Ser Padres

¿Por qué a los 7 años les seduce lo que antes les daba miedo?

¿Por qué entre los 7 y los 10 años les divierte lo que antes les asustaba? Tienen sus razones.

El miedo y los niños son viejos compañeros desde que son muy pequeñitos. Pero es a partir de los siete u ocho años cuando inician una etapa diferente en su desarrollo (van acercándose a la adolescencia) y cambian mucho sus motivaciones e intereses.
Sus vivencias se hacen más realistas; ahora les gusta el cine, la música o las historias de personajes reales y valientes, héroes de leyenda que destacan por sus valores humanos. Están creciendo, y en la propia naturaleza de su crecimiento está la superación airosa de los miedos infantiles.

Disfrutan asustando a los demás

Hacia los ocho años, un niño diferencia ya lo real de lo imaginario. Sabe con seguridad que los miedos de antes no tienen un fundamento real (desde la certeza de que un niño no puede ser comida de dragón al hecho comprobado de que la oscuridad es la ausencia de luz).
Ahora tiene experiencia con el miedo (¡nunca ha encontrado un monstruo debajo de la cama!) y esto, unido a su mayor desarrollo intelectual, le vuelve curioso: le interesa saber por qué chilla el viento, el efecto del frío en las cañerías, las probabilidades de que caiga un rayo justo en el salón... Disfruta afrontando situaciones antes temidas en las que se siente mayor.
Sus juegos también cambian y, donde antes había un trasfondo mágico en que cada uno iba más o menos a lo suyo (¿hay algo más personal que la imaginación?), hoy hay juegos con reglas que exigen respetar turnos, coordinar funciones...: trabajar en equipo.
Pero, ojo, los juegos fantásticos no desaparecen. Ahora es consciente de su irrealidad y los utiliza para pasárselo pipa asustando a otros, menos experimentados que él. Los miedos se hacen atractivos porque conoce sus mecanismos. Se convierten en una estrategia de diversión y en una forma de hacer gala de su buena relación con la realidad.

Más valientes que nadie

El gusto por el miedo es una afición compartida.
  • Aprovecharán una tarde en casa de un amigo para ver juntos una peli sangrienta o de miedo, o jugar a las tinieblas.

  • Les gusta hacer comentarios escabrosos en presencia de niños más pequeños o asustar a mamá con bromas morbosas (poner los ojos en blanco, hacer ruidos de noche, mencionar historias macabras...).

  • En el recreo, contarán historias de miedo (¿quién se sabe la mejor?); y en clase, los relatos de terror serán el tema principal de más de una redacción o dibujo.

  • Otras veces, comentarán las noticias del periódico en pandilla con un interés centrado en los detalles morbosos ("Te juro que sangraba por todas partes...") y, en casa, sacarán el tema en la cena con total tranquilidad, encantados de provocar en los adultos una expresión de desagrado ("Y le dio un balonazo que le rompió el labio en dos ¡y sangraba!... Por cierto, mami, ¿puedo repetir espaguetis?").

  • Les sorprende (y gratifica) ver a un adulto temeroso (para ellos prudente es sinónimo de cobarde) y harán mofa de ello a la menor ocasión: "Jo, papá, es que la tía Pilar esquía con el freno de mano echado: ¡un día se la pega!".
Recrearse en superar sus antiguos temores es un reto que les hace sentirse intrépidos y orgullosos ante los ojos de los demás: ¡ya son dueños de sus actos!
Presumir de que la oscuridad y los monstruos dejaron de impresionarles es uno de los logros de ser mayor y una manera –sana y natural– de crecer en pandilla.

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