Ser Padres

Su primera noche fuera de casa

Ya no son niños pequeños y nosotros se lo repetimos muy a menudo. A partir de los cinco años, los niños ya tienen edad para pasar la noche en casa de un amigo. ¿Les damos permiso?

Algunos niños están acostumbrados a dormir fuera de casa (con los abuelos, los tíos...), otros tienen un carácter abierto y dependen poco de nosotros. Para ellos, la experiencia será feliz y transcurrirá sin contratiempos.

Sin embargo, si es la primera vez que nuestro hijo duerme fuera de casa o es un tanto tímido y dependiente, habrá que darle más instrucciones (también a los padres de su amigo) antes de apresurarnos a meter el pijama y el cepillo de dientes en su mochila.

Instrucciones para padres e hijos

Lo primero de todo es explicarle que no está obligado a ir si no quiere y que puede llamarnos a la hora que sea si prefiere volver a casa. Se lo diremos en un tono muy tranquilo, para que no crea que dormir fuera de casa conlleva algún peligro.

Tampoco nos pasemos con los consejos de rigor. Nuestro hijo se va a casa de un amigo, no a un campamento militar, así que no hace falta darle una hoja de instrucciones con estrictas normas de comportamiento. En vez de soltarle la "charla" antes de salir de casa o en el coche, es mejor aprovechar el momento de hacer la bolsa para hablar de ello con naturalidad.

A los padres del anfitrión les daremos información detallada sobre nuestro hijo:

Se trata de que el niño se sienta seguro y, en la medida de lo posible, como en casa. Y, por supuesto, no nos olvidemos de intercambiar los teléfonos con los otros padres: tenernos en todo momento localizados tranquilizará tanto a nuestro hijo como a la otra familia.

Qué hacer si...

Siempre podemos negarnos si los planes no nos complacen. Por ejemplo, si invitan a nuestro hijo a ir al lago a montar en barca y al niño le da miedo el agua, explicaremos la situación sin reparos. Seguro que la otra familia lo entenderá. También podemos buscar una solución intermedia: "Es mejor que se apunte al plan del próximo fin de semana".

Que practiquen otra religión, que sean de otra raza o que tengan costumbres y hábitos diferentes a los nuestros no debería ser un inconveniente. De hecho puede ser muy enriquecedor. Lo que debemos valorar es si nos parecen buenos padres o si, por el contrario, creemos que la casa es un tanto conflictiva (y en este caso, casi es mejor dar un millón de gracias y rehusar la invitación).

Este tipo de llamadas son muy normales bien porque los otros padres tienen alguna duda (¿podía comer espinacas?), porque surgió algún trastorno (le duele la cabeza, ¿le damos algún medicamento?) o porque se han encontrado con una situación que no saben manejar (no hay manera de que desayune).

Lo habitual es que podamos dar por teléfono las pautas necesarias para resolver el conflicto, aunque en casos extremos (lleva un buen rato llorando con un ataque de mimos galopante), tendremos que decidir si nos sumamos a los planes (¿por qué no hacer esa excursión todos juntos?) o si le recogemos y dejamos el tema para más adelante.

Lo primero de todo es preguntarle por las razones concretas: ¿qué te ha ocurrido?, ¿te peleaste con tu amigo? Si podemos aclarar la situación por teléfono, mejor. Si no, es preferible recoger a nuestro hijo y después ya averiguaremos qué pasó exactamente.

Es más común de lo que imaginamos. Los cambios, por pequeños que sean, son una fuente de ansiedad para ellos, y estos nervios se pueden manifestar con una "vuelta atrás" en el control de esfínteres. Hay que restarle importancia y explicarle que estas cosas ocurren y que no debe sentirse mal por ello. También podemos pedir la colaboración de la otra madre para que le diga que no pasa nada y para que, si nuestro hijo quiere, le oculte el incidente al otro niño.

Obligarle a ir es igual de malo que impedírselo

Pasión por la vida

Más de 45 años acompañando a las familias

Suscríbete por sólo 6 euros al mes y disfruta de nuestra revista

Suscríbete
Suscríbete a Ser Padres
tracking