Así es el primer afeitado
De colega a colega. El padre es la persona indicada para guiar a su hijo adolescente en esta experiencia.
No sucede de repente, pero muchos padres tienen esa sensación. Un buen día –durante el desayuno, en la cena, en casa de la abuela...– se encuentran con la sorpresa de que su pequeño hijo (ya ha dado el estirón, pero cuesta hacerse a la idea) luce un rotundo bigote. En realidad, no es exactamente rotundo, pero el asombro siempre pinta las cosas un poco más negras de lo que son...
Entonces, alguien (papá, mamá, el hermano pequeño, la tía...) pronunciará la fatídica frasecita: "¿Te has fijado?, ¡ya tiene bigote!", mientras señala con dedo acusador la sombra incipiente que asoma bajo la nariz del avergonzado adolescente ("¡Qué horror!, ¿no tendrán otra cosa en que pensar?"). Porque al interpelado maldita la gracia que le hacen los comentarios sobre su bozo, aunque lo disimule.
Un cambio que les halaga y les inquieta
En primicias barberiles y cualquier otra cuestión relacionada con su aspecto físico, los adolescentes carecen de sentido del humor. A algunos incluso les produce inquietud esa pujante mudanza en su piel. Así que, nada de bromas sobre su apremiante bigotito.
Ya sabemos que estos cambios físicos son gajes de la pubertad. Es normal que los chavales se encuentren extraños, se comparen con sus colegas y se les cuele de rondón esa inquietud que roe a todo adolescente: «¿Soy como los demás chicos?», «¿Todos pasan por esto?». Ellos piensan que crecen con demasiada rapidez... o con irritante parsimonia, y ninguno (o muy pocos) está contento con la marcha que lleva el asunto.
¿Y si el chaval no dice nada hay que apremiarle para que se afeite? No es buena idea adelantar los acontecimientos, es mejor que sea él quien tome la iniciativa.
Pero los chicos no suelen tener prisa. Un poco de sombra en la cara no les disgusta demasiado y está perfectamente aceptado entre sus amigos y compañeros. Es más, ellos valoran la aparición de los rasgos más masculinos como una muestra de madurez y de fuerza. No es extraño que los chicos más populares sean los más crecidos de la clase. Por lo tanto, tardarán un tiempo en interesarse por su primer afeitado.
Y cuando se pongan manos a la obra...
Quizá pregunten a su padre, o a un adulto de su confianza, sobre el quid de la cuestión. Cuanto más dispuesto se muestre su guía, más fácil será su apoyo y consejo en otros muchos asuntos.
Manejar por primera vez una maquinilla de afeitar es sumarse a un secular ritual masculino. Para el hijo es un día señalado: ya forma parte del club, no importa con cuánta periodicidad lo frecuente. Para el padre es una buena ocasión de aumentar la confianza y la complicidad con su hijo a una edad en la que ninguna de las dos cosas abundan.
Puede acompañarle a comprar la maquinilla, la espuma y el bálsamo adecuados; mostrarle la posición y dirección correcta del aparato, los trucos que evitan los cortes de novato... Es un buen modo de participar en los descubrimientos y madurez de su hijo. Y, sobre todo, una forma de aportarle una valoración positiva sobre su cuerpo y una seguridad que le ayudará a abrirse camino en otros muchos aspectos de su vida.