¿Padres perfectos? Cinco consejos para luchar contra el sentimiento de culpa
Padres y madres cargan siempre con dos pesadas losas: la sombra de no ser perfectos y cometer errores y el sentimiento de culpa. No existen los padres y madres perfectos, ni falta que hace, todos cometemos errores y hay que aprender a lidiar y a gestionar la culpa.
En esta sociedad tan competitiva en la que vivimos, estamos tan acostumbrados a rendir cuentas en el trabajo, a dar lo máximo de nosotros mismos en el ámbito profesional, a buscar la perfección y tratar de superarnos cada día, que tendemos a llevarnos ese nivel de autoexigencia también a la esfera personal. Y muchas veces enfocamos la maternidad y la paternidad como un desempeño competencial en el que debemos sentirnos como ‘padres altamente cualificados’, sin espacio para las fisuras. Queremos que todo sea perfecto, pero la perfección no existe, y cuando en determinados momentos de debilidad caemos en la cuenta de ello nace en nosotros un sentimiento de culpa que a veces nos resulta difícil de gestionar.
Se dan diferentes factores que hacen crecer en nosotros esa sensación de culpabilidad. Por un lado, casi todos tenemos la imagen de ese padre o esa madre ejemplar, ese personaje de película o de serie de televisión que todo lo hace bien, o esa persona de nuestro entorno que, desde fuera al menos, parece tener una vida perfecta, y nos sorprendemos a nosotros mismos tratando de imitar ese papel imposible. Y cuando sentimos que no podemos lograrlo, nace en nosotros una profunda frustración.
A ello se suman otras circunstancias, como ese análisis que tendemos a hacer de cómo fue nuestra relación con nuestros progenitores, en el que encontramos algunos errores y determinadas carencias que, nos prometemos, no volveremos a repetir con nuestros hijos. Queremos ser padres ejemplares, padres modelo, estar a la altura de lo que se espera de nosotros… Y eso, claro, en la práctica es más fácil decirlo que hacerlo. Sobre todo porque somos nosotros mismos quienes nos marcamos un listón demasiado alto que nunca alcanzamos, y de nuevo llega la frustración.
Si trabajamos fuera de casa, nos sentimos culpables por no pasar demasiado tiempo -o tiempo de calidad- con nuestros hijos. Si teletrabajamos, la culpa viene por no dejar nuestra actividad cuando corresponde y seguir conectados, invadiendo parte del espacio que deberíamos destinar a la familia. En definitiva, sentimos culpabilidad por las largas jornadas de trabajo y por el uso prolongado que hacemos de los dispositivos electrónicos, pero no nos vemos capaces de buscar una solución.
Los dispositivos electrónicos también cargan nuestra conciencia en lo que respecta a la relación que tienen con ellos nuestros hijos. Porque muchas veces convertimos la tablet o el smartphone en “niñeras” y nos sentimos mal porque pasan demasiado tiempo enganchados a ellos. En realidad, este tipo de remordimiento ha existido desde la llegada de la televisión, pero ahora se ha intensificado con el amplio espectro de dispositivos, contenidos y servicios digitales al alcance de los niños. Nos gustaría que jugaran con otras cosas, que se dedicaran a otras actividades, pero nos supera el no saber cómo entretenerlos. Y no hace falta ser payaso o profesor para ser el compañero de juego perfecto para nuestros hijos: tan solo es necesario escuchar, mirar y tener una mente abierta y dispuesta para el juego.
Consejos para gestionar el sentimiento de culpa
Me gustaría ofrecer estos cinco consejos a todos aquellos padres y madres que luchan con frecuencia con el sentimiento de culpa:
El padre/madre perfecto/a no existe. Descarta esa imagen de padre/madre siempre presente, siempre buen ejemplo, que nunca grita ni pierde la paciencia y cada día, en cada momento, tiene las palabras adecuadas y el comportamiento intachable. De verdad, ¡no existe!
- Pide perdón. Cada día es un nuevo día. Intenta hacerlo lo mejor que puedas en el momento, sin pesar, y sigue adelante. No pasa nada por tener que decir a tus hijos: “Lo siento, he perdido la paciencia, perdóname por haberte gritado, siento haber llegado tarde...”. Será incluso un buen ejemplo a seguir para ellos.
- Dedícales un poco más de tu tiempo. Probablemente muchas veces está en tus manos proponerte firmemente pasar más tiempo con ellos. Es lo que más desean nuestros hijos y será su mejor regalo. Olvídate del teléfono a la hora de la cena y escucha con atención todo lo que tengan que contarte, ya sean historias llenas de detalles y descripciones de lo que han soñado, o de las figuras que han construido, o lo que les ha dicho su osito. Todo el tiempo que inviertas ahora en ellos será un tiempo que te será devuelto. Ese es el regalo que tu hijo te hará en el futuro.
- Sé más indulgente contigo mismo. No mereces tratarte con tanta severidad. Tómate unos momentos cada día para perdonarte a ti mismo por cualquier error de crianza que hayas podido cometer el día anterior. Son tan solo pequeños granos de arena. Es mucho más importante saber apreciar lo que tienes y sentirte orgulloso de ello.
- Observa y aprende. Siempre puedes mejorar a partir de las lecciones de otros, tanto para lo bueno como para lo malo. Al observar la interacción entre otros padres y sus hijos puedes tomar ideas positivas que poner en práctica, pero también verte reflejado en otras escenas que te sirvan para cuestionar si eso que no te ha sonado bien en otros sonará igual de mal cuando el protagonista de la acción eres tú mismo.
- Nadie dijo que ser padre fuera sencillo, pero es de las ocupaciones más bellas del mundo. Ser críticos está bien, pero desde lo constructivo. Aprendamos a mejorar como padres, pero sin perder de vista que, además, somos personas, y como tal, no somos perfectos.
Artículo ofrecido por Kate Regan, directora de Experiencia de Aprendizaje de Lingokids.