Ser Padres

¿Me miente mi hijo?

Los niños pueden ocultar la verdad por razones muy diversas. Lo primero será averiguar sus motivos para poder poner remedio a la situación.

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Cuando los niños son pequeños, su imaginación es ilimitada y no conocen bien la línea divisoria entre fantasía y realidad. Ellos pueden explicar, plenamente convencidos, que las manchas de barro de la alfombra son pisadas de unos elefantes que pasaron por allí.
Al llegar a la edad escolar, sin embargo, los pequeños empiezan a ser conscientes de la diferencia entre lo verdadero y lo falso. Pueden inventar cualquier tipo de mentiras y ocultar la verdad, pero ya a sabiendas de que lo están haciendo.
Alarmarse no sirve de mucho. En primer lugar, debemos tener en cuenta que una mentirijilla aislada no reviste ninguna importancia. Ahora bien, si los niños mienten con frecuencia, lo mejor será investigar los motivos que les impulsan a ello para poner una solución adecuada.

El embustero tiene sus razones

  • Uno de los móviles más poderosos que inducen a los niños a mentir es el miedo al castigo. Es decir, si han hecho una trastada o han transgredido alguna norma, lo primero que se les ocurre es salvar el pellejo. Rara vez piensan en las posibles consecuencias que puede acarrear el hecho de faltar a la verdad. Por descontado que, cuanto más severos y más autoritarios se muestren los padres, mayor será la tentación de refugiarse en una mentira.

  • Del mismo modo, si los críos no se sienten capaces de responder a las exigencias de sus padres (por ejemplo, en relación a las calificaciones escolares), pueden ocultar la verdad para no defraudar dichas expectativas.

  • También hay niños que mienten porque necesitan llamar la atención, conseguir la admiración y la aprobación de los demás. Este afán de protagonismo, a veces, es síntoma de que algo no funciona bien en la dinámica familiar. Quizás se sienten poco queridos o valorados. Tal vez necesitan que sus padres les dediquen más tiempo o, simplemente, les escuchen.

  • En algunos casos, un celo y una intromisión excesivos por parte de los progenitores en la intimidad de los pequeños pueden llevar a éstos a mentir para no sentirse constantemente controlados.

¿Cómo tenemos que reaccionar?

En primer lugar, hay que dar el ejemplo. Si los niños ven que sus padres no son sinceros con los demás o que, incluso, les mienten a ellos, llegarán a la conclusión de que mentir no es tan malo.
  • Si nuestro hijo insiste en que él no ha hecho nada –y está claro que lo ha hecho–, se le puede preguntar cuáles son las consecuencias a las que tanto teme y asegurarle que, sea lo que sea, intentaremos arreglarlo juntos.

  • No les tendamos trampas. Si el niño ha cogido un euro de encima de la mesa, no hay que preguntarle "¿No habrás visto el euro que me falta?" como si no supiésemos nada. Él lo negará y se sentirá fatal por haber mentido. Más lógico es demostrarle que estamos al tanto y preguntarle: "¿Para qué quieres un euro?". Aunque se sienta pillado, le damos la oportunidad de arreglar el lío.

  • Asimismo, es muy importante premiarles cuando se atreven a decir la verdad. Pero no con regalitos, sino con palabras afectuosas.

  • No conviene dramatizar y hacerles sentir que han cometido un crimen horrible o abominable. Lo que tenemos que conseguir es que nuestros hijos digan la verdad, aunque no por miedo ni por obediencia. Hay que construir un vínculo sólido y firme de confianza, amor y diálogo donde la mentira no tenga lugar.

Una confesión forzada

En ocasiones, cuando los padres interrogan a un niño acerca de una posible mentira, este da a entender indirectamente lo que ha ocurrido en realidad. No obstante, algunos padres no se conforman con una declaración a medias e insisten en que su hijo confiese y se declare culpable.
Una actitud tan rígida e inflexible es desaconsejable, pues el niño se sentirá despreciable y más desgraciado aún. Lo mejor es no revolver el asunto, sino concentrarse en tratar de poner solución al desaguisado.

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