Hay momentos en la crianza que se sienten como una olla a presión. La tensión sube, las palabras se agolpan en la garganta y el riesgo de decir algo de lo que luego te arrepientas está demasiado cerca. En este contexto, cada adulto busca sus estrategias para regularse lo mejor posible. Y si tú todavía no lo has encontrado, puedes poner en práctica un método de crianza muy sencillo y que puede ser muy eficaz para no perder la paciencia en la crianza de los hijos e hijas, o por lo menos, para perderla menos de lo que sueles hacerlo. Porque nadie es perfecto. El método, o truco más bien, en cuestión, no requiere grandes técnicas ni formación. Solo una palabra. Una palabra compartida que actúa como una señal de emergencia emocional.
El funcionamiento es simple: padres e hijos escogen juntos una palabra clave, algo simbólico o divertido que no forme parte de la conversación habitual. En los momentos en los que la paciencia está a punto de agotarse, esa palabra se dice en voz alta. Actúa como una especie de interruptor. Una forma de reconocer que se ha llegado al límite y que es momento de parar, respirar y reconducir.
No se trata de una solución milagrosa. Pero muchas familias, especialmente madres que lidian con el estrés diario de la crianza, aseguran que esta estrategia les ha funcionado bien con niños y niñas de alrededor de seis años. A esa edad, ya son capaces de identificar algunas emociones básicas, de poner nombre al enfado o al miedo, y de entender que esa palabra representa un alto en el camino. A veces no basta para frenar un berrinche, una actitud que no procede en ese momento, una rabieta o un colapso total a nivel emocional, pero sí puede hacer que el niño o niña se dé cuenta de que está tensando demasiado la cuerda.
Y ahí está el valor: en que puedan decidir. Seguir en su actitud desafiante o colaborar en calmar la situación. Ser conscientes de que tú estás haciendo un esfuerzo por no estallar y de que, con su ayuda, todo puede ir mejor. Poco a poco, y sin necesidad de castigos ni gritos.

En la adolescencia, la palabra clave cambia de dirección
Este método también puede transformarse con el paso de los años y seguir funcionando durante la adolescencia. En esta etapa, los códigos familiares adquieren otro matiz. Ya no son los padres quienes necesitan frenar una explosión, sino los hijos e hijas quienes muchas veces no saben cómo pedir ayuda.
En lugar de utilizar la palabra clave para evitar un grito, se convierte en una contraseña emocional. Un aviso sutil para indicar que algo no va bien. Que hay un malestar, una preocupación, una situación que los supera y que necesitan compartir contigo, aunque no sepan cómo empezar.
Esta palabra puede utilizarse en una conversación directa o incluso en una llamada telefónica. Si tu hijo o hija la pronuncia, sabes que algo ocurre. Que necesita apoyo, pero no quiere dar explicaciones delante de nadie. Solo vosotros conocéis su significado. Solo vosotros sabéis que se ha activado una alerta.

Hay muchas situaciones en las que este código puede ser útil: haber sacado malas notas, haber estado en una fiesta donde había alcohol o drogas, sentir presión con la comida, haber vivido una situación de acoso o incluso haber sido tocados de forma inapropiada. También puede servir para hablar de temas afectivos, de relaciones, o para contar que alguien cercano les ha hecho daño emocional.
Además, puede servir también en situaciones de emergencia: por ejemplo, si os llaman por teléfono porque necesitan vuestra ayuda pero no pueden decirlo de un modo más explícito.
No hace falta que expliquen todo desde el primer momento. Solo que digan esa palabra. Y que tú, como madre o padre, estés disponible para abrir el espacio de confianza que necesitan.

Un recurso doméstico, sencillo y poderoso
Este pequeño truco de comunicación puede convertirse en un gran aliado a lo largo de los años. Desde la infancia hasta la vida adulta, puede mantenerse como una herramienta de vínculo, respeto y conexión emocional. E incluso como herramienta de seguridad.
A veces lo más eficaz no es lo más sofisticado. Una simple clave compartida puede marcar la diferencia entre una pelea y una conversación. Entre el distanciamiento y el acompañamiento. Entre la ruptura y el cuidado.
Es un primer paso para ayudar a nuestros hijos e hijas a comprender que todos sentimos frustración, rabia o agotamiento. Que también los adultos necesitan frenar, y que hacerlo no es una debilidad, sino una forma valiente de cuidar los vínculos.
En muchas familias, se convierte en una tradición. En un código especial. En un lenguaje propio que crece y se adapta con los años. Puede empezar como un juego y acabar siendo una de las herramientas más valiosas para convivir con más serenidad y respeto.