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Los niños cada vez disponen de menos tiempo para el juego libre y esto repercute en su desarrollo

Jugar es fundamental para el desarrollo de los niños: así aprenden a socializar, a aceptar consecuencias, a cumplir reglas, a resolver conflictos...Hablamos de todos los beneficios que aporta el juego a los niños y cómo les ayuda a estimular su desarrollo cognitivo y sus funciones ejecutivas.

Hace unos años, en el Laboratorio de Propulsión de Jets (JPL) de la NASA, comenzaron a observar que los ingenieros jóvenes tenían más dificultades que los mayores a la hora de resolver problemas y situaciones inesperadas, a pesar de que sus notas de la universidad eran muy superiores. Un consultor del JPL, que había sido profesor de mecánica en un instituto, también había notado que sus alumnos eran cada vez menos capaces de solucionar problemas relativos a la reparación de vehículos. Charlando con los alumnos se percató de algo recurrente: de pequeños apenas habían practicado juego libre y manipulativo.

En el laboratorio de la NASA decidieron preguntar también a sus ingenieros sobre su infancia, y resulta que manifestaban lo mismo. Quizá las nuevas generaciones poseían mayor cantidad de títulos y mejores calificaciones, pero los trabajadores de más edad, sencillamente, habían jugado más de niños. ¿Les hacía eso ser mejores en su trabajo? ¿Tiene el juego tantas repercusiones? ¿Juegan menos los niños de hoy? Y, sobre todo, ¿la disminución del juego libre tiene consecuencias negativas?

Lo que los niños aprenden jugando

Consciente de las implicaciones de la actividad lúdica para el desarrollo humano, el psiquiatra Stuart Brown, fundó el Instituto Nacional del Juego, dedicado a la investigación científica del juego. Su objetivo es hacer del estudio científico del juego una disciplina que ayude a mejorar las vidas de las personas a nivel individual y social, cuyas conclusiones sirvan para mejorar el funcionamiento de organizaciones, familias y en especial del sistema educativo.

Todos sabemos que jugar es una función que el ser humano comparte con la mayoría de los mamíferos; es uno de los elementos más básicos y fundamentales para el crecimiento y desarrollo. Jugando se entrenan las funciones necesarias para sobrevivir, ya sean cazar, huir o relacionarse con otras personas. El juego, la curiosidad y la exploración son las herramientas con que cuenta un niño (o un cachorro) para educarse a sí mismo; para aprender a vivir.

Jugando con otros niños, sin adultos que dicten reglas, aprendemos a socializar, a relacionarnos, a tomar decisiones, correr riesgos, asumir consecuencias, resolver conflictos, compartir, dialogar, ganar y perder, crear reglas y seguirlas, a cooperar… y, en definitiva, es como adquirimos las herramientas necesarias para la adultez. Al jugar libremente desarrollamos la imaginación, la autonomía, la motivación intrínseca, la creatividad, la gestión de las emociones y el autocontrol. En palabras de Francesco Tonucci, “el juego da recursos para la vida.”

Un estudio de la Universidad de Colorado confirma que el tiempo no organizado y no estructurado favorece el desarrollo de las funciones ejecutivas en los niños. Así es como aprendemos a autodirigirnos y a regular el propio comportamiento.

Pero la sociedad actual parece ir en la dirección opuesta. Los niños cada vez tienen menos tiempo y espacios para estar solos y jugar por su cuenta. Esto no es algo nuevo; desde los años 50 y 60, el tiempo para jugar está sufriendo una reducción dramática. Lo advierte Peter Gray, experto en la función evolutiva del juego y autor de un blog de la revista Psychology Today, Freedom to learn, donde escribe acerca del juego como fundamento del aprendizaje.

Al ritmo que disminuyen las horas de juego libre, disminuye el nivel de empatía y creatividad en los niños y aumentan el narcisismo, la ansiedad y la depresión. Crece el número de adultos inmaduros e inadaptados.

Gray advierte de que hemos pasado a una visión “escolarizada” del desarrollo infantil. Los niños no necesitan más horas de clase, necesitan más horas de juego. Reclama menos deberes y más tiempo libre para descubrir el mundo.

Necesitan jugar

Los niños no necesitan tener todo su tiempo planificado, relleno de actividades estructuradas. No hace falta añadir elementos “educativos” al juego. Jugar enseña de por sí, es un fin en sí mismo.

Tenemos que devolver su valor al juego. Muchos padres desearían ver a sus hijos jugando libres en la calle, pero las condiciones deshumanizadas de la ciudad, la inseguridad y los horarios imposibles lo impiden. La alternativa pasa por introducir modificaciones relevantes en nuestra forma de vida. Trabajando a nivel de barrio, tratando de aumentar la confianza entre vecinos, creando entornos seguros para jugar, con vigilancia pero sin intromisión, reducir los deberes, prohibir el tránsito de coches por ciertas calles durante unas horas… Y, sobre todo, liberar las agendas de los niños o, al menos, incluir en ella grandes espacios vacíos en los que solo se lea: JUGAR.

“Los pequeños no quieren estar recluidos en su habitación para jugar, ni en ludotecas, ni en todos esos espacios que construimos para que estén controlados. Lo que hace un niño controlado por un adulto es distinto de lo que hace solo. Los niños necesitan espacios donde, dentro de un clima de control social, ellos puedan hacer lo que quieran: pisar el césped, subirse a los árboles y jugar con las lagartijas”, Francesco Tonucci.

Artículo ofrecido por Mariola Lorente Arroyo, Universidad de Padres-Fundación Edelvives

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