sociedad formada por los chicos de su edad y no le gusta que piensen que aún le tratan como a un bebé. Por eso le avergüenza que mamá le achuche delante de ellos.

Es necesario entenderlo. Viven en el mundillo de las primeras pandillas, en las que ensayan esbozos de organización social, sin la intervención de las personas mayores. Empiezan a experimentar el espíritu de equipo, la cooperación, la competición, el liderazgo. Prueban modos de relacionarse con los otros que serán valiosos ensayos y aprendizajes para su vida social adulta. Cada cual aprende a encontrar su lugar y se labra a pulso su prestigio. Y como ya tienen unos años, se sienten en un plano superior al de sus hermanos menores y al de los niños que, en su escuela, ocupan las aulas de los pequeños. Ellos mismos, recordando años anteriores, dicen con suficiencia eso de cuando yo era pequeño...
Y en mitad de todo esto, ¡zas!, aparece mamá y estampa dos sonoros besos delante de toda la concurrencia.

–¡Como si yo fuera un niño de preescolar!, dirá alguno.
–¡Con lo que me ha costado ganarme esta fama de tipo duro!, pensará otro.
–¡Después de todo el esfuerzo para que Luis y Pablo no me consideren un niño pequeño y me dejen ir con ellos..., alegará un tercero.

¿Por qué les molesta más que lo haga mamá?

Al presentar estas situaciones, todo el tiempo hablamos de chicos varones y de mamá. A esta edad tanto los chicos como las chicas están entregados a un proceso de intensa identificación con su sexo. A ellos les toca asumir las características del suyo, exagerándolas incluso, y ya sabemos que en el estereotipo tradicional masculino no está precisamente la expresión en público de la ternura. Cierto que estos pudores machistas están quedándose algo rancios y van cambiando poco a poco; pero ya hemos dicho que a esta edad exageran.


Precisamente mamá es la persona que más les recuerda cuando eran pequeños, ahora que cada año cumplido lo valoran como una valiosa conquista. No les gusta que sus amigos puedan verlos como chiquitines, y menos aún como «niños de su mamá». Estos pudores pueden sentirlos no sólo ante sus compañeros, sino que también pueden avergonzarse si mamá les da achuchones delante de otros adultos. «Ya no soy un niño», protestan en su interior.

A los padres les toca ser comprensivos. Se equivocarían de medio a medio si lo tomasen como muestra de que sus hijos ya no los quieren o no los necesitan. En realidad, aún disfrutan más dentro del grupo familiar, ya sea jugando o haciendo un recado. Aunque tengan amigos y hasta confidentes, los padres siguen siendo lo más importante. A partir de los ocho años profundizan en el trato con sus camaradas y están igual de cómodos con los scouts que con la pandilla de su barrio o con su grupo de clase; pero a poco que nos lo propongamos, siguen estando a gusto con nosotros. A los nueve o los diez quizás prefieran ya un domingo con los amigos que con la familia, pero no nos extrañemos si aún no pueden dormirse sin el beso de mamá. Ellos mismos no saben muy bien cómo desean que los tratemos; no quieren ya ser niños, pero aún no son mayores.

Los besos y achuchones no son el único modo que tenemos de demostrarles nuestro cariño. Puesto que ellos lo desean, démosles un trato algo más adulto. A esta edad muestran ya criterios y aficiones propios y nos sorprenden a veces con sus palabras medidas y juiciosas. Son pequeños personajes que empiezan a tener su visión del mundo. Si insistimos en tratarlos como a niños pequeños, posiblemente se sientan tomados a broma y renuncien a hacernos sus confidencias, guardándolas para sus compañeros. Nos perderemos con ello valiosas informaciones sobre cómo piensan y cómo ven las cosas, y nuestra comunicación con ellos puede resultar empobrecida.

El mejor modo de mostrarles nuestra atención y cariño será sobre todo dedicarles tiempo, compartir sus aficiones, charlar y pasear con ellos, sacudirnos la pereza para llevarlos a ver museo, a algún espectáculo... por supuesto, sin olvidar que también necesitan hacer su vida y estar con sus amigos. Pero hemos de sacar tiempo y no aflojar el cultivo de su cariño y compañía.


Si no descuidamos la relación con nuestros hijos, habremos creado vínculos más sólidos para resistir los embates que han de venir después, con la adolescencia, y prevenir la incomunicación. Estos años son preciosos, pasan rápido y no vuelven.

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