Tan pequeños y ¿enamorados?
Los sentimientos amorosos entre los niños aparecen de forma natural, ¿cómo debemos reaccionar los padres ante los mismos?
¿Se pueden enamorar un niño o una niña de sólo ocho o nueve años? ¿Qué sienten acerca de la sexualidad cuando aún falta mucho para que empiece la tormenta de la pubertad? Son preguntas que muchos padres se formulan cuando su hijo o su hija dicen que tienen un "novio" en el cole o les pillan dándose un beso.
Los inocentes amores escolares no suelen asustar a nadie, pero comprensiblemente empiezan a inquietar cuando toman algún cariz más adulto. Hay padres que, al sorprender una o dos veces a sus hijos de esta edad en situaciones amorosas con algún vecinito o compañera de colegio, se angustian y no saben bien cómo deben reaccionar.
¿No estaban en una fase de latencia?
Se admite que la sexualidad, contrariamente a lo que pueda parecernos, no es algo que aparezca en la pubertad, sino que está presente en el individuo desde su nacimiento hasta su muerte, aunque se manifieste de modo diferente según la edad.
Psicólogos y psicoanalistas han hablado siempre de un "periodo de latencia". Durante ese periodo, que va desde los seis años (final de la llamada sexualidad infantil) hasta el despertar instintivo de la pubertad, el interés sexual estaría adormecido. Pero, incluso, el adormecimiento sexual correspondiente a esa etapa evolutiva se considera relativo.
Tengamos en cuenta que la coeducación (escolarización conjunta de niños y niñas) hace presente al otro sexo durante todo el crecimiento. Y que la sexualidad, tema tabú hasta no hace mucho, está hoy mucho más presente en los medios de comunicación y en la vida cotidiana. Los niños, por supuesto, acusan esta presencia y, además, son ahora bastante más espontáneos de lo que lo éramos nosotros a su edad para expresar lo que piensan, sienten y, a veces, hacen.
Cierto que los niños de esta edad –en todas la épocas– no han sido nunca ajenos a la atracción entre los sexos. Muchos de nosotros tuvimos "novios" y "novias" en los años de colegio. Quizás, ocultábamos estas cosas de forma más cuidadosa que los niños actuales.
Esto no impide, por supuesto, que también en estos tiempos sigan dándose amores conmovedoramente platónicos entre niños y niñas (cartitas de amor, risas cómplices, miradas y sonrojos).
Cuándo debemos preocuparnos
Sea como sea, no hay que asustarse si les sorprendemos en algún juego sexual, siempre que se dé entre niños de la misma edad y se trate de algo ocasional. Solo son preocupantes si se repiten con una frecuencia llamativa, en cuyo caso sí deberíamos estrechar nuestra comunicación con el niño. Quizás, el pequeño esté pasando por una crisis emocional o se esté enfrentando a determinado conflicto que no sabe resolver y le llena de ansiedad. Un acercamiento comprensivo, en el que le dediquemos más tiempo y afecto, le ayudará a superarla.
Hemos de proporcionarles, sin miedo, una educación sexual abierta y sincera que vaya despejando todas sus dudas. Además, debemos ser dialogantes y mantener siempre abierta la línea de comunicación. Esto no implica ni una visión excesivamente tolerante ni darles a entender que todo vale. Recordemos la importancia del ejemplo y las actitudes que nuestros hijos captan en nosotros. Tenemos que transmitirles nuestros valores y normas con respecto al amor, al sexo y al pudor, que les servirán de referencia para formar los suyos.
No olvidemos que en este terreno ellos esperan de nosotros orientación y guía firmes y definidas, y que no podemos defraudarles.
El misterio de la sexualidad
Los juegos sexuales reiterados en los niños son, a veces, un intento de experimentar por sí mismos algo que les intriga y que no entienden por completo. Si hacemos un esfuerzo para hablarles claramente y escuchar sus dudas, le quitaremos mucho misterio al tema del sexo y contribuiremos a que lo enfoquen con una actitud sana.
El hecho de que seamos nosotros mismos quienes les informemos aporta naturalidad, les tranquiliza y, además, nos permite orientarles. Cuidemos, eso sí, de no invadir su intimidad ni exhibir la nuestra.