¿Qué aprenden los niños cuando celebramos algo?
Festejar los acontecimientos felices significa demostrarles lo mucho que les queremos y llenar su vida de recuerdos imborrables.
Estaba nevando. Recuerdo a mi padre quitando la nieve que impedía abrir la puerta de casa –dice Inés, hoy madre de Pedro, Raúl y Alba–. “¿Podrán llegar los Reyes?”, le pregunté. “Claro, hija”, me contestó. “Siempre vienen”. “Al día siguiente mi felicidad era enorme. Los Reyes no faltaron a su cita, pese a la nieve”.
La vida gira alrededor de los días felices
Los domingos de invierno en casa, la Navidad, la noche de Reyes, el día de cumpleaños. Cuando se es niño, la vida gira en torno a estos momentos dichosos que se esperan con impaciencia. ¿Y porqué es tan importante celebrarlos?
“La mejor forma de organizarse la vida es hacerlo alrededor de acontecimientos felices –aseguraba el psicoanalista Bruno Bettelheim–. Si estas ocasiones se celebran con el espíritu apropiado, la sensación grata que producen puede durar el resto de la vida”. En su libro No hay padres perfectos (ed. Crítica), Bettelheim ilustraba esta afirmación con una anécdota muy reveladora: cuando los nazis ocuparon Noruega, durante la segunda guerra mundial, una psicoanalista acompañó a un grupo de refugiados que huía hacia Suecia. Entre ellos se encontraban varios niños.
La psicoanalista miró por casualidad en la mochila de un niño y encontró en ella una estrellita de plata, de las que suelen colgarse en el árbol de Navidad. Puesto que ella iba a ser la responsable de los pequeños cuando llegaran a Suecia, intentó averiguar qué otras cosas habían escogido para llevarse en su huída, por considerarlas valiosas. ¿Qué encontró? Estrellas y campanillas de cartón pintadas de púrpura. Aparte de estos objetos no poseían nada, salvo la ropa que llevaban puesta. Aquellas baratijas de adorno, símbolos de una felicidad que conocieron en su casa, mitigaban su soledad y les infundían una promesa de esperanza en el futuro.

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Las celebraciones les aportan seguridad
Esta situación límite corrobora la tesis de Bettelheim: “Los niños se valen de la seguridad simbólica que ofrece el espíritu de las festividades para proporcionarse a sí mismos apoyo moral cuando más lo necesitan”. Por suerte, no hay que llegar a circunstancias tan extremas para poder verificar los beneficios que las celebraciones aportan a un niño. El disfraz que mamá cosió expresamente para él en su cumpleaños, el ansiado regalo de Reyes esperado durante tantos meses, la fiesta en casa cuando papá volvió tras un largo viaje de trabajo… son aniversarios secretos del corazón, recuerdos mágicos que dan un sentido positivo al cotidiano paso de los años y permanecen para siempre en la memoria.
Si hay unas fiestas que de verdad son para los niños, estas son las Navidades
Padres, abuelos y tíos, toda la familia, se convierten en gozosos conspiradores para que los pequeños de la casa vivan estas fiestas con la mayor de las ilusiones. ¿Hay que celebrar la Navidad necesariamente? Esta festividad está sólidamente enraizada en nuestra cultura y tiene un alcance más amplio que el puramente religioso.
Todos conocemos a familias que no son creyentes, pero que, sin embargo, mantienen esta tradición secular. Algunos padres festejan la llegada de Papá Noel; otros, la de los Reyes Magos. Hay personas que alegan que estas fiestas se han convertido en un canto al consumismo, en comprar más y más regalos. Es posible que tengan su punto de razón. Pero, ¿es razón suficiente para privar a nuestros hijos de estos aniversarios felices? Lo que de verdad cuenta es el ritual, la tradición, el que los niños sientan estos días como algo muy especial, rodeados de los seres queridos.
El día en que naciste, tu padre estaba…
Se lo saben de memoria, pero ¡qué placer les da oírlo contar una y otra vez! Celebrar su cumpleaños es festejar el día de su nacimiento, confirmarles que su llegada a este mundo fue un acontecimiento feliz para toda la familia. Nuestros hijos necesitan sentirse muy especiales ese día; precisan que les demostremos lo importantes que son para nosotros, lo mucho que les queremos. Y si pasamos este día de puntillas, sin implicarnos a tope ni dedicarles la exclusividad necesaria, lo pasarán mal y pensarán que su cumpleaños no nos regocija tanto como ellos desearían.
Algunos padres, por falta de tiempo o quizás por comodidad, cuando el cumpleaños de su hijo coincide con una festividad familiar (la Navidad, por ejemplo), funden ambas celebraciones en una sola. En casos así, es preferible posponer su aniversario para otro día, para que sea un festejo exclusivamente para el niño. A los pequeños no les importa aplazarlo si saben que sus padres se desviven por organizar una fiesta solo para ellos.
Hay acontecimientos muy importantes en la vida de un niño, que también conviene celebrar, aunque no vengan en el calendario. El primer día de cole es, sin duda, una jornada muy especial. “Pero mejor que festejar ese día, que algunos niños lo viven con cierta ansiedad, es preferible esperar un poco hasta que hayan superado el proceso de adaptación –matiza la experta–. Así, además de celebrar que se ha hecho mayor, se puede conmemorar el reencuentro con los amiguitos, lo bien que se lo pasa cada día en la escuela. A ellos les encanta también que festejemos los actos de autonomía que han conseguido tras mucho esfuerzo. Ponerse el pijama solos, bañarse sin ayuda… Es una excelente manera de reforzar sus logros y de que sientan satisfechos de sus conquistas”.
Siempre hay algo que celebrar
Mamá ha empezado a trabajar fuera de casa; papá, que estaba en el paro, ha encontrado trabajo; el peque ya sabe bañarse solo o ponerse el pijama solo… Celebrar cosas como éstas hace que nuestros hijos se sientan partícipes de la vida familiar y disfruten con nosotros. Son regalos intangibles, pero valiosos que recordarán toda la vida.