Ser Padres

¿Por qué prohibimos demasiado a la hora de educar?

Jane Nelsen: “vivamos los errores suyos y nuestros como maravillosas oportunidades de aprendizaje”. ¿Se considera que prohibiendo se inculcan mejor los valores éticos/morales? ¿De qué manera podríamos evitar prohibir demasiado y educar a la vez en el sistema de valores en el que creemos? ¿Si no prohibimos nos volvemos demasiado tolerantes?

Marta Moreno

Pese a que todos nuestros padres y abuelos fueron criados bajo un estilo de crianza autoritario, en la actualidad se ha tendido a un estilo más permisivo y, en ocasiones, demasiado laxo. Ningún límite extremo es bueno ni saludable y cuando se trata de educación la cosa no cambia. El modelo ideal sería un modelo democrático en el que se estableciesen límites pero respetando los ritmos de cada niño y en el que se tuviera en cuenta su opinión. Le preguntamos a Carolina Huerta Ecenarro, coach de familia, educadora de Disciplina Positiva y responsable del proyecto de implantación de Disciplina Positiva en las escuelas El Mundo de Mozart.

¿Por qué prohibimos demasiado a la hora de educar?

Por mi experiencia trabajando con familias y maestros, hay al menos tres importantes razones:

1. Nuestra propia historia de “noes”: El “no” forma parte de nuestra cultura, de nuestra infancia y aprendizaje. Los que actualmente somos padres y madres también hemos crecido en la cultura del “no”. “No hagas esto, no hagas lo otro”. Estamos acostumbrados a oírlo y lo tenemos tan grabado en el cerebro que ni siquiera nos suena raro. Para nosotros es una palabra absolutamente normal y de forma natural nos “sale” actuar de padres/madres según hemos aprendido vivencialmente.

Por otro lado, en muchas ocasiones, simplemente no nos planteamos porqué prohibimos tanto, es una cuestión de autoridad y costumbre. Hemos aprendido que corresponde a los padres decidir si los hijos pueden o no ver la televisión, pintar con pinturas de dedo en casa, utilizar la PS4 entre semana o merendar en el salón.

2. Nuestros propios miedos y afán de protección: Como adultos tenemos mucha más información que nuestros hijos sobre las cosas que les pueden pasar si hacen… o no hacen… y nuestro deseo de protegerles de sufrimientos, desengaños, frustraciones y en general cualquier disgusto “evitable por nosotros” nos impulsa a prohibirles hacer determinadas cosas.

No somos conscientes de lo importante que ha sido para nuestro desarrollo personal precisamente haber realizado en nuestra infancia y adolescencia muchas de esas cosas que ahora prohibimos a nuestros hijos y que nosotros superamos aunque fuera pasando malos ratos y con esfuerzo y sacrificio.

3. Nuestra ignorancia sobre el impacto que generan estas prohibiciones en nuestros hijos: Desconocemos las repercusiones que pueden tener en nuestros hijos tantas prohibiciones.

Cuando lo analizamos y experimentamos de forma vivencial, comprobamos lo que puede generar en ellos: falta de autoestima, dependencia de los adultos, dificultad para desarrollar autonomía y la capacidad de resolver dificultades e incluso enfado, rabia, alejamiento e deseos de venganza contra nosotros, sus padres, al no entender ni valorar esas prohibiciones revestidas siempre con la frase “es por tu bien”.

¿Se considera que así se inculcan mejor los valores éticos y morales?

Puede ser. Ahora bien, en mi opinión, eso es una creencia como otra cualquiera. Pensar que el prohibir de forma absoluta y radical hacer determinadas cosas a los hijos (jugar con pistolas de juguete, ver la televisión, jugar a la pelota en casa, beber, fumar, gritar, hablar irrespetuosamente, etc.) es el camino para conseguir que actúen bien es un autoengaño.

Quizá a corto plazo conseguimos que obedezcan, por miedo a un castigo o perder determinados privilegios (“no puedes ir al cine porque no has recogido tu cuarto”, “si no terminas la verdura no podrás ver la tele” etc.). Sin embargo, como dice Jane Nelsen, una de las fundadoras de la Disciplina Positiva: “¿De dónde sacamos la loca idea de que para que un niño/adolescente se porte bien primero tenemos que hacerle sentir mal?”.

