La igualdad de género aún no es una realidad. Muchas películas, libros y obras de ficción muestran esa desigualdad simplemente al no dar papeles interesantes a los personajes femeninos.
Una muestra es el Test de Bechdel, que analiza cómo en el cine no existe una representación real de las mujeres. Este "test" se fija en tres variables:
- debe haber al menos dos personajes femeninos que tengan nombre propio
- estos personajes deben conversar a lo largo de la historia
- esa conversación no puede girar en torno a un personaje masculino.
Aunque parezca sorprendente, muchas veces no se cumplen estos tres requisitos.
Los cuentos infantiles protagonizados por mujeres pueden convertirse en un buen recurso para aumentar la representación de manera natural y educar en igualdad.
3 cuentos infantiles con mujeres protagonistas

1. De mayor quiero ser pirata
María era una niña muy valiente, a la que le encantaban las aventuras y los desafíos. Cuando le preguntaban qué quería ser de mayor, siempre respondía: ¡Yo quiero ser pirata! Sí, ¡pirata! María soñaba con surcar los mares, domar a las olas, saludar a las sirenas, vencer a monstruos marinos, descubrir islas perdidas y, sobre todo, encontrar tesoros.
Por eso cuando María llegaba del colegia a casa, lo primero que hacía era abrir el baúl de los disfraces, ponerse el pantalón a rayas, las botas de hebilla ancha y el parche negro en el ojo. Se subía de un salto a la mesa y gritaba con todas sus fuerzas:
– ¡Veinte cañones por banda!, y entonces izaba una camiseta a modo de bandera y blandía al aire el plumero como si fuera un sable.
María quería ser pirata, lo tenía muy claro. Por eso, no le importaba ser una pirata atípica: regordeta, pecosa y sin pata de palo. Ni tener de mascota un mono de peluche en lugar de un loro.
María sabía que de mayor quería ser pirata. Por mucho que se riera su hermano o que se burlaran de ella en el colegio. Por eso, cada día inventaba una historia diferente. A veces, luchaba contra los bandidos porque, por supuesto, ella era una pirata buena. Otras veces rescataba a algún grumete perdido o repartía sus tesoros entre sus peluches favoritos.
Lo único que tenía que hacer era ponerse su traje y entonces todo el cuarto se transformaba, la lámpara se convertía en un sol radiante, la silla en un pirata amigo, la alfombra en una paradisíaca isla, y su pequeño perro, en un temible tiburón.
Sin embargo, a María le faltaba algo, ¡no tenía tripulación! Así que un día convenció a su hermano e invitaron a sus mejores amigos.
Ese sí que era un galeón de verdad con la fregona como mástil y la manta azul como el mar embravecido. Su amiga Sara tomó el mando del barco y Carla, Juan y Dani avistaron un barco fantasma. En un abrir y cerrar de ojos se lanzaron, plumero en mano, al abordaje. Sin embargo, era obvio, en el barco fantasma, no había nadie, ni siquiera fantasmas.
Después hubo una gran tormenta y el barco se hizo añicos, por lo que tuvieron que llegar nadando hasta una isla. Y allí, en medio de dos cocoteros y una palmera muy alta, encontraron una cruz enorme. Y debajo ¡un tesoro! Un plato enorme con galletas que les había preparado su madre.
– No puede haber nada en el mundo mejor, pensaba María mientras cantaban sin cesar su canción pirata de la amistad.
Lo tenía muy claro. Así que cada vez que los mayores le preguntaban: ¿Y tú qué quieres ser de mayor? Ella siempre respondía: ¡Yo quiero ser pirata!
2. La princesa que se convirtió en roble
Había una vez un rey y una reina que deseaban con todas sus fuerzas ser padres. Lo pidieron tanto que, que después de mucho esperar, la reina tuvo una hija, a la que puso de nombre Carla.
Estaban tan contentos que decidieron dar una fiesta para celebrar su bautizo e invitaron a todas las hadas del reino. A todas, menos a una, Isaura. La verdad es que se olvidaron de ella porque ni sabían que existía, pero el hada, furiosa, acudió a la celebración a pesar de no haber sido invitada.
Las hadas allí presentes concedieron maravillosos dones a la infantita: inteligencia, belleza, elegancia, bondad… Pero cuando llegó el turno de Isaura dijo furiosa:
– ¡Cuando cumplas los 15 años, te convertirás en un roble!
Su hada madrina, apenada al saber que no podía deshacer ese hechizo, se acercó a la pequeña y le dijo:
– Sí, te convertirás en un roble, pero solo hasta que encuentres el amor.
Y el maleficio se cumplió. Carla cumplió los quince años y una mañana salió al bosque a buscar mariposas. Nunca más volvió, se había transformado en un roble.
Los reyes estaban muy tristes, aunque confiaban en que en algún momento alguien consiguiera romper el maleficio. Pero el tiempo pasaba y perdían las esperanzas. ¿Quién iba a enamorarse de un roble?
