A mi hijo le encanta coleccionar
Coleccionan chapas, pelotas, pins, gorras, cromos y pegatinas tridimensionales... Son como hormiguitas a la búsqueda y custodia de los más insólitos tesoros.
Alrededor de los siete años suele estallar la fiebre del coleccionismo: postales, cartas, minerales, fósiles (o simples pedruscos), canicas, pins, pegatinas, coches miniatura, recortables, cromos, chapas, maquetas de aviones o barcos... La lista de lo que se les ocurre recopilar (y que las casas comerciales ponen a la venta con tal fin) es interminable. Se trata de un súbito interés por juntar, ordenar, clasificar, intercambiar con los amigos... Y, de repente un día, todo hay que decirlo, el desinterés y el olvido.
¿Quién no ha pasado por esta afición?
Nosotros también lo hacíamos a su edad (hagamos memoria): billetes de autobús, cromos de actores o futbolistas, Mariquitas recortables con sus vestiditos, conchas de mar... Coleccionar objetos es una tendencia bien arraigada, y ya desde los dos años los niños le cogen afición. Muchas veces, por cierto, con criterios peregrinos y poco higiénicos, para consternación de los papás, que dirán aquello de «¡Nene, caca!».
Pero es hacia los seis o siete años cuando empieza la pasión por el coleccionismo. Algunos antropólogos afirman que algo tiene que ver con el pasado cazador y recolector de nuestra especie. Además, no hay que olvidar que los niños almacenan las cosas más diversas para afirmar su identidad y realizar sus ansias de posesión, ya que carecen de propiedades como las nuestras: casa, coche, dinero y otras pertenencias.
Los psicoanalistas añadieron hace tiempo otra interesante explicación. En la época en que aprenden a controlar sus necesidades corporales (la llamada etapa anal, entre los dos y los cuatro años) se modulan importantes rasgos de personalidad, que guardan relación con las tendencias a acumular, a retener y soltar, a administrar, a negociar, a controlar...
Las implicaciones van más allá
Todos estos rasgos intervienen destacadamente en el aprendizaje del control de esfínteres, con todas las implicaciones emocionales y asociativas que conlleva. Más tarde, cuando el niño controle esas funciones, los rasgos de carácter troquelados en ese proceso (y que quedan esculpidos en cada persona según las circunstancias en que lo haya vivido) se seguirán ejerciendo, trasladándose a los más diversos comportamientos y actividades. Uno de los más evidentes es el coleccionismo.
Todo esto puede explicar en buena parte ese impulso primitivo de acumular. Pero a esta edad se suman otros dos importantes factores que hacen posible el coleccionismo propiamente dicho. En primer lugar, ahora cobran gran importancia por primera vez las relaciones sociales entre iguales. Niños y niñas desarrollan una intensa motivación por relacionarse e identificarse con otros chicos y chicas de su edad. Y las colecciones funcionan a veces como una especie de carné de socio. Compartir el gusto por las favoritas, intercambiar los ejemplares repes, etc., es una forma de vincularse en pandilla y de favorecer su cohesión. Ahora necesitan sentirse ligados a los amigos, y poseer objetos apreciados por el grupo es un modo de estrechar las relaciones de amistad mediante el intercambio y la afición compartida.
En segundo lugar, el coleccionismo es un quehacer que se adecua muy bien a la etapa de desarrollo intelectual que los niños alcanzan a esta edad y les permite ejercitar las funciones mentales recién adquiridas, que son piezas fundamentales en la construcción de la inteligencia. Nos encontramos en el periodo que el psicólogo Piaget, cuyos estudios sobre el desarrollo intelectual infantil fueron decisivos, denominaba la «etapa de las operaciones concretas».
Coleccionar significa clasificar y ordenar, y ésas son precisamente las dos habilidades mentales que los niños tienen que ejercitar ahora. El pensamiento abstracto no llegará hasta la adolescencia, pero antes es necesario cubrir este periodo en que el pensamiento lógico tiene que operar sobre cosas tangibles, es decir, objetos que ellos pueden ver, tocar y manipular.
Durante estos años necesitan practicar intensamente estas habilidades lógicas, y las colecciones ofrecen precisamente un magnífico y divertido campo de pruebas.
A los siete años. Pueden iniciar ya, por ejemplo, colecciones botánicas o de minerales, una fuente inagotable de conocimientos acerca de las plantas o la geología. Las actividades formativas y los juegos o pasatiempos van estrechamente ligados, y podemos ayudarles a que, en lo posible, su formación sea a la vez un entretenimiento divertido.
A los ocho. Ya no se conforman con la cantidad: cuidan también la calidad. Ahora clasifican las piezas y las suelen guardar ordenadamente, aunque aún de forma muy rudimentaria y algo arbitraria.
A los nueve. Sus tesoros son realmente importantes: archivan, cuidan y mantienen al día la relación de sus ejemplares y suelen actuar como verdaderos expertos: intercambian cromos, sellos, minerales..., e incluso investigan en tiendas especializadas.
A los diez. Sus colecciones son coherentes e interesantes y abarcan las más variopintas clases: cromos, piedras, cristales, relojes viejos, figuras de juguete, conchas, sellos, tarjetas telefónicas usadas, CD-ROM... Celebran cada hallazgo por todo lo alto y ejercen con sus colegas la fiebre del intercambio.
A los once. Empieza a disminuir un poco su interés, pero aún mantendrán su afición en los años venideros.
Es bueno favorecer su impulso coleccionista: constituye un estupendo ejercicio de atención y concentración, y es una atractiva ventana hacia muy diferentes ámbitos de conocimiento. Mejor aún si ellos mismos participan activamente en la obtención de los ejemplares o si ello implica además disfrutar de la naturaleza.
¿Y si les da por atesorar, a nuestro parecer, objetos sin mucho sentido, como billetes de metro o autobús, guijarros, entradas de cine...? Estas recopilaciones también les sirven para ordenar y clasificar, las hacen con placer y, desde luego, son baratas. Hay que respetar sus colecciones, porque son sus pertenencias, cumplen muchas funciones y les dan seguridad. Pero ojo con los excesos consumistas: algunas opciones que se ponen a la venta son caras y de dudoso valor educativo.