¿Nos preguntamos cómo se sienten nuestros hijos con tantas prohibiciones?

No, en mi opinión, los valores éticos se aprenden con el ejemplo. Si un niño es escuchado, aprende a escuchar, si es tenido en cuenta aprende a preocuparse por los demás, si se siente querido incondicionalmente, aprenderá a querer a otros. El exceso de prohibiciones genera rechazo, incrementa el deseo de hacer aquello que te prohíben y difícilmente ayuda a desarrollar un espíritu crítico y respetuoso hacia los demás.

¿De qué manera podríamos evitar prohibir demasiado y educar a la vez en el sistema de valores en el que creemos?

Las claves fundamentales sin duda alguna son:

Predicar con el ejemplo: si queremos que nuestros hijos aprendan unos valores determinados, el camino principal es la coherencia por nuestra parte. No funciona eso de decir con un cigarro en la mano: “hijo, tú no fumes que es malo”, o decirle a nuestro hijo gritando “¡¡¡en esta casa no se grita!!!”
Antes de prohibir algo, reflexionar sobre la importancia de la prohibición, lo que le va a aportar al hijo/a y lo que va a dejar de aprender al no enfrentarse por él/ella misma a esa situación. 
Educar con firmeza y amabilidad al mismo tiempo. La Disciplina Positiva nos enseña cómo poner límites con firmeza respetando a nuestro hijo y a nosotros (nuestra persona, nuestros valores) al mismo tiempo. 
Pasar del No al Sí: en vez de decir continuamente no, no y no, intentar dejar los “noes” para cuestiones realmente importantes e irrenunciables para nosotros y practicar qué cosas sí pueden hacer.

Por ejemplo: En vez de decir: “si no te comes las judías verdes no podrás comer hamburguesa con patatas”, podemos decir: “en cuanto te hayas comido las judías verdes te pongo la hamburguesa con patatas”.

En vez de decir: “ya no puedes ver más tele”, digamos “ya has visto mucha tele, ahora vamos un rato al parque…” o “acordamos juntos que los sábados verías una peli después de comer y al terminar haríamos otras cosas ¿a qué te apetece jugar ahora?”.

• Dar opciones: Una herramienta excelente que nos ofrece la Disciplina Positiva es dar opciones a los hijos mostrando alternativas que para nosotros sean razonable y aceptables. Por ejemplo: “hija, ¿cuándo prefieres hacer la tarea el sábado por la mañana o el domingo por la tarde?”. La tarea es algo incuestionable, lo que la niña decide en este caso es cuándo realizarla. Será responsabilidad del padre/madre dar seguimiento en el momento para que la hija cumpla con su compromiso.

• Generar acuerdos: La comunicación serena, flexible, sincera, abierta y respetuosa es la base para generar acuerdos que padres e hijos suscriban y se comprometan a cumplir.

¡Ojo! recordando siempre que es el adulto el responsable de hacer seguimiento de los acuerdos y que el seguimiento debe hacerse en el momento en el que se acordó realizar la acción y no pasado el tiempo como crítica estéril “tendrías que haber hecho…”, “te habías comprometido a…”. Recordemos que nuestros hijos están en un momento vital diferente y tienen prioridades diferentes a las nuestras.

¿Si no prohibimos nos volvemos demasiado tolerantes?

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La cuestión no es “prohibir o no prohibir” sino qué límites ponemos a nuestros hijos para que la convivencia en casa sea respetuosa, agradable y para que ellos tengan ocasiones para desarrollar habilidades para la vida: autonomía, responsabilidad, empatía, resolución de dificultades, etc. 

En resumen, pocos semáforos en rojo y muchos en ámbar y verde ayudarán a nuestros hijos a desarrollar habilidades para la vida. 

Y, como dice Jane Nelsen: “vivamos los errores suyos y nuestros como maravillosas oportunidades de aprendizaje”


Carolina Huerta Ecenarro es coach de familia. Educadora de Disciplina Positiva para Padres y el aula. Responsable del proyecto de implantación de Disciplina Positiva en las escuelas El Mundo de Mozart. 


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