Cuidadito, por favor
Soy Carmen. Soy trendin. Eso me dice mi biógrafo que proclame, aunque yo no sé lo que significa.
Creo que mi biógrafo está algo molesto porque me han encargado esta columna a mí y no a él. Yo le digo: pero, cielo, si es que tú de ser padre no sabes nada, que tú has escrito mi historia, pero lo lógico es que en este foro escriba yo, que soy madre y abuela por partida doble. Así que aquí estoy, orgullosa por compartir con vosotros mi humilde sabiduría. Aunque reconozco que estoy su poquito nerviosa.
Anoche, sin ir más lejos, no pegué ojo pensando con qué tema inaugurar esta sección, acurrucada en mi cama con el transistor bien pegadito a la oreja, porque Rafa ronca muy alto y a veces le dan ahogos. Ay, qué hombre, si se me ocurre decirle que deje el Ducados se pone hecho una fiera. Que le quiero, ¿eh? Es mi marido y le quiero, pero cuarenta años de ronquidos son muchas noches en vela. Menos mal que tengo la radio y el gustito del almohadón de hilo, que tiene un tacto que ya no lo encuentras.
Yo soy muy de Radio Nacional, porque me hace ilusión que todavía haya algo nacional. Vaya por delante que no lo digo en plan político, que a mí Cataluña me encanta y he estado en Barcelona lo menos tres veces, que es un sitio precioso y las Ramblas son una alegría. A lo que me refiero es que me gusta la Radio Nacional porque es como yo, para todos, como queriendo agradar. Mi hija Lourdes dice que soy una ingenua, y que tratar de complacer a todo el mundo es la mejor manera de no tener a nadie contento. Me da igual, yo prefiero ser así, optimista, queriente.
Pues anoche, mientras veía pasar los números rojos de la radio despertador (que no sé por qué la miro porque es como un taxímetro implacable que te va descontando horas de sueño), escuché a la autora de un libro titulado "La riqueza invisible del cuidado". Es un título precioso. Me encantó también la voz de la señora (creo que dijeron que es socióloga), porque hablaba en un tono entre dulce y marcial, como si una abuela amorosa pudiera ser un sargento de infantería. Me gustan esas mujeres fuertes, creo que mi vida habría sido mejor si yo hubiera sido un poquito más tajante a veces. Por ejemplo, para negarme a cuidar las mascotas de mi nieta Alba, que ya me ha endilgado un conejo, una tortuga, tres peces y ahora amenaza con una especie de comadreja que le han regalado. Que yo soy amante de la Naturaleza y simpatizo con el animalismo, que conste. El conejo lo hicimos al ajillo, pobre criatura, para que dejara de sufrir encerrado en una jaula.
El caso es que esta señora me dejó impactada, porque hablaba de que hay toda una clase social “silente” dedicada a cuidar de los demás, que ni se la ve, ni se le escucha, ni se le paga, ni nada. Gente que cuida de hijos, que cuida de padres, de enfermos, de nietos, de vecinos, de dependientes. Ella lo llama el cuidatoriado. Y dice que está invisibilizado, y que lo que se no se ve es como si no existiera. Y yo pensé: ¡está hablando de mí! Que no es por dármelas de nada ni por afán de protagonismo, pero yo me he pasado la vida cuidando de los demás y nunca me había parado a pensar si me merezco un agradecimiento.
Total, que se me encendió la bombilla, encontré el filón que estaba necesitando para debutar como columnista, porque es contar mi vida, pero con un respaldo académico. No tuve más remedio que levantarme para coger notas. Bueno, y porque Rafa soltó una flatulencia tipo metralleta. Me puse en el office de la cocina con mi cuaderno de reportera, alumbrada con la luz de la campana, que crea un ambiente intimista, como de cuadro de Vermeer. Yo adoro la pintura flamenca.
Seguí escuchando a la socióloga, que por cierto, se llama Mariángeles Durán y es premio nacional de algo. Es como la Amaya Uranga de la sociología. Y decía cosas como que “el tiempo de las mujeres está expropiado”, como si fuese un solar del plan Chamartín. Y pensando, pensando, yo decía: pues es verdad, a mí me llama mi hija un viernes a las 8 de la noche y me dice: Mamá, ¿te quedas con los niños? Y yo qué le voy a decir, que claro, aunque muchas veces nos pilla saliendo para el teatro o a tomar la cervecita. Y luego me toca oír a Rafa, que no quiere que vengan los niños porque me tiene menos disponible...; porque por muy moderna que yo quiera ser, las uñas de los pies se las sigo cortando. Y ya no sé si eso está bien o está mal.
