Un espasmo consiste básicamente en una contracción brusca e involuntaria, que además suele ser persistente, de las fibras musculares. En el caso de los bebés y niños, los espasmos infantiles pueden describirse como convulsiones cortas y ligeramente sutiles. Suelen durar unos pocos segundos y pueden ocurrir muchos episodios a lo largo del día.
Lo común es que se manifiesten principalmente en niños menores de 1 año de edad (la mayoría de los casos, de hecho, ocurren cuando los bebés tienen en torno a los 4 meses), y estas convulsiones son, en realidad, una forma rara de epilepsia, conocida médicamente bajo el nombre de síndrome de West. Se calcula que, solo en Estados Unidos, cada año alrededor de 2.500 bebés son diagnosticados con esta enfermedad.
¿Qué es un espasmo?
Un espasmo consiste en una contracción involuntaria y brusca de las fibras musculares, que se caracteriza a su vez por ser persistente. En el caso de los bebés y niños, puede ser algo tan simple y leve como una caída de cabeza, dado que pueden ser leves o algo más intensos.
En el caso de una convulsión leve, por ejemplo, podría parecer que el pequeño está asintiendo con la cabeza, mientras que en una convulsión muchísimo más violenta es posible que la cabeza se le ponga rígida, levente los brazos y las rodillas hacia su cuerpo. Cuando esto ocurre, los movimientos de las piernas y los brazos suelen ser bruscos, con una caída rápida de la cabeza o una flexión en la cintura.
Aunque generalmente suelen durar un par de segundos, lo más común es que ocurran en grupos. Además, algunas convulsiones únicamente afectan a un lado del cuerpo. También puede llorar justo antes o después de tener una convulsión.
¿Por qué se producen los espasmos en el bebé?
Los espasmos infantiles (reciben este nombre porque suelen observarse con mayor frecuencia en el primer año de vida), es un tipo específico de convulsión que se observa en un síndrome de epilepsia que ocurre sobre todo en la infancia, conocido médicamente con el nombre de síndrome de West.
Consiste en un trastorno convulsivo que empieza en la infancia, y que a menudo es ocasionado por daño cerebral como consecuencia de una enfermedad o un trauma. Es decir, son un trastorno causado por una lesión cerebral o por una anormalidad que puede ocurrir antes o después del momento del nacimiento. De hecho, en un 70 por ciento de los casos la causa es conocida. Solo en un 30 por ciento se desconoce la causa de los espasmos, pero pueden ser el resultado de un problema neurológico no identificado. ¿Y cuáles son las causas más habituales?:
- Anomalías genéticas
- Anomalías cromosómicas
- Tumores cerebrales
- Infección cerebral
- Herida o lesión en el nacimiento
- Problema con el desarrollo cerebral mientras aún estaba en el útero
Aunque los médicos no entienden del todo por qué se producen, sí saben que todos estos factores tienden a causar una actividad caótica de las ondas cerebrales, cuyo resultado final es la aparición de los espasmos frecuentes.
¿Qué síntomas se producen?
El síndrome de West puede afectar al sistema nervioso del bebé; es decir, los nervios del cuerpo que controlan funciones que ocurren automáticamente, como la amplitud de las pupilas o los latidos del corazón. Así, cuando ocurre una convulsión, el bebé puede:
- Tener los ojos llorosos
- Respirar más lento o más rápido
- Arquear la espalda
- Los latidos cardíacos son más rápidos o más lentos
- Sudar
- Ponerse rojo o palidecer

Como también mencionamos en un apartado anterior, es habitual que surjan movimientos bruscos tanto de las piernas como de los brazos, la flexión de la cintura, o bien una caída rápida de la cabeza.
También pueden estar presentes otros síntomas, lo que dependerá del trastorno subyacente que esté causando los síntomas. Es el caso de autismo o parálisis cerebral. En cualquier caso, los expertos coinciden en señalar que los espasmos infantiles suelen resolverse alrededor de los 5 años de edad, pero más de la mitad de los niños podrían desarrollar otros tipos de convulsiones.
¿Cómo se diagnostican y cuál es el tratamiento?
Cuando el médico sospecha de la existencia de espasmos infantiles, lo más habitual es que solicite la realización de un electroencefalograma, que consiste en una prueba usada comúnmente para evaluar la actividad eléctrica en el cerebro, permitiendo detectar posibles problemas asociados con la comunicación de las células cerebrales.
Es posible igualmente la realización de una tomografía computarizada, una resonancia magnética o pruebas de laboratorio.
El tratamiento dependerá de la causa subyacente que esté ocasionando las convulsiones, en caso de que pueda ser identificada. Una de las principales opciones es la hormona adrenocorticotrópica, que se produce naturalmente en el cuerpo, y que se inyecta en los músculos del niño con el fin de detener los espasmos. Eso sí, puede causar efectos secundarios muy peligrosos (como hipertensión, sangrado en el cerebro, infección y úlceras), por lo que se suele administrar en dosis bajas durante un período corto de tiempo.