Cómo mantener una buena comunicación con tu hijo adolescente
Si sabemos mantener una buena comunicación con el adolescente, pasaremos momentos muy agradables. Acompañarles en su proceso de crecer está lleno de sorpresas interesantes.
Dialogar con tu hijo adolescente, observar sus cambios y descubrimientos tiene momentos encantadores. Su incorporación al mundo de los jóvenes primero y de los adultos después, será una liberación muy satisfactoria para ellos y para nosotros, si sabemos educarles.
¿En qué consiste realizar bien nuestra tarea como educadores?
Como comento en mi libro Atrévete con su adolescencia, consiste, fundamentalmente, en enseñarles a ser autónomos, afrontando su vida con responsabilidad, sabiendo desprenderse de nosotros paulatinamente. Para lograrlo, nuestro adolescente necesita que nos comuniquemos con él. No es cantidad de tiempo lo que necesita pero sí calidad: un tiempo mucho más íntimo y personal que en la etapa anterior. Tendremos que dejar de dirigimos a él solo para reprocharle algo o para darle alguna instrucción: «Sales demasiado», «No me gustan tus amigos», «¡Estudia!», «Te pasas el día enganchado al móvil», «Recoge tu cuarto, parece una leonera», «¡Da la sensación de que ya no te importamos!»…
Para hablar con él debemos elegir momentos tranquilos, solo nuestros: mientras paseamos, sentados en el banco de un parque, cuando vamos de camino para compartir un deporte, después de ver una película juntos… o en un rincón tranquilo de casa, pero «a solas». Aunque a veces la comunicación puede resultar difícil y conflictiva, sin duda podremos disfrutar de conversaciones intensas hablando de lo que desea hacer, de sus sentimientos, sus ideas, sus sueños…, conversaciones que serán una delicia.
Con el adolescente se pueden pasar ratos muy agradables. Aunque existan momentos tensos, nuestra vida no tiene por qué ser una continua discusión. Si sabemos comprender sus dudas, sus cambios de humor, sus silencios, su angustia, su incertidumbre, su rebeldía…, podremos disfrutar su alegría, su ilusión, su vitalidad, su deseo de ser él mismo y de su afán por crecer y convertirse en adulto.
Aunque a veces lo parezca, no nos distanciamos emocionalmente, y aunque nos va a necesitar cada vez menos para afrontar su vida, nuestra relación afectiva será cada vez más profunda.
Al acabar la adolescencia, se inicia la juventud. Se suelen utilizar los términos adolescencia y juventud como sinónimos; sin embargo, son dos etapas con características diferentes. La adolescencia es una etapa conflictiva, de crisis, de dudas, de búsqueda… La juventud es equilibrada y tranquila. Si nuestro hijo aprendió en la adolescencia a asumir sus responsabilidades (si no le resolvimos la vida como si continuase siendo un niño), llegará a la juventud tranquilo, equilibrado. Las constantes dudas y las crisis del adolescente quedaron atrás. El joven sabe lo que quiere, elije y toma decisiones que le encaminan hacia la independencia responsable y adulta, hacia una vida que deberá crear, organizar y financiar con autonomía.
No necesita que le controlemos. Es capaz de organizar su vida. Por lo tanto, cuando nos comunique lo que desea hacer, podemos apoyarle, sus decisiones están bien tomadas. No me refiero a que no se equivoque o a que no nos necesite, su familia sigue siendo muy importante, nuestro asesoramiento también, pero si se equivoca, sabrá rectificar, y si necesita consultar algo con nosotros, sabrá pedirnos ayuda. Atrás quedó el constante tira y afloja de la adolescencia, la rebeldía porque no quería negociar, el sentirse incomprendido cuando defendíamos un punto de vista diferente al suyo, los pactos incumplidos porque le costaba respetar los acuerdos. Empieza una etapa de comunicación fluida en la que, en lugar de estar pendientes de él, podemos confiar en que acudirá a nosotros cuando lo necesite.
Pero muchas veces llega a su juventud siendo todavía adolescente… Es cierto y una gran lástima que haya tantos jóvenes que sigan siendo adolescentes al llegar a su juventud. Si cuando nuestro hijo era adolescente no le ayudamos a asumir sus responsabilidades, si le dimos libertad sin comprometerse, si resolvimos su vida o decidimos por él…, no estará preparado para afrontar su juventud.
Querrá seguir dependiendo de sus padres sin colaboración por su parte. Pretenderá que continuemos resolviendo su vida. Se quejará si le exigimos o si no le damos lo que nos pide. La comunicación será difícil y a menudo insoportable.
Merece la pena hacer el esfuerzo de ayudarles a vivir su adolescencia. Al final de la etapa, ellos y nosotros obtendremos la recompensa: un hijo independiente, equilibrado, maduro y responsable. Verdaderamente merece la pena vivir intensamente la adolescencia para lograr los objetivos de esta etapa preparándoles para la siguiente. Y, sobre todo, para disfrutar mientras les enseñamos a afrontar su vida.
Escrito por Maite Vallet es pedagoga y fundadora del Centro de Educación María Montessori. Imparte cursos y talleres '¡Atrevétete con su adolescencia! Disfruta esta etapa de la vida' para padres de hijos entre 12 y 16 años. Inscríbete