Ser Padres

Las aves y los niños, la experiencia de crecer con pájaros

Crecer con un animal en casa hace que el pequeño sea más consciente de la naturaleza, desarrolle su madurez antes y sepa lo que es cuidar de alguien. Yo me crié con mascotas plumíferas y os voy a poner mi experiencia como ejemplo.

Mis primeros recuerdos, en lo referente a compartir tiempo y espacio con un animal de compañía, se remontan a mi más tierna infancia. Las aves y más concretamente los canarios fueron mis primeros compañeros animales. Llenaban la casa con sus cantos, sus “píos” y con la incontestable responsabilidad que todos los integrantes del núcleo familiar compartíamos en lo referente a proporcionarles cuidados y bienestar.

Mi padre fue el promotor de aquella singular relación. Antes de salir de casa siempre encontraba tiempo suficiente para limpiarlos, darles agua y comida y dedicarles unas palabras y un trato de especial atención.

Mi madre, aunque estaba encantada con aquel equipo multicolor, estaba un poco más en contra de la más que posible explosión demográfica que se avecinaba. Mi hermano y yo, como podéis imaginar, estábamos del lado de mi padre. Nosotros participábamos muy activamente en el cuidado de los animales. Mi padre nos implicaba en las rutinas de higiene de la jaula y de las bañeras o en el cambio del agua y los distintos alimentos... Pero lo verdaderamente bonito e inolvidable, fue cuando en mi casa comenzó a producirse la cría de canarios. Nunca olvidaré aquel mogollón de interesantísimas novedades que la llegada de nuevos individuos requería. Y finalmente, los desvelos y los cuidados dieron su fruto: los primeros polluelos rompieron sus cascarones.

La tenencia temprana de mascota me ayudó a ser responsable con todas mis tareas

Aquella experiencia marcó, indudablemente, mi vida profesional actual. Mis padres me permitieron disfrutar de la tenencia responsable de los animales de compañía desde muy temprana edad, y eso es algo que siempre les agradeceré. Aquella experiencia me ayudó a ser responsable en mis tareas para con aquellos seres indefensos, lo que me enseñó a ser responsable en el resto de mis tareas, agudizó al máximo mis sentidos y provocó un gran interés por aprender, comprender... Pero también me enfrentó a mis primeros momentos tristes.

En una de las ocasiones en las que el número de aves descendió en nuestra casa, llegamos a quedarnos solamente con un canario tuerto... Aquel ejemplar era algo más que un buen compañero, era un ser muy, pero que muy especial y muy querido.

Un día, acompañando a mi padre a la compra de alimento para aquel animal, entramos en una pajarería. Mi padre se quedó fascinado al observar una especie de ave de minúsculo tamaño y me dijo: "Seguro que uno de estos animales le hará mucha compañía al canario que tenemos en casa". Aquel diminuto animal pasó a formar parte de nuestra familia.
Al llegar a casa le buscamos una jaula adecuada entre las muchas que mi padre guardaba. La sorpresa fue mayúscula cuando nos dimos cuenta de que aquel inquieto ejemplar era capaz de salir entre los barrotes de cualquiera de nuestras jaulas debido a su reducidísimo tamaño.

El pequeño ejemplar, debido a su carácter incansable y “explorador” fue “bautizado” con el nombre de Fiera. Sus fugas, tímidas al principio, le acababan conduciendo siempre a la jaula del canario tuerto. Fiera le adoraba, le respetaba... y le guardaba total pleitesía.

El canario blanco era el ejemplar dominante, comportamiento que manifestaba con incesantes picoteos sobre la cabeza de Fiera. Este continuo proceder consiguió que el diminuto ejemplar presentara una total calvicie provocada por el sometimiento. Lo “gracioso” e incomprensible para nosotros es que se sometiera a esa experiencia pudiendo escapar en cualquier momento, pero Fiera, sin embargo, no lo hacía.

En sus trayectos de una a otra jaula comenzó a realizar “paradas técnicas”. Unos días se detenía en nuestra mesa, mientras comíamos participaba con sus picoteos en nuestros alimentos; otros fijaba su atención en los manjares que salían del carro de la compra cuando mi madre llegaba del mercado... y, desgraciadamente, un día eligió francamente mal su punto de destino. A pesar de los esfuerzos de mi afectada madre, Fiera murió. Aquella situación fue muy dura para todos.

Aquel día los más pequeños de la casa nos enfrentamos por primera vez, con total crudeza y, sin aviso previo, a la muerte de un ser querido.

Personalmente no puedo decir nada más que cosas buenas sobre la tenencia de aves en el hogar, siempre, eso sí, que la decisión de compartir con ellas tiempo y espacio se realice de forma pensada y responsable.
Tengamos muy, pero que muy presente, que las aves no son mascotas “de segunda”, que no son ni más ni menos que los perros o los gatos. Las aves, cualquiera de ellas, necesitan el mismo cariño y respeto que cualquiera de los seres vivos con los que podamos llegar a compartir nuestro hogar.

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