¿Funcionan, de verdad, los trucos para acabar con las rabietas?
A partir de los 3 años, los niños expresan su disconformidad con gritos, rabietas y fuertes negativas: ¿de verdad funcionan los trucos para acabar con ellas? ¿O es mejor aprender a controlarlas con calma?
Hay que ver cómo se ponen algunos peques a la hora de dejar el parque y volver a casa. Lo más suave que responden ante los requerimientos de sus padres es "no me da la gana".
La mayoría de los progenitores insiste con delicadeza; le explican al niño que es muy tarde, que hace frío... Pero nada, el crío, erre que erre, de allí no le mueve nadie.

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Al segundo intento los padres actúan con más astucia: intentan engatusarle ofreciéndole un cuento para dormir, un bollo de postre... Por supuesto, este tipo de estratagemas tampoco funciona. Al final ocurre lo de siempre: los adultos pierden la paciencia, cogen al gruñón en volandas y salen disparados, "derechito para casa".
Y entonces, sintiéndose víctimas de una crudelísima injusticia, los niños exclaman enfadados algo así como "¡No es justo! ¡Te odio!".
Cuestión de edad
Esta situación es completamente normal porque ahora los niños se están reafirmando como personas independientes de sus papás. Acabarán por superar tales reacciones, pero, con el tiempo, volverán a manifestarse (en la adolescencia).
Aunque, como siempre, hay que estar alerta. Estas protestas ocasionales (que, a veces, hasta resultan comprensibles) no son comparables a las de algunos pequeños tiranos, que se niegan a aceptar cualquier norma por sistema, pretenden imponer su voluntad y siempre tienen una queja en la punta de la lengua.
Una negativa constante y cabezona a todo lo que se les pide sí puede constituir un motivo de preocupación. Aquí conviene que los padres procuren averiguar qué es lo que le pasa realmente a su hijo (en el fondo, ¡está tratando de decirnos algo!).
Entonces... ¿qué podemos hacer?
1. Mantener una posición firme
Las rabietas serán su método de extorsión favorito si permitimos que resulten eficaces. Conviene permanecer tranquilos pero firmes, sin que nos influya lo que vaya a pensar la vecina o el resto del restaurante.
El niño debe conocer nuestras normas y la sanción correspondiente a su incumplimiento. Sólo así aprenderá a asumir las consecuencias (buenas o malas) de sus actos.
2. Explicar los motivos cuantas veces sea necesario
Aunque no pueda (o no quiera) comprender que ciertas obligaciones son necesarias, los padres no están autorizados a recurrir al autoritarismo. Hay que repetirle nuestros motivos siempre que haga falta (especialmente si, debido a la edad, sus hermanos tienen permisos y restricciones diferentes).
Y predicar con el ejemplo: no podemos castigarle por hacer cosas que nosotros hacemos en su presencia (como beber la leche del tetrabrick o decir tacos).
3. Papá y mamá tienen que ponerse de acuerdo
Si papá dice una cosa y mamá otra distinta o hacemos demasiadas excepciones a las reglas, todo quedará en agua de borrajas.
Es fundamental que los padres (también los separados, aunque parezca más difícil) lleguen a acuerdos sobre la educación, la alimentación o los horarios de juego que desean establecer para sus hijos.
4. Las normas deben ser justas
Además de coherentes. Y nuestra actitud también. Por ejemplo, regañarles un día por algo que hacen de forma cotidiana es, obviamente, inoportuno e injusto.
Si para un niño existe una norma y otra distinta para sus hermanos (como acostarse antes de la película), tenemos que explicarle los motivos.
5. No pedir a los niños más de lo que pueden dar
¿Queremos que nuestro hijo sea el mejor deportista o el más listo? Si no lo logra, no insistamos. Sería muy injusto. Si dudamos, preguntemos a otros padres a qué hora acuestan a sus hijos o qué tiempo de ocio les permiten. Y seamos condescendientes: muchas trastadas no tienen importancia.
Asesor: Guillermo Kozameh, psicoanalista.