Los datos más interesantes que un niño debe saber sobre los gatos
Los gatos pueden convertirse en un amigo inseparable del niño. Y es que, lejos de lo que se cree, son muy cariñosos y en la mayoría de las ocasiones buscan compañía. Descubre qué deben saber tus hijos sobre ellos.
Fue en el año 2011 cuando llegó a nuestra casa Kiwi, una gata tricolor de 3 meses que decidimos acoger del albergue. Desde siempre nos hemos negado a comprar animales en tiendas, principalmente por el hecho de que muchos de los albergues de la ciudad siempre están llenos de gatos y perros abandonados. Así que, sin esperarlo, la pequeña llegó a nuestras vidas.
Seis meses después recibimos la llamada de una amiga, que se había encontrado con un gatito de pocas semanas en su jardín, abandonado por su madre, y que no podía quedarse por tener una docena de perros. Tomamos la decisión de quedárnoslo, y fue así como llegó Kuthumi. ¿El resultado? Despertarnos de madrugada para darle el biberón. Y aunque fueron noches de mucho sueño, hoy en día sigue con nosotros, regalándonos cariño.
Pero la cosa no quedó ahí. A los seis meses de llegar Kuthumi llegó Kora, una maravillosa gata angora de color blanco y ojos azules que, por aquel entonces, tenía cuatro meses de edad. Y, finalmente, alrededor de un año y medio después, llegó Konan, un gato negro que encontramos de sorpresa en una tienda.
El pobre estaba desesperado porque llevaba horas encerrado, y unos minutos antes lo habían separado de su hermano. Decidimos adoptarlo al momento, y fue así como nuestra maravillosa familia de mininos se convirtió en cuatro peludos con bigote.
Poco tiempo después de la llegada de Konan nació nuestra hija, Gaia, y cuatro años después Siena, que ahora tienen 6 y 2 años, respectivamente. Y, no hay duda: los gatos, al igual que los perros, pueden convertirse en los mejores amigos de los niños. Siempre y cuando, claro está, se encuentren en todo momento bajo la supervisión de un adulto. Y lo digo por experiencia.
Algunas cosas que deberíamos saber desde un primer momento
La relación entre un gato y un niño puede ser muy alegre y divertida, pudiendo incluso conducir a una amistad no solo larga, sino también profunda. Pero la interacción entre un minino y un niño pequeño puede causar problemas y / o desencadenar en peleas físicas.
Esto es debido a que los niños no comprenden las señales del gato cuando les está pidiendo su espacio, lo que acaba resultando en arañazos y mordeduras. Luego, el resultado es evidente: terminamos con un gato y un niño molestos y asustados.
Pero no solo puede ocurrir con los bebés que tienen dificultades para caminar, y que no entienden todavía que un gato puede enfadarse cuando necesita su espacio y el pequeño está continuamente encima de él. También puede suceder con niños de 4 años, en especial en aquellos momentos en los que desean jugar con él y el gato no está por la labor.
El gato necesita su propio espacio
Los gatos son muy territoriales, además de ser un animal muy organizado, motivo por el cual puede estresarse muy fácilmente ante el menor cambio o la menor molestia. Por ello necesitan tener su espacio y un lugar adecuado donde descansar y situarse.
De hecho, suele ser común que permanezcan en un tiempo fijo durante algunos días, para luego cambiar e irse a otro. Así constantemente.
También necesita algo de tranquilidad, sobre todo en aquellos momentos en los que se aísla, se limpia, cuando come o cuando duerme. En esos instantes es imperativo no molestarlo, incluso aunque aprecie nuestra compañía o la de nuestros hijos. En resumidas cuentas, el gato también necesita tiempo para él, lejos de los demás.
A diferencia de lo que se cree, el gato también necesita nuestra compañía

Niño con gato
Solemos pensar que los gatos son muy independientes y que, además, siempre tienden a estar solos porque son ariscos. Pero esto es falso. Es más, quien ha tenido un gato en algún momento en casa sabe al cien por cien que esto no es en realidad así.
Y es que, aunque el gato se aísle para estar tranquilo y descansar (como también tendemos a hacer nosotros), tenemos que estar ahí para él. Los felinos no suelen apreciar la soledad por mucho tiempo, ya que necesitan saber que estamos ahí.
De hecho, el gato también necesita momentos de ternura. Y si le explicamos a nuestros hijos/as cómo deben acariciarlo y qué otras cosas no deberían hacer, no hay duda que todo puede ser tan maravilloso como reconfortante.
Para ello, debemos explicarle al niño que es muy importante dejarle que se acerque a ellos, y no acariciarlo si él no quiere. Aunque todo dependerá de la personalidad que tenga el minino. A algunos les gusta que los abracen, a otros les encanta sentarse en las rodillas, y otros simplemente se contentan con una simple caricia mientras permanecen cerca.
Debemos prestar atención al lenguaje corporal del gato
Es conveniente ayudar a nuestro hijo a saber cuándo el gato se encuentra relajado y cuándo no. Un gato al que le gusta que lo acaricien tiende a frotarse contra las manos, la ropa del niño, o simplemente se apoyará en él buscando alguna caricia. También es común que ronroneen, o que mantengan la cola erguida y meneen la punta.
Pero existen algunas señales que debemos tener en cuenta. Por ejemplo, cuando el gato menea la cola, la tiene erizada o la sitúa más bien baja pueden ser signos de que no desea que le sigan acariciando. Igualmente, un gato ansioso también podría gruñir, extender las garras o mover las orejas.
La importancia de enseñar al niño la mejor manera de acariciar al gato
Debemos mostrarle al niño cómo abrir la mano y acariciar suavemente al gato cuando empiece a hacerlo. Eso sí, es necesario tener especial cuidado con los bebés y niños pequeños, que a menudo patean, acarician, estiran el pelo o aprietan la piel del gato sin saber que le están haciendo daño.
Si es necesario, podemos optar por sostener la mano del bebé o del niño pequeño para asegurarnos de que mantenga siempre la palma abierta mientras la acaricia.
Igualmente, es imprescindible enseñarle que debe acariciar al gato siempre en la parte superior de la cabeza, en la espalda, hombros o cuello, y nunca en el área de las patas, la cola o el estómago.