¿Debo obligarle a irse a la cama?
Nunca ve el momento de irse a dormir y ya no es un bebé, aunque es un niño y aún necesita muchas horas de sueño. ¿Cómo acertar con su rutina?
Entre el blanco y el negro hay toda una gama de matices intermedios a los que hay que tender; no solo en esta cuestión, sino en cualquier otro aspecto de su educación.
¿Estrictos hasta pasarse?
La firmeza y la constancia no deben confundirse con la intransigencia. No conduce a nada mantener una postura de rigidez a toda costa, porque los niños, especialmente cuando se acercan ya a los 10 años, pueden mostrarse también muy cabezotas. No obstante, hay padres que afirman que fueron estrictos desde el principio y nunca han tenido problemas.
Por muy rigurosos que seamos tendríamos que aprender a decir sí cuando la ocasión lo permita. Ceder también es importante y, si conseguimos ser un poco más flexibles, la relación con nuestros hijos será, sin duda, mucho más rica y agradable.
Por otra parte, marcar con exactitud suiza el momento de irse a la cama y no tener en cuenta que tal vez el niño sea poco dormilón o esté pasando por alguna fase de rotura de rutina, pues no conciliará el sueño por mucho que nos empeñemos. A medida que crezca, es preciso ir variando las reglas; pero manteniendo el hábito y pactando juntos la hora de apagar la luz.
¿Demasiado liberales?
En teoría, tener unos padres absolutamente permisivos que no le digan cuándo tiene que irse a la cama es el sueño de un niño de esta edad. Sin embargo, y aunque él no sea consciente, necesita que existan determinadas normas, lo mismo que un horario para cada actividad. Los críos no pueden hacer todo lo que se les antoje. Necesitan límites y cierta disciplina para conseguir un desarrollo psíquico sano y equilibrado.
Hoy en día es frecuente que ambos padres pasen muchas horas fuera de casa; por tanto, no queda más remedio que aprovechar al máximo el poco tiempo que están todos juntos, aunque ello implique la ruptura de los horarios infantiles recomendables. En este sentido, los abuelos, con quienes pasan algunas noches si los papás tienen algún compromiso, son proclives a mostrarse más permisivos.
Generalmente, quienes no están muy pendientes de si su hijo se queda más tiempo despierto de lo necesario tampoco suelen prestar mucha atención a lo que está haciendo en ese momento. Y para un niño trasnochar no puede estar sujeto a la programación de la tele, pues, a pesar de su interés, no se les puede dejar ver cualquier cosa; son los padres los que deben juzgar qué es beneficioso o pernicioso para él.
El punto de equilibrio
Tender al equilibrio es el secreto de todo en esta vida. Aunque no es sencillo; no se pueden establecer normas de estricto cumplimiento, bajo pena de castigo continuo, ni se debe permitir el aquí vale todo.
Porque, como cualquiera puede imaginar, lo primero conduce a más de un berrinche y lo segundo es perjudicial para el desarrollo del niño. La firmeza que requiere la implantación de cualquier norma debe conjugarse, en éste como en cualquier otro caso, con la flexibilidad necesaria para permitir que los fines de semana o los periodos vacacionales no sean tan rígidos.
Incluso entre semana, puede que el pequeño no quiera separarse tan rápido de sus padres, porque, si ambos trabajan, es el único momento del día para disfrutar un rato de su compañía. Esto es especialmente importante para niños con hermanos más pequeños, pues éstos suelen requerir más cuidados por parte de los padres.
El hermano mayor acostumbra entonces a solicitar de los adultos un rato de atención en exclusividad. Es muy importante aprovechar ese momento para charlar relajados con nuestro hijo, pero dejando muy claro que transcurrido este periodo de intimidad no habrá excusa que valga para no irse a la cama.