Sin embargo, un día un pastorcillo que pasaba por allí se tumbó bajo las frondosas ramas del roble a descansar. Entonces, escuchó que el árbol decía:
– Pastorcillo, soy la princesa Carla. ¿Quieres ser mi esposo?
El joven miró asombrado hacia la copa del árbol y vio el rostro angelical de la princesa. Pero, sin siquiera detenerse a pensar, huyó de miedo pensando que aquel lugar estaba encantado.
Al día siguiente, pasó por allí un escudero, y el roble le dijo:
– Escudero, soy la princesa Carla. ¿Quieres ser mi esposo?
El escudero vio entonces la imagen de la princesa, con su cabello dorado y sus ojos azules como el cielo.
– Me gustaría, pero antes debo consultar si puedo casarme contigo.
Y el escudero se fue.
Entonces, pasó por allí entonces un caballero y el roble aprovechó para preguntar:
– Caballero, soy la princesa Carla. ¿Quieres ser mi esposo?
El caballero vanidoso, vio la imagen de la infanta y dijo:
– Solo si me muestras tu figura real… ¡odio que me engañen!
Y el caballero se fue.
La princesa se cansó de buscar fuera alguien que la quisiera, así que empezó a dedicarse tiempo a sí misma. Se dedicó a escuchar las conversaciones de la gente que paseaba por el bosque, a pensar en poesías, a admirar la belleza del campo. A inventar cuentos, a fijarse en sus ramas y en todos los animales que vivían en ellas. Un día, mientras pensaba en lo feliz que era, el maleficio se rompió y la princesa pudo salir del árbol. ¿Cómo había pasado?
De pronto apareció el hada Isaura y le dijo:
—El mejor regalo que podía darte era descubrir que el amor más importante es el amor por una misma. Ahora podrás vivir una vida feliz sabiendo que eres increíble y que cuidarte es una prioridad.
3. Mulán, una versión de la historia de Disney
En una pequeña ciudad llamada Qiuhuasong, vivía Mulán, una pequeña niña que estaba muy apegada a su padre, con quien tenía una relación muy especial. Años más tarde, cuando Mulán era una chica joven y su padre, bastante mayor, se declaró la guerra en la ciudad. Llamaron a filas a todos los hombres de la zona, así que su padre, sin pensárselo dos veces, tomó la espada con la intención de ir a la batalla. Pero Mulán, al ver que apenas podía andar, se lo impidió:
– Padre, no puedes ir a luchar. Apenas te quedan fuerzas para caminar. Yo iré en tu lugar.
– No, Mulán, tú no puedes. Eres una chica y no está permitido que las mujeres luchen en la guerra.
– Eso si se enteran de que soy una mujer. Pero nadie tiene por qué darse cuenta.
Y diciendo esto, la joven se cortó la larga coleta, se vistió con ropa de soldado y tomó en su mano una enorme espada.
– Y ahora, padre, nadie sabrá que soy una chica.
– Oh, no vayas, Mulán, te lo suplico. Eres muy joven. Sé que eres muy valiente, pero pueden matarte. No soportaría perderte.
– No te preocupes, padre, no me perderás.
La joven, haciendo oídos sordos, se subió entonces al lomo de su caballo y partió hacia la batalla.
Una vez en el campo de batalla, Mulán se sentía un poco nerviosa, tenía miedo a ser descubierta. Sin embargo, en cuanto se dio cuenta de que nadie sospechaba que era una mujer, comenzó a dar rienda suelta a toda su valentía y a demostrar todas sus grandes habilidades.
Gracias a su destreza con la espada y la rapidez de su caballo, la valiente joven se convirtió en un soldado imprescindible. Todos la admiraban, y tanto es así, que sus historias de batallas ganadas llegaron a oídos del emperador, quien la mandó llamar al terminar la guerra para ofrecerle un puesto en el gobierno.
– Mulán, eres el mejor de mis guerreros: te ofrezco un lugar aquí en la corte. Nunca te faltará nada y gozarás de todos los privilegios, le dijo el emperador.
– Alteza, agradezco mucho el ofrecimiento, pero creo que mi lugar no está aquí. A cambio, solicito que cambie ese regalo por un camello.
– ¿Un camello? ¿Y para qué necesitas un camello?, preguntó algo confuso el emperador.
– Para regresar a casa con mi familia, contestó con humildad la muchacha. Viven lejos y debo atravesar el desierto.
– Claro, ahora mismo te traerán uno, joven y valiente guerrero, contestó el emperador. Es lo mínimo que puedo hacer por ti.
Mulán recibió su recompensa, pero antes de partir, se despojó de su ropa de soldado y se vistió con prendas de mujer. Sus compañeros se quedaron absortos y totalmente confundidos:
– ¡Una mujer! ¡Mulán es una mujer!, exclamó uno de sus compañeros de guerra.
– Pero…, titubeó otro. ¡Llevamos más de diez años combatiendo juntos y nunca nos dimos cuenta!
Todos aplaudieron a Mulán. Les acababa de dar una gran lección. La chica regresó a su casa, y su familia le preparó un gran recibimiento con un exquisito gran banquete.