Ser Padres

¿Tu hijo de un año es inquieto? ¡Pues permite que se mueva!

Asociamos la palabra inquieto a nervioso y tiene matices de “inapropiado”. Pero es lo normal, lo verdaderamente extraño sería ver a un niño de un año quieto.

Es verdad que el niño de un año (y de dos, de tres, de cuatro…) se mueve mucho. Todo le llama la atención, todo le atrae… Cuando era un bebé tenía que conformarse con señalar con el dedito para que le dieran la galleta, pero ahora puede subirse en una silla y cogerla. Por fin puede llegar a ese delicado objeto, correr hacia la voz de mamá...

Esa inquietud es natural, no significa que esté nervioso. El movimiento es al niño de un año lo que el lenguaje al adulto: ¿cuánto tiempo podemos permanecer callados y sin hacer nada? ¿Unos segundos al día… unos minutos, quizá?

Los niños no se pueden relacionar con la vida y aprender de ella sin tocar las cosas, traerlas y llevarlas, meterlas y sacarlas, romperlas y arreglarlas. No estamos acostumbrados a semejante despliegue exploratorio, pero si aceptamos el desorden por un tiempo, que los objetos se rompen, que no debemos guardar la fregona en un rincón sino dejarla a mano, esta será una etapa más sencilla, incluso divertida.

No coartes su libertad, permite que se mueva

Nuestra actitud en relación a su actividad es importante. ¿Somos los que le decimos "no" tantas veces que ya no lo registra, los que interrumpimos los más interesantes experimentos con cara de pocos amigos? ¿O somos los que le damos permiso para explorar y nos mantenemos un poco al margen, observando, cuidando simplemente de que no se haga daño?

Lo cierto es que no podemos evitar esta etapa tan movida, y que cuantos más frenos pongamos a su actividad, más se alargará en el tiempo. Tampoco la podemos acelerar. Un buen acompañamiento paterno favorece la maduración. Una vez ha quedado satisfecho y se siente seguro, pasa a otra cosa; no invertirá el resto de su vida en desordenarnos las cacerolas o el cajón de los calcetines.

Hemos de relacionarnos con el niño a través del cariño, de la palabra, del juego. Ofrecerle el mayor número de oportunidades para dar rienda suelta a su necesidad de explorar, con pocas y sencillas normas de seguridad. Y entonces madurará. Pero no hay prisa. Porque además todo eso que englobamos con la etiqueta de “no para”, todo ese movimiento aparentemente caótico, tiene una finalidad: le ayuda a alcanzar un pensamiento más elaborado. Saltar, gritar, rodar, cantar, correr como loco, son puertas de acceso al pensamiento preoperatorio.

El profesor Bernard Aucouturier, creador de la Práctica Piscomotriz Aucouturier (PPA) llama “juegos de seguridad profunda” a todas esas actividades que los niños repiten y a las que dedican tanto tiempo: meter-sacar, llenar-vaciar, construir-destruir son algunos ejemplos en el caso de los niños de un año. Están estructurando su propio universo (lo que hacen fuera, lo hacen dentro), entendiendo su vida, consiguiendo la pericia y seguridad necesarias para poder seguir adelante.

Cuando está demasiado nervioso…

Una vez aceptamos su inquietud natural por aprender y moverse, podremos reconocer también otra inquietud menos saludable, pasada de revoluciones. En estos casos cada niño se tranquiliza de una forma:

  • Casi todos los niños responden de forma positiva al sonido de nuestra voz pausada, más si les contamos una historia. Nuestra voz los “toca” de una forma muy especial.
  • Muchos se calman además con un abrazo, necesitan una contención física. O necesitan caricias, un acercamiento más sutil.
  • Podemos jugar a dormir, a escondernos, a cualquier cosa que le obligue a parar un momento, muchas veces se autorregulan solos si consiguen parar un momento.

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