"La paternidad nos transforma, aprovechémoslo para ser mejores"
La paternidad es un tsunami. Un día nace tu primer hijo y todo lo que tenías pensado, casi instaurado mentalmente a modo de dogma, se derrumba.
Como si un tsunami hubiese pasado por tu apacible playa barriendo todo a su paso. Después solo quedan escombros de lo que un día fuiste. Los restos de un naufragio no esperado. La paternidad y, sobre todo, la maternidad son un tsunami. Te pueden contar todo lo que quieran, puedes creer que lo sabes todo, leer hasta que te duelan los párpados sobre crianza, lactancia y educación, pero cuando llega tu hijo al mundo todo lo que te hayan contado y hayas leído te va a parecer poco, porque esta experiencia vital supera cualquier expectativa. En lo bueno… y en los días malos.

"La paternidad es transformadora, como para no aprovecharla para ser mejores"
Siempre digo que tendemos a contar el lado edulcorado de la paternidad. Lo maravillosa que es la experiencia. Lo bonito que es ver a tus hijos crecer a diario, alcanzar nuevas metas, conseguir hacer cosas que un día antes parecía que fuese inalcanzables para ellos. Hay muchos menos relatos del lado más oscuro, de ese conocer el cansancio en toda la extensión de la palabra, de ese perder la paciencia y los nervios, de esos roces constante con tu pareja, de ese sentir que vives sin tiempo para nada que no sea correr del trabajo a tus hijos, de ellos a las tareas domésticas y de éstas a la cama, que no hay fuerzas para mucho más. La paternidad es una experiencia tan bonita como arrolladora. Arrolladora, como un tsunami.
Lo bueno de estos tsunamis personales, como el que experimentamos al convertirnos en padres, es que una vez pasados permiten volver a empezar, limpiar la playa de escombros y redibujar el paisaje a nuestro gusto, adaptándolo a la nueva realidad que vivimos. Uno no sale indemne de ser padre. Es imposible. O bueno, a lo mejor sí que los hay que salen indemnes de ello, aunque tengo que reconocer que me dan un poco de pena esas personas capaces de seguir viviendo en su playa destrozada, haciendo como si nada hubiese pasado, insensibles al cambio, ciegos al tsunami. Me dan un poco de pena ellos. Y me dan pena sus hijos.
La paternidad es una experiencia demasiado transformadora y catárquica como para no aprovecharla para cambiar, para ser mejores, para intentar hacer del nuestro (y del de nuestros hijos) un mundo mejor. A veces hago un poco de instrospección, me miro a mí mismo, y me doy cuenta de que del Adrián de antes de ser padre siguen quedando hoy algunas cosas, pero que muchas otras han cambiado, quiero creer que para mejor. Mis prioridades ya no son las mismas. Ni siquiera mis ideales lo son. He tomado consciencia de muchas cosas que antes me pasaban desapercibidas, precisamente porque mis prioridades eran otras y no era capaz de ver más allá de ellas. Esa toma de consciencia ha cambiado mi forma de pensar en muchos aspectos. Y también mi forma de actuar. Ser padre me ha dado una nueva visión de las cosas. Quizás por eso, y pese a los días malos, hoy siento que tras el tsunami de la paternidad mi playa luce más bonita que nunca.