Ser Padres

Así lograrás que ayuden en casa

A esta edad ya pueden ocuparse de ciertos quehaceres domésticos y contribuir al bienestar familiar.

Ser Padres

Llegamos a casa y lo primero que encontramos son sus zapatos llenos de barro en el hall, el chubasquero tirado en el sofá del salón y el plato de la merienda a medio terminar sobre la mesa. ¿Tan ocupado está con los deberes que no ha tenido tiempo de guardar los zapatos, colgar el abrigo y llevar su plato a la cocina? Pues no, nos lo encontramos sentado frente al televisor.

Aquí vivimos todos y todos ayudamos

¿Sirve de algo sermonear a nuestros hijos por su desidia? ¿Cómo hacerles ver de una vez por todas que ellos también pueden, y deben, echar una mano en casa? Es evidente que no podemos convertirnos en su sombra y recoger el rastro de objetos que van dejando a su paso. Aun contando con ayuda en casa, es bueno que los niños se acostumbren a asumir pequeñas responsabilidades domésticas. Tampoco vale esperar a que sean mayores y se den cuenta de lo desagradable que es estar siempre pendiente de las cosas que los demás abandonan por ahí.Y no se es mejor madre o padre por no dejarles recoger ni un alfiler («¡Pobrecitos, con todo lo que tienen que estudiar!»).

Las tareas escolares son una ocupación primordial en la vida de un niño. Y no lo es menos jugar, disponer a diario de un tiempo de ocio o disfrutar de vez en cuando del placer de mirar las musarañas. Pero también es importante que contribuya, en la medida de sus posibilidades, a mantener el orden de la casa.

A ser solidario no se aprende en un día

Si a todos nos gusta disfrutar de un hogar acogedor, de una camisa limpia y planchada tras la ducha, es justo también mostrarse solidario con mamá y papá, o con los hermanos mayores, y ayudar en esas pequeñas tareas cotidianas.
A los cuatro o cinco años, o incluso antes, a todos los críos les encanta sentirse útiles. Enseguida se prestan a poner los cubiertos en la mesa, alcanzar las pinzas al tender la ropa o guardarla en su sitio cuando ya está planchada. Si bien es verdad que acabaríamos antes si ellos no estuvieran por medio, hay que valorar su buena disposición, no escatimar elogios y derrochar tiempo y paciencia para enseñarles a colaborar de forma eficaz. Seríamos muy injustos si, en esa primera fase, infravaloráramos su granito de arena y, unos años más tarde, les exigiéramos precisamente esas pequeñas ayudas que en su día no apreciamos.

Hacia los siete u ocho años ya se puede establecer una rutina de tareas que impliquen a toda la familia. En torno a los siete, ya están preparados para responsabilizarse de mantener recogido su cuarto (juguetes, cuentos, pinturas...), cuidar de su ropa y sus pertenencias (paraguas, cartera, libros, etc.), regar las plantas, coger recados por teléfono, quitar y poner la mesa... Más adelante, a los ocho o nueve años, pueden hacer su cama durante los fines de semana (aunque sea a la francesa), ayudarnos a preparar la comida (lavar la ensalada, machacar el ajo y el perejil, mezclar las hierbas aromáticas...), colocar los cacharros en el lavavajillas o fregar las tazas del desayuno, limpiar el polvo, comprar el pan, el periódico o los bollos para desayunar los domingos; vaciar la lavadora, doblar las prendas secas que no necesitan plancha, emparejar los calcetines, etc.

¿Qué momento es el más adecuado?

Estará en función de la dinámica familiar. Si hay un bebé en casa, por ejemplo, los padres agradecerán especialmente que el mayor ponga la mesa para la cena mientras ellos acuestan al benjamín.

En cualquier caso, no se trata de exigirles un montón de labores (aún son niños), sino de asignarles ocupaciones compatibles con sus capacidades, su tiempo de estudio, juego y descanso. Y debemos ser comprensivos: si están cansados o tienen que preparar un examen, es normal que ese día se les olviden sus obligaciones caseras. Lo importante no es que hagan un montón de cosas, sino que asuman la responsabilidad de ocuparse de unas pocas, y las afronten con agrado. La forma mejor de conseguirlo es reconocer su esfuerzo (con palabras, mimos) y hacerles sentir que su aportación, por pequeña que sea, contribuye al bienestar de toda la familia.

«Es que mis amigos no hacen nada en casa, y yo...». Ese argumento no nos vale: «¿A que ellos no saben aliñar la ensalada tan bien como tú?; pues a ti te sale fenomenal». Colaborar en casa implica aprender a resolver problemas cotidianos (en qué número del tostador salen unas tostadas deliciosas, cuántos minutos necesita un huevo pasado por agua, cómo se descongela el pan en el microondas...) y les ayuda también a sentirse independientes y seguros de sus habilidades.

Somos un equipo, y de los buenos

Ante todo, hay que dejarles claro que, del mismo modo que somos un equipo para ir de excursión al campo o a merendar a la heladería del barrio, también hemos de serlo para mantener la casa limpia, y acogedora. Quizá sus amigos tampoco se lo pasen tan bien compartiendo esos momentos con sus papás.
¿Y qué hacer cuando surjan las típicas peleas entre hermanos («Yo lo hice ayer; hoy te toca a ti»; Pues yo lo hice antes de ayer, ¡para que te enteres!»; «¡Mentira!, porque yo...»)? A Carmen, madre de dos chavales de ocho y diez años, harta de trifulcas, se le ocurrió un truco muy efectivo. Pidió a sus hijos que, de mutuo acuerdo, concedieran una puntuación a las posibles tareas semanales (poner la mesa: 5 puntos; quitarla: 7, etc.). Así, podían intercambiarlas equitativamente y la disputa se saldaba al comprobar quién de los dos tenía menos puntos en su haber.

¿Hay que pagarles por su colaboración?

Es bueno mostrar nuestra admiración por su ayuda con algún comentario casual, en privado y, sobre todo, en público; pero a veces es difícil hacerles comprender que deben responsabilizarse de algo que hasta entonces habíamos hecho nosotros, y las prisas nos llevan a prometer un regalo o una gratificación. El mensaje que recibirían no es muy recomendable. Nuestro hijo tardaría poco en exigir un pago a cambio de su ayuda, y esa actitud le impediría entender que su esfuerzo forma parte de sus responsabilidades como miembro de la familia. El premio a su dedicación ha de ser siempre la satisfacción del trabajo bien hecho, aunque eso no quita que tras una semana de trabajo en equipo nos vayamos todos a celebrarlo en su restaurante favorito. Es un premio, sí, pero para todo el equipo, nunca para él solo.

tracking