Mi niño lo pilla todo
Cuando un niño enferma cada dos por tres los padres piensan que es muy débil. Pero en los primeros años de vida no es raro que "lo pille todo".
A estas alturas del año los niños ya han pillado todas las infecciones o casi todas. Desde el comienzo de la escuela, han tenido gastroenteritis con vómitos y sin ellos; mocos continuos; tos blanda, seca, con mocos o sin ellos; alguna bronquiolitis; bronquitis e incluso neumonías.
También han tenido un dolor de oídos que no les ha dejado dormir, que luego pasó a otitis, y fiebres inexplicables, de esas que los pediatras siempre decimos que son un virus. Las consultas de los médicos por estas fechas están tan abarrotadas como si allí regalaran algo y las urgencias del hospital te atienden con no menos de dos horas de espera. Es desesperante.
Es la historia de todos los años, y los padres lo admiten, unos mejor y otros peor. Hay padres entrenados y sabios –como a mí me gusta llamarles–, que se informan leyendo esta revista o en las redes sociales, como en mi grupo de Facebook, o que forman parte de la comunidad Mamicenter. Muchos de estos papás saben identificar cuándo esperar y cuándo salir corriendo al médico y cómo solucionar los pequeños problemas que van surgiendo día a día. En cambio, otros padres son de acudir a urgencias a la más mínima, sin asumir responsabilidad alguna, prefieren que los profesionales se lo den todo hecho.
Es alérgico, miope, no engorda y siempre está enfermo
Pero el problema que quería comentar en este artículo es cuando todas esas "itis" y todos esos inconvenientes recaen en el mismo crío. En un pequeño que, desde que nació –eso que tomó lactancia materna exclusiva varios meses–, tiene dermatitis atópica, una piel de lija que a sus padres les ha hecho gastar una fortuna en cremas y todo para que sigua rascándose. Ese niño, cuando dejó la teta tuvo una urticaria enorme por la que le diagnosticaron alergia a las proteínas de la leche de vaca. Una bronquiolitis a los cuatro meses le mantuvo ingresado una semana en el hospital y desde entonces cada vez que se acatarra termina en urgencias enchufado al oxígeno y al ventolin. El huevo también le dio alergia, aunque leve y los frutos secos no los puede ver ni de lejos.
A este pobre niño se le sale el codo cada vez que lo sujetan cuando en una rabieta se tira al suelo. Pesar, con todos esos problemas no puede pesar mucho: la familia, sobre todo las abuelas, teme que se lo lleve un aire de lo flaco que está. Y, por supuesto, desde que va a la guardería, porque los dos padres trabajan, no ha dejado de tener mocos; otitis tras otitis; una gastroenteritis que también le condujo al hospital; y moluscos, porque va a la piscina del cole y ya se sabe que a los atópicos les salen con más facilidad. Y para remate, después de la cuarta vez con piojos mutantes y tras haberle puesto gafas, coge la varicela. Una semana en casa, de locos.
Será tan fuerte como los otros niños
¿Creéis que exagero? No, estoy pensando en varios de mis pequeños pacientes. Lo que cuento no es raro, y seguro que más de una de vosotras se habrá sentido identificada. Si vuestro hijo es así, pensareis: este niño, ¿tiene algún defecto de fábrica? Seguro que ha salido a su padre (hágase notar que cuando el niño hace algo bien es por la herencia de las madres y cuando el niño es feo o raro siempre es culpa de la línea paterna).
Que tu hijo enferme tanto es desalentador de verdad, su vida parece un camino de obstáculos, para los padres es difícil gestionar el día a día, en el trabajo, con los abuelos. A diario te surgen dudas: ¿Le pasa algo a mi hijo? ¿Qué hemos hecho mal? ¿Por qué es tan débil? Algunos padres intentan atajar los problemas acudiendo a la farmacia o a las pseudociencias, allí encuentran vendedores de milagros y charlatanes que les ofrecen homeopatía, vitaminas, engordantes, minerales, por si le falta algo; defensas en forma de yogur y otras bobadas.
Pero los niños son así. Su sistema inmunitario está en formación, tienen que entrar en contacto con cientos de virus y alérgenos que irán reconociendo poco a poco, integrándolos en un sistema cada vez más inteligente y perfeccionado. Pasan por todos esos procesos de la infancia. La buena noticia es que nunca más volverán a tenerlos porque ya guardan memoria inmunológica duradera. Las vacunas les ayudan a estimular esas defensas y a tener un sistema más potente y sabio.
Sabemos que los primeros años son un tránsito y que a los 4 o 5 años los niños dejan de ponerse malos hasta que en la adolescencia empiecen a reconocer su cuerpo y todo les parezca que funciona mal. Entonces tendrán granos de acné, dolores aquí y allá, palpitaciones, les molestarán los pezones, se les hincharán las rodillas de jugar al fútbol, tendrán gases y estreñimiento por comer tantas chuches y tanta comida rápida, pero esa será otra etapa.