Criar a un hijo con amor es el deseo más profundo de cualquier madre o padre. Sin embargo, incluso desde el amor, podemos cometer errores que no solo afectan el comportamiento de nuestros hijos, sino que, de manera silenciosa, pueden dañar su autoconfianza. La crianza no solo moldea conductas: construye (o deteriora) vínculos, identidad, autoestima. A veces, en el intento de protegerles o de "hacerlo bien", adoptamos hábitos que terminan sembrando inseguridad.
En este recorrido por las prácticas cotidianas que debilitan la confianza de los niños y niñas, el neuropsicólogo Álvaro Bilbao aporta algunas claves muy inteteresantes para madres y padres preocupados por desarrollar una crianza consciente, respetuosa pero con límites al mismo tiempo, cuestiones que no son incompatibles. Más bien todo lo contrario: el propio Álvaro Bilbao incide en la necesidad de poner límites.
El neuropsicólogo ofrece, que divulga acerca de cómo acompañar el desarrollo emocional de nuestros hijos e hijas, comparte algunos hábitos cotidianos que pueden minar su autoconfianza.

No dejarles sentirse mal
La tristeza, el enfado o la frustración no son fallos del sistema emocional infantil: son parte de su crecimiento. Álvaro Bilbao señala que cuando intervenimos de forma inmediata cada vez que nuestros hijos e hijas se frustran, se enfadan o se entristecen —intentando animarlos, calmarlos o distraerlos— enviamos sin darnos cuenta dos mensajes que pueden marcar profundamente su desarrollo: que no está bien sentirse mal y que no confiamos en que ellos puedan gestionar sus emociones por sí mismos.
Evitar que se enfrenten a emociones difíciles es, paradójicamente, evitar que desarrollen resiliencia. La clave está en acompañar, no en resolver por ellos. Estar disponibles, no invadir. Escuchar, sin anular. Solo así aprenderán que pueden sentirse mal y salir adelante.
Corregirles delante de otros
Puede parecer inofensivo, incluso necesario, pero corregir a un niño o niña en público puede tener un impacto directo en su seguridad y confianza en sí mismo. Decirles frases como “no hagas eso” o “estás haciendo el ridículo” frente a otras personas mina su autoestima y genera vergüenza. A nadie le gusta ser expuesto, y los niños no son la excepción.
Corregir sí, siempre que sea necesario. Pero hacerlo con respeto, en privado, les enseña que pueden equivocarse sin perder nuestro amor ni su dignidad. Así se cultiva una relación segura, según el neuropsicólogo Álvaro Bilbao.

Compararlos con otros
Las comparaciones hieren, aunque estén disfrazadas de motivación. “Mira cómo tu hermana ya ha recogido”, “Nicolás sí se atreve a saludar”. Puede parecer que estamos señalando ejemplos positivos, pero lo que los niños reciben es que no son suficientes, que hay otro modelo mejor, más digno de nuestro reconocimiento.
Álvaro Bilbao señala que cada comparación es una forma sutil de traición emocional. El mensaje no es “me inspiras a mejorar”, sino “otro es mejor que tú”. Si queremos que nuestros hijos crezcan seguros de sí mismos, el único punto de comparación debe ser su propio proceso, sus propios avances.
Reconocer solo sus logros
Aplaudir sus notas, su dibujo, su gol en el partido no está mal. Lo que daña es que ese sea el único momento en que nos detenemos a mirarlos. Si nuestros hijos e hijas creen que su valor reside en lo que consiguen, aprenderán a ocultar sus errores y a desconectarse de sus verdaderos deseos por miedo a no ser “suficientes”.
Álvaro Bilbao incide en que los niños y niñas necesitan saberse valiosos por lo que son, no solo por lo que hacen. Son valiosos por su curiosidad, por su esfuerzo, por su ternura, por sus ideas, por cómo sienten el mundo. Admirarlos en su totalidad les da la base para confiar en sí mismos, incluso cuando no ganan.

Evitar las conversaciones difíciles
A veces, por no incomodar, por no romper el momento, por miedo a que nos rechacen, evitamos hablar de ciertos temas: el uso de pantallas, la sexualidad, la alimentación, los límites. Pero los niños necesitan adultos congruentes, que no se escondan cuando la realidad se complica.
Hablar con claridad, desde el respeto y la empatía, no rompe el vínculo: lo fortalece. Álvaro Bilbao asegura que este hábito de la crianza les da un mapa emocional coherente para moverse por la vida.
Cargarles con responsabilidades que no les tocan
Cuando los hijos e hijas se convierten en el paño de lágrimas de los adultos, cuando deben contener discusiones de pareja, cuando se les exige madurez emocional para calmar al entorno, dejamos de tratarlos como niños y niñas. Esperamos de ellos que regulen lo que ni los adultos saben gestionar, y eso es injusto, según Álvaro Bilbao.
Permitirles expresar rabia, celos, frustración, sin castigo ni burla, es esencial. Dejarles ser niños y niñas, con su caos, sus preguntas y sus emociones a flor de piel, es permitirles crecer desde un lugar seguro.
No es fácil ver que podemos estar haciendo daño desde el amor. Pero detectar este tipo de "fallos" en la crianza es, en realidad, crecer como padres. Criar con conciencia (y ciencia) también es revisar nuestras formas, rectificar sin culpa, y volver a empezar todas las veces que haga falta.