¿Por qué lloran los niños? ¡Parecen tan mayores...!

¡Nos parecen tan grandes ya! Pero ¿tanto como para no llorar cuando se sienten mal o tienen un día torcido? ¿O es que los adultos nunca lloran?
¿Por qué lloran los niños?

La madre de Ismael tuvo la impresión de que el tiempo daba un salto atrás cuando su hijo entró en casa con un ataque de llanto. Estuvo a punto de soltarle aquello de "Pero ¿no te da vergüenza?, ¡pareces un niño pequeño!". Sin embargo, se contuvo y prefirió investigar los motivos.

Entre hipos y sollozos consiguió enterarse de que para Ismael no había resultado muy lucido el estreno del flamante uniforme de su equipo de fútbol preferido, reciente regalo de cumpleaños.

Ismael no había metido un solo gol en el partido de aquella tarde con los muchachos de su urbanización (casi todos mayores que él); es más, apenas había logrado tocar un par de veces el balón. Eso se dejaba traslucir de sus entrecortadas palabras, pronunciadas al tiempo que arrojaba la sufrida camiseta contra el suelo y maldecía a "esos tramposos".

Siempre tienen 
sus razones

Entre los 7 y los 11 años, muchos padres se impacientan si sus hijos lloran. "Ya eres mayor para andar llorando", se les recrimina a veces cuando abren el grifo de las lágrimas, ya sea porque su hermano les ha pegado o porque han perdido su libro de aventuras preferido.

Un niño de esta edad es muy sensible a la humillación y los reproches, aún está luchando por salir del egocentrismo y tiene que enfrentarse con las exigencias de la convivencia y la dura realidad. Las hermano, con los compañeros y con la autoridad son a menudo fuente de frustración y de roces.

¿Por qué es tan 
saludable llorar?

En la infancia muchas de las tensiones y conflictos giran en torno a temas de competición. Su inteligencia les permite ya un enjuiciamiento de sus capacidades y limitaciones (habilidades físicas, popularidad, logro escolar...), así como compararse con sus compañeros. La anterior omnipotencia infantil se encuentra ahora con la cruda realidad. Y los adultos ya no alabamos incondicionalmente todos sus progresos, grandes o pequeños, sino que les aplicamos mayores exigencias que antes.

No estamos diciendo que lo normal sea que un niño de esta edad siga llorando a cada momento a moco tendido, pero que aún recurra de cuando en cuando al desahogo del llanto es algo que no debe extrañarnos ni tampoco hay por qué afeárselo.

El llanto, como la risa, nos distingue como personas. Ningún otro animal expresa su pena llorando (lo del cocodrilo es otra historia). Algunos cachorros, como los perritos, se quejan lastimeramente, pero el llanto propiamente dicho es cosa de nosotros, los humanos.

Y esto vale para todas las edades. El que los adultos, especialmente los varones, aprendamos a reprimir el llanto no está del todo claro si es una conquista de la edad o más bien una pérdida lamentable que conlleva en nuestra cultura el hacerse mayores. Para algunos investigadores las lágrimas son muy saludables: mejoran el humor, defienden de infecciones, alivian el dolor... y, por supuesto, tranquilizan un montón y alivian las penas.

Algunos se muestran más sensibles

También es cierto que no todos los temperamentos son iguales. Hay niños más sentimentales en el sentido de que se sienten más intensamente afectados por todo, y sus emociones resultan lastimadas con mayor facilidad. Debemos escucharlos y reconfortarlos, permitiéndoles expresar sus sentimientos. Entonces es cuando estarán preparados para escuchar razonamientos y soluciones prácticas a sus problemas.

Es bueno enseñar a nuestros hijos el modo de afrontar las situaciones conflictivas y de utilizar sus propios recursos. Pero los padres siempre debemos tener en cuenta que estamos hablando de niños, que no podemos exigirles una madurez prematura y que todavía tienen grandes necesidades de dependencia, apoyo, consuelo y ayuda.

¿Y si utiliza el llanto?

¿Siguen montando el número ahora, con varios años más, si no les compran el juguete caro que se les antoja cada mes o si mamá no deja inmediatamente lo que está haciendo para satisfacer cualquier antojo que se les ocurra?

  • Pues tienen tomada la medida a unos papás desconocedores de que saber pronunciar en ocasiones un no rotundo e inapelable es un componente fundamental de una correcta educación. Un no acompañado siempre de la correspondiente explicación, tranquilamente y sin enfadarse.
  • Dar explicaciones a los hijos no significa ceder. En ocasiones, cuando está justificado, hay que saber permanecer impasible ante sus pataletas (los niños mayores también las tienen). Es importante que aprendan que no se puede tener ni conseguir todo. Si los padres no se encargan de enseñar a sus hijos los límites y frustraciones inevitables que impone la realidad a sus deseos, será ésta la que, a destiempo y más dolorosamente, se encargará de ponerles en su sitio.
  • Además hay que tener en cuenta que los niños consentidos y quejicas suelen encontrarse con dificultades para adaptarse a las relaciones entre compañeros, que suelen rechazarles  con facilidad.

¿Qué hacer cuándo llora por todo?

Puede ocurrir que un niño, sin ser un chantajista, llore y se queje contInuamente, con una frecuencia llamativa. ¿Cómo deberíamos reaccionar los padres?

  • La primera medida consiste en prestarle más atención. Es posible que se sienta desgraciado o que esté realmente deprimido.
  • Quizás no estamos favoreciendo su crecimiento emocional y no encuentra otro modo más maduro de despertar nuestra atención sobre sus necesidades.
  • Afinemos la antena y tengamos también en cuenta la opinión de las personas cercanas (profesores, educadores, amigos...). 
A veces ellos se percatan de detalles que a nosotros nos pasan inadvertidos.

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