Gritar a un niño habitualmente no le deja ninguna secuela física, pero sí muchas psicológicas y emocionales que perdurarán durante toda su vida y que traspasarán a ámbitos muy importante a lo largo de su etapa adulta como las relaciones, el trabajo o la economía.

Al no dejar ningún tipo de secuela física en los más pequeños, no tendemos a ver los gritos como una amenaza mayor para ellos, y tampoco como una forma de violencia. De hecho, si hiciéramos una encuesta, casi el 100% de los que son padres admitirían haber gritado en algún momento de poca paciencia a sus peques y, quizás, un porcentaje más pequeño admitiría hacerlo de manera habitual.
Estaréis de acuerdo con nosotros en que, por muy bien que queramos hacerlo como padres, hay momentos en los que la incansable energía de los niños termina por mermar nuestra paciencia, haciendo que se nos olviden todas las lecciones de disciplina positiva que podamos haber leído. No pasa nada porque grites de forma esporádica, está a la orden del día, el problema mayor es que utilices los gritos de manera habitual en la crianza de los niños. Eso sí crea huella en su desarrollo; tanto o más como pueden hacerlo los castigos.
Precisamente para concienciar a la familia de la importancia de educar sin gritos dentro y fuera de casa, hemos recopilado algunas de las consecuencias más desastrosas de gritar a los niños de manera habitual.
Los gritos merman la autoestima de los niños
Según investigaciones de, por ejemplo, la Universidad de Nueva York o de Harvard, los gritos activan un área cerebral que se relaciona con el miedo, provocando estrés, entre otros.
Si a los gritos, además, se acompañan palabras de desaprobación (insultos, etiquetas,…) entonces los niños verán mermada su autoestima: se sentirán menos válidos y menos queridos por sus padres.
Gritar a los niños hace más pequeño su cerebro
Un estudio llevado a cabo por la Universidad de Montreal hace apenas unos años concluyó que dirigirse a los niños con gritos o malas palabras puede repercutir negativamente en el tamaño de su cerebro, haciéndolo más pequeño.
En concreto, descubrieron que los adolescentes que habían sido sometidos reiteradamente a prácticas de crianza duras durante la niñez, tenían algunas regiones cerebrales más pequeñas que las de los adolescentes que habían recibido una crianza respetuosa.
Grita a tus hijos y criarás niños inseguros y sumisos
Los gritos forman parte habitualmente de un estilo de crianza estricto, autoritario y rígido en el que no existen los límites sanos, sino las prohibiciones y sus consecuencias.
Estos estilos de crianza suelen conseguir que los niños se vuelvan sumisos e inseguros durante su etapa adulta. Que sigan necesitando la aprobación paterna o, incluso, de su pareja afectiva para hacer cualquier cosa. Niños que no saben dónde están los límites sanos en una relación de pareja, que soporta que le griten e, incluso, otras formas de violencia porque es lo que su cerebro toma como ‘correcto’ en función de lo que ha recibido en la niñez.
Los niños que han recibido gritos se portan peor
“Si los gritos fueran efectivos, aquellos niños que reciben más gritos y castigos serían los que mejor comportamiento tendrían y esto no es así”. Es una expresión que no se cansa de repetir el neuropsicólogo Álvaro Bilbao.
Si un niño crece en un ambiente donde los gritos son habituales, de cara a los demás pensará que esta es la única forma de hacerse valer, tanto ante alguna adversidad, como ante algún malentendido sin importancia. Y gritará sin importarle las consecuencias.
Este hecho fue demostrado, de hecho, hace unos años por un estudio científico de la Universidad de Michigan y de Pittsburgh y publicado en la revista límites sanos. Hicieron un seguimiento a casi mil familias en las que eel 45% de las madres y el 42% de los padres admitieron gritos e, incluso, insultos hacia sus hijos.
Los autores comprobaron que esos gritos habían desembocado en problemas de conducta como peleas con compañeros, dificultades de concentración o bajo rendimiento escolar.
Los gritos no mejoran el comportamiento infantil
“Lo único que consiguen los gritos es crear una tensión innecesaria que, con el tiempo, deja una huella importante en la personalidad del niño”, afirman los asesores psicopedagógicos de la editorial RUBIO. En su lugar, son mucho mejores los límites sanos.