Los adultos cometemos muchísimos errores, la mayoría de ellos sin querer, obviamente, cuando nos dirigimos a un niño o niña pequeña que no nos conoce o que lleva mucho tiempo sin vernos. En definitiva, un peque para los que somos un desconocido.
El principal error es esperar de ellos lo mismo que esperamos de un adulto cuando nos presentamos. Esto es, una reacción “educada”, intercambiar unas palabras amables, que nos respondan si nos interesamos por ellos, etcétera. Aunque parezca increíble, hay quien en 2022 todavía espera de un niño o niña pequeño que no conoce un gesto de cariño de entrada. Y no, no es lo normal, ni lo habitual, ni lo que podemos exigirles en estas circunstancias.

Para ellos, que ven el mundo con la inseguridad propia de su edad, y además lo hacen desde una altura siempre inferior a la de los adultos, lo cual intimida lo suyo, no es fácil conocer a una persona adulta. Da igual el contexto: parque, calle, restaurante, colegio o casa. Es lo de menos. No podemos pedirles que en 5 minutos estén como siempre, y menos si tienen que quedarse a su cargo, sin personas de su confianza cerca.
Por ello, es importante tener paciencia y mostrar control y empatía cuando vamos a conocer a un niño o niña pequeña. Lo explica a la perfección el neuropsicólogo Álvaro Bilbao en una de sus últimas publicaciones en redes sociales. En un vídeo grabado desde la perspectiva del peque cuando se enfrenta a un adulto desconocido, el especialista explica lo que solemos hacer y está mal, y lo que deberíamos hacer, cuando nos presentamos a un niño o niña pequeño.
”Primero deja que el niño o la niña observe cómo sus padres se relacionan contigo. Luego ya le resultará más fácil confiar en ti. Tiene sentido, ¿No crees?”, señala Álvaro Bilbao. En el vídeo tutorial, muestra primero cómo los adultos tendemos incluso a saludar antes al menor de edad que al adulto, que es la persona a la que realmente conocemos y a la que tenemos que dirigirnos primero porque esto demostrará al niño o niña que somos de confianza para sus personas de máxima seguridad.
Lo hacemos, casi sin darle importancia al hecho de que el peque esté presente en la escena, y cuando la mamá o papá de la criatura nos introduzca, entonces sí nos dirigimos a ellos. Ojo, no de cualquier manera. Poco a poco, agachándonos y poniéndonos a su altura y, si queréis, dirigiéndoles unas palabras breves en las que podéis presentaros y darle alguna referencia vuestra para que os sitúe y se relaje ante vuestra presencia.
De nada sirve tener paciencia y esperar a ser introducidos si lo primero que hacemos es pedirle un beso, un abrazo o algo similar que suponga un esfuerzo y un compromiso para el menor, al que pondremos entre la espada y la pared ante dicha solicitud. “Los niños se asustan si un desconocido se aproxima demasiado rápido”, afirma Álvaro Bilbao. “Dale tiempo para que observe cómo sus padres confían en ti”, añade.
Parece muy lógico y muy sencillo de cumplir, pero lo cierto es que seguimos viendo a menudo situaciones en las que los adultos se precipitan y agobian a los niños pequeños, cuando el solo hecho de cambiar la forma de irrumpir en su espacio personal ya supondría un gran paso adelante para que el niño o niña se relacione de manera diferente, mucho más positiva, con nosotros.