Leche sin lactosa para niños no intolerantes, ¿es buena idea?
No hay ningún beneficio de hacer este cambio, ni desde el punto de vista de la salud de los pequeños, ni tampoco desde el prisma económico porque este tipo de leche es más cara, pero para entender por qué es importante saber qué es y cómo funciona el organismo cuando recibe en el intestino al azúcar de la leche.
La lactosa se ha convertido en uno de esos términos relacionados con la alimentación temido por buena parte de la opinión pública, sobre todo en el entorno de las familias con niños pequeños. Si es tu caso, estarás más que familiarizado con el concepto “intolerancia a la lactosa”, cada vez más común entre los más pequeños, no solo entre los adultos.
Pero para entender bien qué es la lactosa, y que esta no es comparable con el aceite de palma o el azúcar refinado, por citar otros dos ejemplos que generan también mucha polémica, es importante acudir a la raíz de la cuestión: qué es la lactosa y por qué no es recomendable eliminarla de la dieta de los niños pequeños que no son intolerantes a ella.
Los mamíferos nacemos, salvo condiciones genéticas especiales que no se dan en un porcentaje importante, tolerantes a este hidrato de carbono que no es otra cosa que el azúcar presente de forma natural en la leche de todas las especies de mamíferos, formado a su vez por galactosa y glucosa. Esto significa que es un componente tanto de la leche materna como de la leche de vaca, los dos tipos más consumidos por los niños de esta bebida fundamental para su desarrollo y crecimiento óptimo -la AEPED recomienda introducir la leche entera de vaca en la dieta a partir de los doce meses de vida-.
¿Cómo saber si mi hijo es intolerante?
Para poder ser digerida correctamente, y por lo tanto tolerada, debe ser descompuesto en el intestino por el trabajo de la lactasa, encima que transforma la lactosa, a la que el intestino no puede absorber, cosa que sí puede hacer con la galactosa y la glucosa. Cuando el cuerpo produce lactasa de forma insuficiente para tener la capacidad de descomponer la lactosa es cuando esta llega al colon y genera patologías compatibles con los síntomas habituales que avisan de una intolerancia a la lactosa, “dolor abdominal, distensión abdominal, gases y diarrea”, según enumeran los doctores Moreira y López San Román en este artículo enfocado exclusivamente en el tema que nos ocupa.
¿Y si no es intolerante?
De esta explicación resumida sobre la relación del cuerpo humano con la lactosa se desprende que la confusión que lleva a muchos padres, empujados por el marketing de la industria alimentaria y el fenómeno del teléfono escacharrado entre padres, a dar leche sin lactosa a sus hijos no intolerantes a ella es doble. Por un lado, creer que la lactosa es mala por el hecho de ser “azúcar” y, por otro, temer que en sus hijos se pueden reproducir los síntomas que se han dado en su amigo o familiar cercano que sí lo es.
Pero esto es un error, puesto que retirar la lactosa antes de que un niño esté diagnosticado como intolerante implica un riesgo elevado de que su cuerpo acabe siendo intolerante -puede ser reversible tomando de nuevo poco a poco lactosa-, algo completamente innecesario de forzar, puesto que en todo caso será su propio cuerpo el que acabará desarrollando dicho rechazo al azúcar de la leche. Esto es algo común en todos los adultos a partir del destete, momento desde el cual se reduce la producción de lactasa. Eso sí, no se produce al mismo ritmo en todas las personas, de ahí que muchísimos adultos sí puedan tolerar sin problema los productos lácteos con lactosa incluso en la vida adulta.