La entrevistadora le preguntó a Mariángeles que si no será que el amor es el causante de esa injusticia sobre el cuidatoriado, pero ella respondió que no, que el amor no es excusa, que hay mucha cara dura, que el reparto está mal hecho y punto. En ese momento me sentí como una integrante oculta de la Resistencia Francesa, arengada por un mandamás clandestino a través de las ondas (bueno, mandamasa) para que tomemos conciencia de lo importante que somos y nos rebelemos. Por culpa de este pensamiento me dieron palpitaciones y tuve que ponerme un yintoni (cortito, eso sí) porque a esa hora no era plan de tomarme un Orfidal, que si no no abro el ojo hasta las 11, y Rafa lo de desayunar solo, como que no.
El caso es que yo he encontrado en Mariángeles una revelación: ¿Será que tenemos que dejar de ser como hemos sido toda la vida? Si el cuidatoriado se para, ¿se para el mundo entero? Ay, Dios mío, qué vértigo, qué responsabilidad. Y además es que la mayoría somos mujeres, que ya lo dicen en el 8M. Que conste que yo me considero una mujer progresista, pero todo esto me estresa muchísimo. Vamos, que según están las cosas, se avecina una revolución. Ay, Dios bendito, pero que sea pacífica, por favor, que bastante tenemos con el Brexit y los mamporros de las películas de los Vengadores. Qué violencia, por favor, que a mi nieto Leo le encantan y me obliga a verlas con él de principio a fin, porque dice que nadie ve con él lo que le gusta.
Con esta tesitura decidí que es mi responsabilidad, ya que se me ha dado este altavoz para llegar a tantos padres y madres hispanoparlantes, transmitiros un mensaje conciliador: Quiero pediros, por favor, que empecéis a hacer propósito de enmienda poquito a poco, para que la cosa no se desmadre, nunca mejor dicho.
Yo, sin ir más lejos, he pensado ceder a las presiones de mi vecina Adela, que no tiene nietos y me pide muchas veces quedarse un ratito con los míos, que los tiene asediados de chucherías. Es un primer paso en el camino hacia la liberación, porque a mi hija todavía no me puedo enfrentar. Aunque igual pilla la indirecta. Es que está muy estresada, la pobre, trabaja una barbaridad.
Vosotros podéis empezar por contarle a vuestros jefes el dineral que os tendrían que pagar si tuvierais que cubrir todas las horas que nosotras, las abuelas, dedicamos a vuestros hijos. Bueno, y abuelos, que alguno también hay.
Por favor, sed responsables, que Mariángeles dice que el capital va a tener que reestructurarse como el cuidatoriado se pare, y eso suena a algo gordísimo. No pude oír el final de la entrevista porque Rafa, que se había levantado a hacer pis, apareció en la cocina como una exhalación y me dio un susto de muerte. Se me cayó el transistor y detrás fue el yintoni. Me dijo: Carmen, a ver si se te pasa pronto la pamplina esta de hacerte la interesante con la literatura. Él tiene sus maneras de expresar el cariño.
En fin, queridos. Y queridas. Que os propongo que empecemos la revolución con tiento, con cariño. Que para eso vivimos en la era del diálogo. No sé lo que pensará Mariángeles si me oye, pero propongo que empecéis por dar las GRACIAS a quien cuide de vuestros hijos, que al fin y al cabo está cuidando de vosotros. Y os dejo, cariños, que tengo que ir a comprar goma eva para hacer el trabajo de Alba sobre la primavera, que quiere hacer un mural de margaritas.
Os sigo contando cosas el mes que viene. Y si me queréis preguntar algo escribidme a mi Feisbouque o a mi editorial, que llevan todo lo mío.
Un beso.
Carmen Encantada
¿Quién es Carmen Encantada?
Carmen es la abuela mártir de la novela ELLOS ENCANTADOS (¿QUÉ SERÍA DE TUS HIJOS SIN TUS PADRES?), de Pablo Dávila Castañeda, publicado por MUEVE TU LENGUA.
Más info:
FACEBOOK CARMEN ENCANTADA
MUEVE TU LENGUA
Enlace libro
https://www.muevetulengua.com/libros/libros/161-ellos-encantados-de-pablo-davila-castaneda.html