¿Por qué el “no” también enseña? Lo que la neurociencia quiere que sepas

Desmontamos el extendido mito de "No hay que decir no a los niños". Descubre las claves neuroeducativas para transformar los errores en oportunidades reales de aprendizaje emocional y cognitivo en casa.
Fuente: Midjouorney / E. F.

¿Cuántas veces al día corriges a tu hijo? Puede ser algo pequeño: “Eso no se dice así”, “No se toca”, “Eso está mal hecho”. A veces, sin darnos cuenta, el “no” se convierte en parte del paisaje sonoro de la crianza. Y aunque sabemos que corregir es necesario, muchas madres y padres se preguntan: ¿estoy haciendo daño con tanta corrección? ¿Lo estoy desmotivando? ¿Podría aprender sin sentirse mal? Este artículo nos acerca a una crianza sin culpa.

Una reciente revisión publicada en Contemporary Educational Psychology nos invita a mirar estas situaciones cotidianas desde una perspectiva más profunda. En el artículo "The art of negative feedback: A neuroeducational perspective", los investigadores Sung-il Kim y Dajung Diane Shin exploran qué ocurre en el cerebro de quien recibe una corrección negativa. Su propuesta, respaldada por años de estudios en neurociencia y educación, es clara: el feedback negativo no solo puede evitar el error, sino convertirse en un motor de aprendizaje profundo, siempre que se dé de la forma adecuada.

Aprender del “no” sin miedo

Nuestro cerebro está especialmente diseñado para aprender del error. Así como nuestros antepasados evitaban plantas venenosas después de una mala experiencia, los niños también ajustan su conducta tras un tropiezo. De hecho, los estímulos negativos generan una respuesta cerebral más intensa que los positivos. Esto significa que, bien usado, el feedback negativo puede ser muy eficaz.

Pero hay un problema: el error no siempre es bien recibido. La corrección puede generar frustración, ansiedad o incluso vergüenza. Según Kim y Shin, esto se debe a que el feedback negativo activa dos sistemas cerebrales en paralelo: uno emocional (donde intervienen la amígdala y la ínsula) y otro cognitivo (como la corteza prefrontal). Si el primero gana la batalla, el niño se bloquea. Si logramos equilibrar ambas respuestas, entonces el aprendizaje es posible.

Por eso, no se trata de evitar el error, sino de enseñar a convivir con él, entendiendo cómo reaccionamos frente a la crítica y acompañando esas emociones.

Un "no" bien dicho puede ser la clave del éxito. Fuente: Midjouorney / E. F.

Lo que cambia todo: cómo damos el feedback

No todas las correcciones tienen el mismo impacto. Un “mal hecho” sin más puede dejar a un niño perdido, mientras que un “esto no ha salido como esperabas, prueba con esta otra forma” activa zonas del cerebro que fomentan el aprendizaje y la autorregulación.

Según el estudio, la clave está en que el feedback sea informativo, es decir, que explique qué se puede mejorar y cómo. Esto activa la corteza dorsolateral prefrontal, una zona ligada al control cognitivo y la planificación. En cambio, un feedback meramente evaluativo —“esto está mal”— tiende a disparar emociones negativas que interfieren con el aprendizaje.

Además, el modo en que damos el feedback también importa. Si lo entregamos con tono calmado, sin comparar con otros, y enfocándonos en el progreso, ayudamos a que el niño mantenga la motivación. Un entorno seguro y sin juicios permite que el “no” sea recibido como una guía, no como una amenaza.

A veces el "no" es la pieza que falta. Fuente: Midjouorney / E. F.

El papel de la curiosidad

El artículo introduce un concepto poderoso: el feedback negativo puede despertar la curiosidad. Cuando lo que esperamos no coincide con lo que ocurre, nuestro cerebro entra en estado de alerta. Esa “sorpresa” activa el sistema dopaminérgico, asociado con la motivación para buscar información.

Esto significa que una corrección puede abrir una puerta: “¿Por qué me equivoqué?”, “¿Qué puedo hacer diferente?”. Esa chispa de curiosidad es esencial para que el niño quiera volver a intentarlo. Pero para que esto ocurra, el error debe sentirse como una oportunidad, no como una sentencia.

Un ejemplo práctico: en lugar de decir “otra vez mal”, podemos decir “esto es interesante, ¿qué crees que pasó? vamos a buscar juntos otra manera”. Esa invitación a explorar convierte la corrección en aprendizaje activo.

"l feedback negativo puede despertar la curiosidad. Fuente: Midjouorney / E. F.

Aprender también desde lo que les pasa a otros

Una estrategia poco explorada pero muy efectiva es el feedback vicario, es decir, aprender observando los errores de los demás. Los investigadores explican que cuando un niño ve a otro equivocarse y corregirse, su cerebro responde como si él mismo hubiese vivido la experiencia.

Esto tiene ventajas enormes, sobre todo para quienes son más sensibles al error o tienen baja autoestima. Al no ser ellos el centro de la corrección, pueden concentrarse en el contenido sin sentirse amenazados. Además, el feedback vicario activa el sistema de neuronas espejo, que facilita el aprendizaje social.

En casa, esto puede aplicarse con cuentos, vídeos o incluso comentando juntos lo que ocurre en el parque o en clase. Observar, reflexionar y aplicar: tres pasos que fortalecen el aprendizaje sin necesidad de vivir cada error en carne propia.

Que el propio niño aprenda a corregirse

El último tipo de feedback que describe el estudio es el más poderoso a largo plazo: el feedback autogenerado o autocorrectivo. Ocurre cuando el niño, gracias a la reflexión y a ciertos apoyos (como una rúbrica, una pauta o un ejemplo), identifica su propio error y lo corrige.

Esta habilidad es la base del aprendizaje autónomo. Y sí, puede desarrollarse desde la infancia. Para ello, es clave reducir la dependencia del adulto y dar espacio para pensar, revisar y ajustar. Estrategias como pedirle que evalúe su trabajo antes de que lo hagamos nosotros, o que dé consejos a un hermano menor sobre cómo mejorar algo, pueden ser muy eficaces.

El estudio afirma que “el feedback autocorrectivo se percibe como menos amenazante, y activa áreas cerebrales vinculadas con la introspección y la autorregulación”. Al no sentirse juzgado, el niño puede observar su error como una señal para ajustar su estrategia, no como una amenaza a su autoestima.

Aprender del error… con condiciones

No todos los niños responden igual al feedback negativo. El estudio enumera varios factores que influyen: la edad, el nivel de autoestima, la tolerancia al error, la motivación y el contexto emocional. Por ejemplo, un niño con alta ansiedad ante el error puede necesitar más apoyo emocional antes de poder usar bien la crítica.

Por eso, la propuesta de los autores es clara: adaptar el feedback a cada niño y al momento en que se encuentra. Crear un entorno donde el error no sea penalizado, sino comprendido, donde se valore el esfuerzo por encima del resultado, y donde las correcciones no sean ataques personales, sino caminos hacia el aprendizaje.

Referencias

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