Ser Padres

Quiere un perro, ¿aceptamos?

Estimula el aprendizaje y al memoria y tiene beneficios para la salud del niño, pero también implica responsabilidades.

Marta Moreno

Pablo, un niño tímido de siete años con dificultad para relacionarse con otros pequeños de su edad, cambió completamente su actitud cuando sus padres le regalaron un perro. Su madre, a la salida del colegio, iba a buscarle con Tipi, una graciosa perra de seis meses con la que el pequeño estableció un estupendo contacto. Al poco tiempo, la mascota se convirtió en el foco de atención de sus compañeros de clase.

Pablo empezó a sentirse orgulloso de poseer la famosa Tipi y, a los pocos meses, era un niño mucho más seguro de sí mismo. Se sentía útil al cuidar de su animal e importante por ser su dueño. Sus miedos disminuyeron y se hizo más sociable. Poco a poco, dejó de ser el niño solitario que se quedaba siempre en un rincón durante el recreo.

El perro es un ser que acepta y quiere al niño tal cual es, sin prejuicios previos y sin las exigencias que a veces imponen los adultos. Se trata de un compañero con el que se pueden compartir penas y alegrías, y que ayuda a descargarse emocionalmente. "Los animales", dice Carla, de nueve años, que tiene perro desde hace dos, "son los únicos que saben guardar secretos".

Estimula el aprendizaje y la memoria

Son conocidos los excelentes resultados obtenidos en las granjas-escuela con la incorporación de animales dentro del programa educativo. Los padres también pueden estimular en el hogar el proceso de aprendizaje de sus hijos integrando una mascota. Por ejemplo, una clase de matemáticas puede ser más atractiva ordenando y calculando la comida que necesita el perro a lo largo de un mes.

Lo mismo puede ocurrir con el lenguaje si el niño anota observaciones, ideas y descubrimientos en un diario dedicado a su perro. De este modo, se mantiene su atención y se desarrolla la memoria.

Por otro lado, la presencia de un animal en casa contribuye al conocimiento de la sexualidad y ciclos de la vida (nacimiento, crianza, reproducción, desarrollo y muerte). Además, el efecto relajante que puede ejercer un perro sobre los críos repercute en un mayor rendimiento del trabajo intelectual.

Beneficia la salud

Laura, de diez años, es hija única, no contaba con primos para jugar y sus padres trabajan todo el día. Desde que le regalaron un cachorro, su vida ha empezado a ser más alegre y divertida. Sus tardes están muy ocupadas con la higiene y alimentación de su perro, puede dar paseos por la urbanización y ha conocido algunos niños de la vecindad con los que ahora se entretiene antes de volver a casa.

Pero no todos son beneficios psíquicos. El dinamismo del perro invita al ejercicio físico y los juegos al aire libre, favoreciendo una vida más sana. Los pequeños que cuentan con un animal de compañía suelen superar mejor las enfermedades y ser menos propensos a sentir miedos y angustias. La fidelidad y el afecto incondicional del perro les proporciona seguridad y un mejor estado general.

Eso sí, el animal debe estar sano y bien educado para que su integración en el hogar sea así de beneficiosa. Los padres han de orientar y ayudar a sus hijos en este aspecto, y establecer una serie de normas básicas.

El niño deberá aprender que la educación de un animal se basa en el premio y el castigo. Premiará al perro con caricias y un tono de voz adecuado y le castigará diciendo "no", pero nunca pegándole. Las órdenes en general que se le den deberán ser claras, precisas, empleando paciencia y constancia.

El entrenamiento del aseo del cachorro es también un proceso importante a la hora de convivir con él. Cuando esté vacunado, se le puede sacar a la calle a hacer sus necesidades. Hay que enseñar al niño a llevarlo a sitios acotados para ello o bien a recoger los excrementos en una bolsa. Y no olvidar que un perro es un ser sensible y afectuoso que sufre si no lo tratan bien.

Con cuidado...

Poseer una mascota implica adquirir ciertas responsabilidades. El niño debe tener en cuenta que el animal no es un juguete, sino un ser vivo que se alegra si se le quiere y atiende. Por lo tanto, el dueño habrá de asearle, cepillarle, darle de comer, lavar su plato y bajarle a la calle –solo o acompañado, según la edad– para que pasee y haga sus necesidades. Es aconsejable también que el pequeño vaya con sus padres cuando lo lleven al veterinario.

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