Trucos para saber cómo actuar ante una rabieta
La psicóloga experta en terapia con niños, Higinia Fernández Peña nos da unos consejos prácticos para saber actuar.
El niño no está teniendo una rabieta para enfadarnos o retarnos, sino que está experimentando una emoción que no sabe cómo canalizar. El comprender por qué lo hacen y ponernos en su lugar (ojo, ver las cosas desde su punto de vista, no desde el nuestro de adultos) es importante para mantener la calma. Leer el artículo: ¿Qué buscan con las rabietas?
Esa calma es esencial, porque muchas veces las rabietas aparecen en momentos poco adecuados, como cuando hay que llegar a algún sitio y no queda tiempo o en lugares públicos frente a mucha gente, y es importante que esas cosas no nos influyan, porque los niños se alteran más cuando nos ven nerviosos y porque es probable que esos nervios se conviertan en acciones de las que luego lamentemos.
Nosotros somos el adulto y su ejemplo a seguir, así que debemos comportarnos como el modelo que queremos que vean ante situaciones de conflicto. Si ante un enfado gritamos, no podremos quejarnos cuando eso sea exactamente o que hace nuestro hijo.
Nadie conoce a nuestros hijos mejor que nosotros, por eso seguro que sabemos ante qué situaciones es más probable que aparezca una rabieta o vemos señales de que se está enfadando. Esto nos da la posibilidad de prepararnos, ya sea poniéndole remedio antes de que ocurra o mentalizándonos para lo que va a pasar.
Por ejemplo, cuando estamos cansados todos somos más irritables, por lo que es probable que situaciones que lleven mucho tiempo, como una tarde de compras o la visita a casa de amigos sin hijos sean escenario de rabietas. Ponerle solución es tan sencillo como quedar con los amigos en un bar que tenga un parque cerca (o incluso en el mismo parque, aunque no tengan hijos) y dejar que juegue mientras charlamos, o alternar que uno de los padres se vaya a jugar con él mientras el otro se toma algo, ir a comprar mientras él está en el cole o comprar en varias tandas cortas en vez de una compra larga que ocupe toda la tarde.
Decidir bien cuáles son los límites que les ponemos. Los límites siempre deben ser consensuados con la pareja para que ambos se encarguen de hacerlos cumplir, pero también debemos tener en cuenta la edad del niño (pedirles que tengan su habitación ordenada a todas horas con sólo cuatro años quizá no sea una norma ajustada, sino más bien que guarden los juguetes cuando terminen de jugar) y decidir si son normas totalmente necesarias, ya que muchas veces los tenemos rodeados de cosas que NO pueden hacer, cuando están en una edad en la que necesitan experimentar, mancharse, abrir cosas para ver qué hay dentro…
Hay momentos en que lo que piden no puede ser, pero quizá podemos darles otras posibilidades. Con los niños hay que intentar ser muy flexibles y tener más de un plan, por si el primero no funciona. Quizá quieren que les compres un bollo en una tienda, y no quieres darles bollería o no en ese momento, ante lo que se les puede ofrecer la posibilidad de ir directos a casa y cocinar juntos la merienda, ya sea un sándwich o un bizcocho (asumiendo que se van a manchar ellos y la cocina, claro). Si les damos una alternativa que implique estar con sus padres, empezarán a apreciar otras cosas y a entender que existen alternativas a lo que quieren.
Normalmente se dice que uno debe no prestarles atención, pero a esta edad es más adecuado el tomarse el tiempo de hablar con ellos. Sentarnos con ellos en algún sitio en el que se pueda charlar con calma, o ponernos de rodillas o cuclillas para estar a su altura frente a frente y, muy tranquilamente, contarles que entendemos que les apetece lo que sea, y que el no conseguirlo frustra, que comprendemos que sientan enfado, pero que lo que piden no puede ser por la razones que sean. Se trata de que se sienta escuchado, de que vea que respetamos sus opiniones y sentimientos aunque no se le pueda conceder lo que pide, a la vez que le enseñamos a identificar ea emoción como frustración y enfado. No temamos enseñarles palabras “difíciles” a los niños, es bueno que sepan que existen muchas emociones y aprendan a reconocerlas y a actuar en consecuencia.
“Sé que te apetece seguir jugando, y que te molesta no poder hacerlo, pero es la hora de la cena y tienes que comer para tener fuerzas para poder jugar también mañana. Además, tengo muchas ganas de cenar juntos”.
¿Cuándo debemos pedir ayuda?

rabieta
Cuando todas estas pautas no funcionan y nos vemos sobrepasados por la situación, de tal forma que hemos entrado en un círculo vicioso en el que terminamos por darle lo que quiere o por darle un azote.
Cuando hemos llegado al punto en parece que siempre estamos gritando, hemos empezado a evitar salir con ellos o tememos el momento de llegar a casa y encontrarnos con ellos.
Está bien pedir ayuda cuando vemos que no somos capaces de ver una salida o encontrar una solución. Precisamente para eso están los psicólogos infantiles, para darnos pautas y encontrar otras opciones desde fuera, porque normalmente, una vez que entramos en una rutina, no solemos ver otras posibilidades o simplemente no conocemos otras posibilidades.
Nadie nace sabiendo ser padre y, desde luego, no todos los niños son iguales o les sirven las mismas pautas, por lo que quizá lo que conocemos no sirve y los consejos que nos dan no funcionan. Buscar el apoyo de un profesional no nos hace malos padres, sino que indica un deseo de mejorar y aprender para lograr el bienestar del niño.
Higinia Fernández Peña, psicóloga especializada en terapia con niños www.psicologiacreciendo.com