“Estoy cansada de decirte una y otra vez las mismas cosas, pero no consigo nada… ¿Me estás escuchando?; es como si les entrara por un oído y les saliera por el otro; Pero, ¿cuántas veces te lo tengo que decir? Cuando yo era pequeña, mis padres…”
“Ay qué pesadilla de mujer…”
¿Te reconoces en estas expresiones? ¿Por qué nos resulta tan difícil comunicarnos con nuestros hijos? Y, ¿por qué a veces tenemos esa sensación de que parece que nada de lo que les decimos “cala” en ellos? Más de uno habrá pensado calladamente… “Parece que lo hace adrede”. Lo cierto es que muchos de los conflictos familiares tienen su origen en una forma de comunicarnos poco efectiva.
Muchasveces, nuestros hijos no nos escuchan por la forma en que decimos las cosas, el tono que utilizamos, el momento y las palabras que elegimos para “sermonearles” y la emoción desde la que hablamos.
Nuestros hijos no son como una grabadora que almacena información. Son receptores de un mensajecuya escucha siempre se verá afectada por las emociones y por el modo en que se transmite. La comunicación se aprende, es dinámica y tanto el emisor como el receptor se influyen recíprocamente.
Por eso debemos ser conscientes de cómo nuestros pensamientos y sentimientos afectan a nuestros hijos. Ser honestos con nosotros mismos y hacernos cargo de nuestras emociones es uno de los pasos necesarios para no caer en los errores más comunes que hacen que nuestra comunicación sea ineficaz y no consigamos nuestro objetivo: que nos escuchen.
Además, solemos pensar que, para comunicarnos bien, lo más importante es saber transmitir con buenas palabras lo que queremos que escuche nuestro receptor. Sin embargo, y según los expertos, la más importante de las cualidades de una comunicación eficaz es saber escuchar de forma activa y atenta.
Recordemos, los pequeños aprenden por imitación más que por lecciones. ¿Pretendemos que nos escuchen?, ¿Cómo podríamos lograrlo si nunca los escuchamos? Saber escuchar requiere apagar la radio interna que está transmitiendo continuamente qué vas a contestar a continuación, saber centrarte en lo que te están contando y no en lo que vas a decir tú. ¿De dónde obtendrán el modelo de escuchar si los ignoramos cuando ellos hablan?
Saint-Exupéry en su libro “El Principito” nos recuerda: “Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!” ... ¿Qué significa domesticar? -Es una cosa demasiado olvidada, significa, crear lazos… Pero, si me domésticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mi único en el mundo. Seré para ti único en el mundo…”
Escuchar es mucho más que oír
Si no escuchamos, ¿cómo vamos a conectar con la otra persona? De forma que no hay atajos. Escuchar de manera activa es mucho más que oír lo que se nos dice. Si queremos que nos confíen sus cosas, nuestros hijos necesitan sentir que les escuchamos para seguir confiando. Y nuestros hijos se sienten escuchados y comprendidos cuando:
-Estamos presentes y atentos, tanto al contenido de lo que nos dice (mensaje verbal) como al tono, su expresión, sus gestos… (no verbal). Esta atención se ve reforzada cuando nos aseguramos de que le estamos entendiendo correctamente, parafraseando o repitiendo lo que estamos entendiendo.
-Reflejando empáticamente lo que nos ha transmitido, sin juzgar ni interpretar. Confirmad que habéis entendido lo que os ha dicho y cómo se siente, de forma que sienta que estáis en sintonía con su emoción. “Entiendo que quedarte en el banquillo no es lo que más te apetece, y que te has enfadado mucho con la decisión de tu entrenador”.
-Mostrar interés genuino por lo que nos cuenta, por sus inquietudes y aflicciones, incluso aunque no coincidan con vuestras expectativas… Pero están ahí y son los que son. Aceptando y ajustándoos a ellas, les estáis mostrando que puede seguir contando con vosotros. “Veo que es algo que te tiene entusiasmado. Cuéntame con más detalle”.
-Y, por último, buscar tiempo para compartir con ellos. Eligiendo para ello el momento en el que estén más disponibles para ello y permitiéndoles elegir sobre qué quieren hablarnos.
En mis inicios profesionales, encontré este poema de O’Donnell, R sobre la escucha que me resonó mucho, y encendió una pequeña luz en mí. Te invito a que lo disfrutes…
«Cuando te pido que me escuches y tu empiezas a darme consejos, no has hecho lo que te he pedido. Cuando te pido que me escuches, y tú empiezas a decirme por qué no tendría que sentirme así, no respetas mis sentimientos.
Cuando te pido que me escuches, y tú sientes el deber de hacer algo para resolver mi problema, no respondes a mis necesidades. ¡Escúchame! Todo lo que te pido es que me escuches, no que hables ni que hagas. Solo que me escuches. Aconsejar es fácil. Pero yo no soy un incapaz. Quizá esté desanimado o en dificultad, pero yo no soy un inútil.
Cuando tú haces por mí lo que yo mismo podría hacer y no necesito, no haces más que contribuir a mi inseguridad. Pero cuando aceptas simplemente, que lo que siento me pertenece, aunque sea irracional, entonces no tengo que intentar hacértelo entender, sino empezar a descubrir lo que hay dentro de mí».
Artículo elaborado por Marta Navarro, coach educativo y directora de la Akademia de Las Rozas