Ser Padres

Cartas al director

Hoy Carmen Encantada quiere compartir las reflexiones y quejas de su marido Rafa, al que no le hace mucha gracia que Carmen tenga esta columna de opininón, pero que la aprovecha para reflexionar sobre sus nietos y la educación de los niños...

Queridos y queridas, desde que mis nietos terminaron el colegio no tengo un minuto, ando de la piscina al parque todo el día, preparando bocadillos de pavo (porque dice mi hija que la nocilla ya no se lleva) y cortando la manzana en gajos para que les dé menos pereza merendarla.

Así que mi marido Rafa, que es muy leído (aunque, como veréis, vive en las cavernas del pasado), se ha ofrecido a sustituirme este mes. Os dejo aquí una carta que ha dirigido a la dirección de Ser Padres. Perdonad mi abandono y su grosería. Un abrazo. Os sigo queriendo. Carmen.

Muy Señores Míos:

Me llamo Rafael Bejarano García, soy el marido de la titular de su sección «La columna de Carmen Encantada».

Aprovecho este medio para decir un par de verdades en lo relativo a la educación de los niños de hoy en día. Tengo tanto derecho a opinar como mi mujer, puesto que yo también he sido artífice de la educación de mis dos hijas y dado que yo también me chupo a los nietos cada dos por tres sin que nadie me pregunte si me apetece.

Observo que mis nietos son víctimas de una de las peores lacras que puede sufrir un ser humano en su etapa de formación: la incoherencia. Mis nietos son sometidos constantemente a mensajes contradictorios. Pondré ejemplos concretos:

Niño: recicla. Niño: celebra tu cumpleaños tres veces.

Niño: no veas la tele, dibuja. Niño: toma el móvil y calla.

Niño: sé considerado, comparte. Niño: el mejor sitio para ti, siempre.

Niño: tranquilo, no estés estresado. Niño: aprende fútbol, tenis, chino, canto y esgrima.

Imagino que saben Ustedes que mi familia pasó un mal trago hace tiempo por culpa de un desencuentro que tuvimos mi hija Lourdes y yo, que un creativo advenedizo se apresuró a retratar en una novela, vampirizando a mi mujer y abusando de su cierta catatonia emocional, motivo por el cual nos encontramos hoy aquí. Aquella traumática experiencia fue fruto de otra gran miopía generalizada: la visión de las personas mayores como personal de servicio. Mi generación, que rendía justa pleitesía a sus mayores y les otorgaba un lugar preferente en todos los órdenes de la vida (especialmente dentro de las casas); mi generación, que se ha partido el lomo gestionando un cambio tal como el advenimiento de la democracia en España y la apertura de este país al mundo (incluido el flujo descerebrante de la ficción americana, que hace efecto de lobotomía colectiva); mi generación, que aspiraba a disfrutar de la autoridad de las canas una vez alcanzada la edad dorada, se ha convertido por sorpresa en un puñado de cajeros automáticos y monitores de guardería.

No he tenido más remedio que asumir este nuevo orden de los tiempos, pero espero al menos ayudar con mis palabras a acabar con la ceguera de nuestros niños y jóvenes. Existe un concepto llamado «herencia intangible» que, bien empleado, puede ser de gran utilidad para corregir el nefasto rumbo social. En un mundo donde la ensoñación y el escapismo están alcanzando cotas nunca antes vistas (véase el despropósito de tener una mesa de pimpón en la oficina o el protagonismo absoluto que han adquirido las series de televisión en cualquier conversación entre adultos), nadie presta atención a la épica más valiosa de todas, y que está al alcance de cualquier nieto con abuelos vivos: la que pertenece a la historia de su propia familia. Mis nietos nos ven a Carmen y a mí como dos personajes de dibujos animados inventados para proporcionarles todo lo que se les antoje en el momento que se les antoje, y no valoran en absoluto, como valoraba yo de niño, el peso de los años traducido en sabiduría que sus mayores les pueden aportar.

No quiero pensar cómo será la cosa cuando alcancen la edad adolescente y se adhieran sin remisión a la corriente imparable de la eterna inmadurez que con tanto desagrado observo en muchos adultos de la edad de mis hijas. Sin ir más lejos, mis yernos, dos claros ejemplares del "homo idiota calzonazus".

En conclusión, insto a quien dirija este medio, a que ponga los límites oportunos a los delirios de mi mujer bajo su absurdo pseudónimo. Por cierto, ya les digo yo que de Carmen encantada, nada de nada, en casa se queja como todo hijo de vecino, pero cuando comparece ante la prensa se hace la conciliadora.

Y para que conste, lo firmo en Madrid, a 26 de julio de 2019 (San Joaquín y Santa Ana, patronos de los abuelos).

Rafael Bejarano García

Pasión por la vida

Más de 45 años acompañando a las familias

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