Ser Padres

¡No te ajunto!

¡No te ajunto! Esa frase es el día a día de una escuela infantil. Los niños de 3-4 años son egocéntricos y no entienden el dolor ajeno ni otros puntos de vista.

Leyre Artiz

Por mucho que los adultos les expliquen las reglas de educación, ellos podrán obedecer, pero no comprender. Al fin y al cabo, ¿no es injusto que nos obliguen a divertirnos con quien nos rompe los juguetes? ¿Por qué van a tener que compartir una muñeca con alguien que no la tiene?

Luchan por sus intereses y no es raro que, si los ven peligrar, prefieran estar solos antes que compartir sus cosas. Para los niños de tres años, la amistad es algo superficial: se limita a las personas con las que están jugando, con las que están a gusto y se divierten.

Los niños saben muy pronto lo que quieren y con quién. Eligen a sus compañeros (cuando existe esa opción) y no tienen problemas de conciencia por dejar fuera de su mundo a aquellos que no les gustan o no comparten su forma de jugar. Máxime si han tenido una mala experiencia anterior o si el nuevo amigo es de otro sexo.

Pero, ¿por qué? Cuando les preguntamos responden rotundamente: «Porque es tonto». O porque es bruto, cursi, más pequeño, gordo, lleva gafas o tiene mocos.

Los adultos les obligamos a jugar con todos los niños. Intervenimos para enseñarles la importancia de la tolerancia, sin darnos cuenta de que nosotros mismos tampoco invitaríamos a cenar a casa a alguien que nos tira del pelo o nos da patadas.

La realidad –para bien o para mal– es que algunas personas nos atraen más que otras. Enseguida tomamos cariño a compañeros afines a nosotros y evitamos a gente muy diferente. Nuestros hijos hacen lo mismo. Y su elección no se puede subestimar: es un paso muy importante en su desarrollo.

¿Cuándo tienen que intervenir los adultos?

El mayor problema suele encontrarse en los otros, los que son excluidos. A menudo hay razones para que les rechacen. Alguien que tira las espinacas a su compañero, que incordia constantemente, que siempre quiere mandar y ser obedecido tiene que aprender que existen normas y que él también tiene que respetarlas.

Pero si la razón de la exclusión va más allá, si el rechazo está injustificado, los adultos deben equilibrar la dinámica del grupo. No puede haber niños marginados porque son gorditos, llevan gafas, son lentos o, simplemente, porque son tímidos.

En estos casos, es fundamental enseñarles a valorar otras cualidades. Si Susana es un poco lenta, seguro que es muy buena haciendo peinados a las muñecas; y si Nicolás es el único chico en un grupo de niñas, podrá interpretar el papel del papá en el juego de las casitas. Son los adultos los que tienen que hacer comprender, con explicaciones sencillas y con alternativas razonables, que puede ser divertido jugar con todos los niños.

Si los padres oyen constantemente, sobre todo a estas edades, frases del tipo: «¡Marcos está otra vez molestando!», probablemente el problema sea más serio. Se debe prestar atención y averiguar por qué todos los niños dicen lo mismo. Quizá Marcos necesite una ayuda extra para relacionarse. Y ahí están los padres, los educadores, los profesores... para echarle una manita.

¿Y si el rechazado es mi hijo?

Saber cuándo intervenir y cuándo no (y cómo) no es siempre fácil. Por un lado, es importante que el niño pueda y sepa elegir; pero, por otro, tiene que aprender a ceder y a hacer cosas que no le gustan. Necesitan integrarse.

Para lograr ese equilibrio tan complicado, hay que tener presente algo muy importante: el niño marginado no se debe quedar con la sensación de que es tonto. Si se siente así reiteradamente, puede destruir su autoestima. Hay que explicarle por qué suelen rechazarle:«Si les rompes los juguetes, nunca querrán jugar contigo», «Hoy las niñas quieren jugar con sus cosas, pero mira, los columpios están vacíos».

Los niños necesitan sentirse integrados con los demás y reforzar este sentimiento es tarea de los adultos. Hablar, entender por qué siguen excluyendo al mismo compañero y, si no es un argumento razonable, hacerles entender su error es fundamental para su desarrollo social. Así aprenderán algo muy importante en la vida: la capacidad de defender sus propios intereses sin que sea a costa de los demás.


Asesor: Francisco J. Arroyo, psicólogo infantil del gabinete Amanecer.

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