¿Quién dijo que la enfermedad del beso era de adolescentes?
Los niños pequeños no están a salvo de esta infección provocada por un virus. Los primeros síntomas son fiebre, dolor de garganta e inflamación de los ganglios del cuello.
María solo tenía dolor de garganta y la fiebre habitual que suele acompañar a las faringitis. Así que sus padres no se preocuparon en exceso. Una dosis de la versión infantil del ibuprofeno acabaría rápido con la dolencia, como había pasado decenas de veces desde que la niña empezó en la escuela infantil. Pero, una vez administrado el fármaco que, como cualquier padre sabe, ejerce un efecto casi milagroso sobre los más pequeños, ni la fiebre ni el malestar de María, de cinco años, decrecieron como debían.
Primer diagnóstico: Faringitis
Además, la niña tenía placas y sus padres decidieron que, sin querer caer en el exceso de preocupación, la visita al pediatra se hacía necesaria. Esa primera consulta concluyó con un diagnóstico de faringitis, buenas palabras y vuelta a casa de la pequeña, que en un máximo de dos días volvería a ser la misma de siempre. Algo falló en el diagnóstico del pediatra o en los medicamentos y los padres de María empezaron a inquietarse. Sobre todo cuando los ganglios del cuello se inflamaron muchísimo y la niña empezó a quejarse de no poder tragar bien. Así que hubo que repetir visita al médico que, esta vez, fue un poco más allá en la exploración. Y la sorpresa vino al palparle el abdomen. El médico notó un incremento del tamaño del hígado y el bazo, que acompañaba a los otros síntomas inusuales que habían notado los papás. Y el pediatra ya habló de una sospecha clara de mononucleosis. No era una enfermedad desconocida para los padres de María. De hecho, el padre recordó el caso de un compañero de instituto que la padeció, hace ya muchos años. Y recordó también el otro nombre de la patología, también conocida como la enfermedad del beso. Pero ¿esto no era una enfermedad de adolescentes? Preguntaron al especialista que trataba a su pequeña. En efecto, esa es la idea que se tenía, pero la situación ha cambiado en los últimos años. La edad media de contagio de la enfermedad ha disminuido últimamente y ahora se ve más en niños más pequeños. Obviamente, la palabra beso no hace referencia a un único método de transmisión, sino a la vía principal de contagio, la saliva. Marisa Navarro, presidenta de la Sociedad Española de Infectología Pediátrica, ha estado muchas veces con padres como los de María, respondiendo a las mismas preguntas y ofreciendo similares explicaciones. Y es que, según reconoce, la mononucleosis es “bastante frecuente”, incluso antes de los seis años. Además de los síntomas ya relatados, la experta añade la aparición de un exantema (una especie de erupción) en el tronco de los más pequeños, que a veces puede extenderse a la cara. Es un síntoma secundario, que solo afecta al 20% de los enfermos.
¿Qué es la mononucleosis?
Se trata de una dolencia provocada por un virus, en concreto el Epstein–bar, que se integra latente en el organismo y puede reactivarse de manera asintomática. Por esta razón, muchas veces los padres no identifican la causa del contagio de la enfermedad, como ocurrió en el caso de María que, teóricamente, no había estado con ningún niño enfermo. El Epstein–bar pertenece a una familia muy conocida por padres y pediatras, la de los virus zoster, la misma que la varicela, por citar solo un ejemplo. Son virus que pueden pasar inadvertidos porque, al cursar con una sintomatología parecida a la de otras muchas infecciones infantiles y curarse solos, en ocasiones no da tiempo a que se tenga que hacer un diagnóstico diferencial, como sí ocurrió en el caso de María. Después de que el médico palpara un hígado y un bazo más grandes de lo normal en el cuerpecito de María, se hicieron las pruebas necesarias para confirmar algo que la clínica ya daba por supuesto. Se trata de un simple análisis de sangre que, normalmente, dará algunos valores fuera de lo normal. En concreto, se suele observar un aumento de los glóbulos blancos, tanto de una clase llamada linfocitos como de otra denominada monocitos. Además, como afecta al hígado, existe otra cifra que se altera, vieja conocida de los adultos con problemas de colesterol: las transaminasas. Por supuesto, también se buscan los anticuerpos específicos al propio virus pero, como señala la doctora Navarro, el test que ofrece resultados más rápidos, el Monotest, suele dar negativo en los más pequeños, que han de esperar una semana a la prueba en sangre más fiable para los menores. Y una semana es aproximadamente lo mínimo que puede durar la mononucleosis, un aspecto que, como recuerdan los padres de María, es de los más desesperantes. “Aunque sabes que ya está diagnosticada y que se va a curar, costaba verla tan floja durante tantos días. Se pasa mal”, recuerda Inés, su madre.
Un mensaje de tranquilidad
La doctora Navarro lo ratifica. Muchas veces el papel de los pediatras se limita a tranquilizar a los padres porque la mononucleosis comparte una característica principal con otras enfermedades provocadas por virus similares: no responde a ningún tratamiento específico, hay que armarse de paciencia y esperar a que el organismo elimine el virus y lo deje en su forma latente, en la que va a mantenerse, sin consecuencias, durante toda la vida. En ocasiones todo el proceso lleva más de un mes porque esa primera fase, que a María no le duró más de una semana, se puede alargar hasta los 15 días entre espera sin ir al médico y diagnóstico erróneo de faringitis vírica o bacteriana. Una vez que está claro que nos enfrentamos a una mononucleosis, una semana o diez días de malestar es casi inevitable. A los padres, además de recetárseles paciencia, se les sugiere que administren tratamiento sintomático para la fiebre. De nuevo, los conocidos paracetamol e ibuprofeno en su versión infantil. En ocasiones, y solo si el médico lo indica, habrá que administrar corticoides, si la inflamación de las amígdalas hace que la obstrucción en la garganta haga muy difícil al pequeño respirar o tragar. El mensaje ha de quedar claro. Como saben los padres de María, la enfermedad pasa, aunque tarde. Los niños, como su hija, quedan como si nada hubiera sucedido, tras 15 o 20 días que, eso sí, se hacen muy largos. Es una temporada en la que el niño no debería acudir ni a la guardería ni al colegio y tampoco es recomendable una práctica excesiva de ejercicio. Normalmente, esta recomendación no es ni necesaria ya que, al estar malitos, son los propios menores los que no tienen ganas de moverse en exceso. Pero existe un motivo para insistir en ella y es la única complicación que se ha descrito en muy pocos casos de mononucleosis. Se trata de la ruptura del bazo, algo que no suele suceder pero que hay que tener en cuenta como posibilidad. Por: Ainhoa Iriberri