Una investigación concluye que el altruismo nace en la cuna
Este experimento acaba con la idea de que la solidaridad se desarrolla con los años. Estos investigadores han podido comprobar cómo los niños, tengan o no tengan hambre, renuncian a alimentos nutritivos para dárselos a un desconocido que lo necesita.
La solidaridad con nuestros vecinos es uno de los bienes más preciados de una sociedad. Es lo que le hará avanzar hasta un mundo más justo pero, sobre todo, más humanitario. Y es que dar algo a alguien que lo necesita, te acaba dando a ti algo que no tenías y que resulta mucho más valioso: el bienestar y la satisfacción personal de saber que otras personas pueden disfrutar de lo que a ti no te hace falta, la generosidad.
España es uno de los países más solidarios del mundo, así lo demuestran los datos oficiales dentro de los diferentes ámbitos. Por ejemplo, en cuanto al trasplante y la donación de órganos, España encadena 28 años de liderazgo mundial absoluto, con una última tasa de 114 trasplantes por millón de población, la más alta del planeta, según la Organización Nacional de Trasplantes (ONT). Además, también se encuentra en el primer puesto del ranking de sociedades dispuestas a acoger a refugiados, tal y como refleja el Eurobarómetro Otoño 2018, en el que el 86% de los españoles están a favor de una política europea común sobre migración. Hay que añadir también la colaboración de los españoles con las entidades no lucrativas, ya sean de alimentos, de ropa, de firma de causas, etcétera. Kantar Millward Brown para la Asociación Española de Fundraising en 2018, firma un estudio que ratifica que el 86% de los adultos ha colaborado alguna vez con una de estas causas y que el 55% lo ha hecho de forma económica.
Ahora bien, ¿dónde nace ese sentimiento altruista? Quizá estamos acostumbrados a pensar que es algo que desarrollamos con los años a través de cualidades directamente asociadas a la inteligencia emocional, como puede ser la empatía. Pero resulta que una nueva investigación certifica que ese espíritu de dar viene implícito desde la cuna.
El estudio de nombre Altruistic food sharing behavior by human infants after a hunger manipulation, comportamiento de reparto de alimento altruista por parte de la infancia tras estar hambriento, en su traducción al español, realizado por el Instituto de Aprendizaje y Ciencias del Cerebro de la Universidad de Washington, (I-LABS), ha concluido que el altruismo podría comenzar en la primera infancia. En la muestra obtenida de más de 100 bebés de 19 meses, los investigadores descubrieron que los niños, aún teniendo ganas de comer, le daban lo que tenían a un desconocido que lo necesitaba.
El investigador posddoctoral de I-LABS y autor principal del estudio, Rodolfo Cortes Barragán, cuenta que esta psicología social parte de la hipótesis de que "las familias de diferentes culturas tienden a variar en el valor que otorgan a ser un miembro del grupo armonioso, empático y con respecto a otros". Lo que puede estar relacionado con las prácticas de crianza que apoyan la expresión de comportamiento altruista.
Cortes Barragán incide en la importancia de estudiar el altruismo porque es uno de los aspectos más distintivos del ser humano pero también va más allá: "Es una parte importante del tejido moral de la sociedad", dice. Y continúa diciendo que la idea de crear el estudio parte de que "los adultos nos ayudamos mutuamente cuando vemos a otro necesitado, y hacemos esto, incluso, si supone un coste para uno mismo. Así que probamos la raíz de esto en los bebés".
Los profesionales de I-LABS querían comprobar si los pequeños podían actuar más allá del interés propio cuando se enfrentaban a una necesidad biológica esencial: en este caso, la alimentación. Eligieron frutas aptas para niños, como plátanos, fresas y uvas, y establecieron una interacción entre el niño y el experto. ¿Con qué fin? Determinar si el niño, sin ningún ánimo, instrucción verbal o refuerzo, daría espontáneamente un alimento atractivo a una persona desconocida a pesar de tener hambre, y el resultado fue que los bebés renunciaron a esos alimentos naturales y ricos en nutrientes por el simple hecho de dárselos a un extraño.
¿Y si tomamos el ejemplo de los niños pequeños? Porque si un bebé, fascinado por los colores, las texturas y los olores nuevos, es capaz de renunciar a ese abanico de estímulos para cedérselos a un semejante, ¿qué podemos ser nosotros capaces de hacer con nuestras facultades plenamente desarrolladas?