Mamá, la mala de la familia
Hay madres que dedican mucho tiempo y energía a cuidar y educar a sus hijos y se encuentran con una situación muy injusta: aparece papá y se convierte en la estrella indiscutible. Pero no solo eso, sino que perciben un cierto rechazo, como si ellas fuesen las “pesadas”.
Cuando se vive una situación así, suele ocurrir que las madres son también las únicas que se encargan de enseñar a los niños ciertos hábitos, inculcarles lo que está bien o mal. A ellas les toca el aspecto más rutinario y menos grato de la educación. Papá, en cambio, es un señor que viene cansado y “para un rato que está con los niños, lo que quiere es disfrutar con ellos”. Una especie de “rey mago” al que solo le toca jugar, halagar y complacer.
A lo mejor incluso dice: “Mujer, déjale, no seas pesada” o “qué más da que hoy no se bañe”.
La educación es cosa de dos
La educación consiste en parte en crear a los niños ciertos hábitos y rutinas, lo que exige coherencia y perseverancia.
Si solo uno se encarga de hacerlo mientras el otro “pasa de todo” e incluso le desautoriza, se establece una nefasta división de papeles: uno malcría y al otro le toca hacer de ogro.
Ambos padres deben asumir por igual la responsabilidad de mostrar su autoridad y de inculcar a sus hijos normas y límites, no desautorizándose ante ellos.
Alguna vez pudiera darse el caso de que un cónyuge, en opinión del otro, es demasiado severo o le falta “mano izquierda”. Pero no es quitándole autoridad delante del niño como se solucionan las cosas. Lo que hay que hacer es dialogar en pareja y hallar puntos de acuerdo.
Cuando uno solo, padre o madre, tiene que ejercer la autoridad, se desequilibra la relación afectiva del niño. Los dos deben combinar la autoridad y la ternura.