Escribo este artículo hoy con la esperanza de arrojar algo de luz para los padres cuyos hijos hayan sido diagnosticados de espasmo del sollozo. Quisiera que mi experiencia fuese un pequeño referente al que agarrarse cuando las cosas se pongan feas o les falle la paciencia. Porque sí, el espasmo del sollozo, aun siendo severo, se va y no deja secuelas salvo un montón de sustos.
Mi hijo tenía nueve meses cuando sufrió su primer ataque. La familia se había reunido y charlábamos alrededor del café cuando tras un ruido, el niño arrancó a llorar. Hasta ahí todo era normal, pero el llanto fue en aumento y comenzó a convulsionar. Tenía la espalda combada, las manos rígidas y los ojos en blanco. Pasaron unos minutos que se me hicieron eternos. Le tendí el niño a mi madre, esperando que ella pudiese hacer algo que yo no podía. Finalmente, el pequeño abrió los ojos, agotado, y se quedó profundamente dormido.
Lo que no sabía entonces era que aquel había sido el primer episodio de muchos, y que siempre seguirían el mismo patrón: llanto, ahogo, convulsiones y pérdida del conocimiento.
Arrojando algo de luz
Una vez diagnosticado el espasmo del sollozo (los médicos suelen descartar otras patologías como la epilepsia) lo importante es hacerse con herramientas para sobrellevarlo de la mejor manera posible. Debéis saber que hay muchos otros padres en la misma situación. Existen foros, charlas y toda una batería de solidaridad de la que echar mano. Es bueno sentirse comprendido.
Por otro lado, es importante ser realistas para hacer acopio de fuerzas. No dudéis de que salir zumbando de cumpleaños, de tiendas o de encuentros en la calle pueda convertirse en algo habitual. No os extrañéis tampoco de que se formen corrillos alrededor del niño cuando esto ocurra en la calle. Vosotros ya sabéis lo que tiene vuestro hijo, los demás no, y la gente, en general, cuando es testigo de un ataque de espasmo del sollozo severo, se asusta y hasta precisa atención médica de la impresión. Créanme, lo he vivido.
Yo aprendí que los episodios, que en el caso de mi hijo podían acontecer varias veces al día, eran fruto de una extrema sensibilidad y de un fuerte temperamento poco proclive a aceptar negativas o frustraciones.
Es más difícil dejar a un niño con espasmo del sollozo severo en una guardería y también es más complicado desde el punto de vista de los padres, que lo vivimos con un miedo sordo y permanente.
Un buen pediatra puede cambiar mucho el panorama. Alguien que comprenda vuestros miedos y, al mismo tiempo, aporte una dosis de despreocupación.
Los espasmos se van, desaparecen un día igual que llegaron y, probablemente, vuestro hijo no recordará de aquellos tiempos convulsos, nada de nada. Esa es la buena noticia.
Es necesario saber que los espasmos del sollozo son relativamente frecuentes, se estima que hasta un 5% de la población infantil los presenta, pero lo que hay que saber es que no son peligrosos. Ante ellos poco se puede hacer además de mantener la calma, que es el consejo más importante. Los expertos recomiendan no gritar, agitar o zarandear al niño ni hacer el boca a boca en estos casos.
Artículo ofrecido por Estefanía Muñiz, escritora, columnista y mamá. Autora del blog www.manchasdecafe.com