Tres familias con hijos con altas capacidades comparten su experiencia personal

Contar con referentes puede ser de gran ayuda para familias que se encuentran de repente con las altas capacidades intelectuales. En estas líneas, padres e hijos relatan la suya.
Un niño muy pequeño con un libro
Un niño pequeño con un libro (foto: R.G.) - Un niño pequeño con un libro (foto: R.G.)

Las altas capacidades intelectuales son una neurodivergencia de la que cada vez se sabe más, pero en la que todavía hay mucho camino por avanzar tanto en los colegios como en el ámbito familiar. Muchos padres y madres se encuentran esta realidad de repente, sin saber siquiera de su existencia en algunos casos. 

En estas circunstancias, contar con referencias, ya sean de expertos en la materias o de otras familias, puede ser un punto de partida para empezar a ver la luz y aprender así a acompañar de la mejor forma posible a tu hijo o hija con altas capacidades


En esta pieza ya compartimos un testimonio en primera persona: “Tengo una hija con altas capacidades y este es mi día a día”. Y en las siguientes líneas, tres familias más comparten su experiencia con las altas capacidades de sus hijos e hijas. 

Una niña escribiendo
Una niña escribiendo (foto: R.G.)

“No creemos que el diagnóstico sirva para nada”

Este es el primero de los testimonios de una familia con un menor con altas capacidades, una opinión en primera persona muy crítica con el diagnóstico de las altas capacidades. 

L.L.

“Desde niña crecí sintiéndome rara, caía mal por repipi, por cómo hablaba, por las preguntas que me hacía sobre la infinitud, el existencialismo… Pero cuando yo era niña no era algo a lo que se le concediera demasiada importancia. A mí nunca me dijeron que yo era especial por mucho que yo supiera que lo era. Con el tiempo, pruebas que me he hecho por mi cuenta y lo que he aprendido en la carrera de psicología, sé que tengo altas capacidades y mi hija también. El coeficiente no me preocupa ni cubrir las inquietudes intelectuales, sino la integración. La ausencia de apoyo emocional es el problema, el aburrimiento y el aislamiento”. 

I.R.

“Mientras crecía no lo percibía porque sencillamente 'yo era así''. Sí sé que desde muy pequeña usaba un lenguaje muy complejo y nunca me ha costado estudiar. Ahora con 14 años no me siento especial y no sufro por ver que llego un poco más lejos que los demás. Me interesan muchas cosas: me encanta escribir y leer. Siento una curiosidad muy intensa por las ciencias. No me cuesta leer textos complejos sobre el universo o de física escritos para gente con más formación que la mía. También me interesa la psicología. Este año he empezado un proyecto empresarial de venta de camisetas por internet y el emprendimiento también me encanta”. 

Un niño pequeño con un libro (foto: R.G.)
Un niño pequeño con un libro (foto: R.G.)

“Mi hijo sabe cómo es, y se siente feliz y afortunado”

El segundo testimonio que compartimos es el de una madre de un menor de 11 años con altas capacidades intelectuales. 

A.C.

“Mi hijo tiene 11 años y cursa quinto de primaria. Desde muy pequeño empezó a destacar en capacidad de razonamiento y de lenguaje, que con 5 o 6 ya llamaba la atención. A esa edad empezaba a aburrirse mucho en clase, estaba abstraído… y en su colegio lo identificaron enseguida. En los test de inteligencia ha sacado puntuaciones no homogéneas entre el 110 y el 150. Desde el primer momento nos recomendaron que se lo dijésemos, porque era importante que si se sentía diferente, supiera por qué. Y se lo comunicamos tal cual: que él tenía una manera distinta de entender y pensar, que no era nada malo, sino distinto. Lo entendió muy bien y es un niño feliz y muy afortunado. También se explicó en su clase y le tratan con naturalidad. No se le da bombo, pero se le acepta tal y como es. Sus amigos saben que su forma de relacionarse es distinta y que un día, igual puede jugar al fútbol en el recreo que sentarse a meditar. 

Esto no ha provocado que no tenga amigos, pero sí que sea selectivo y que se relacione de manera muy individual con personas, niños o adultos (algunos con altas capacidades de su colegio que tiene un programa especial para ellos), que tengan intereses similares a los suyos: la ciencia, el origen del universo, los dinosaurios. Tiene unos temas de conversación que es normal que no interese a niños de su edad. Pero no porque le den de lado, sino porque muchas veces es él el que está más a gusto solo, pensando en sus cosas”. 

Una familia de madre, padre e hija
Una familia de madre, padre e hija (foto: R.G)

“Estamos muy alejados de los clichés” 

El tercer y último testimonio sobre altas capacidades lleva la firma de una persona adulta en primera persona al que le fueron detectadas cuando tenía 14 años.

A.M.

“A mí no se me diagnosticaron las altas capacidades hasta los 14 años, edad en la que yo pedí a mis padres poder ir al psicólogo porque me sentía profundamente sola, diferente y, sobre todo, muy triste. Al cabo de un tiempo me realizaron las pruebas (le cuesta revelar que tiene un coeficiente de 153) y la respuesta del colegio fue invitarme a realizar más clases extraescolares, saltarme de curso… Cosas así. Pero mi problema no era académico, era emocional y fue una época muy dura: ocultaba mis notas, exageraba mis esfuerzos, intentaba no destacar, los niños se metían conmigo por pedante, me aislé mucho… Quizás me habría ayudado estudiar con niños como yo. 

Llegar a la universidad fue un regalo del cielo para mí, y una liberación. Estudié Bellas Artes, Física y la carrera de piano (ir al conservatorio fue como llegar a casa). Más adelante empecé a escribir, con quien hoy es mi pareja, un blog sobre divulgación científica y encontré gente con inquietudes parecidas a las mías, muy frikis, gente interesada en la excelencia. Un lugar de acogida para mí. Casi nadie de mi entorno sabe que tengo superdotación intelectual. No es algo que reveles alegremente.

Aunque estoy cada vez más convencida de que la frontera del coeficiente intelectual es un poco aleatoria. Por ejemplo, yo estoy convencida de que mi madre y mi pareja tienen altas capacidades sin diagnosticar, pero tampoco sé si lo necesitan saber. Estamos muy alejados de los clichés y, aunque me infancia y juventud no fue fácil, reconozco que tengo mucha suerte”. 

Una niña, leyendo y escribiendo
Una niña, leyendo y escribiendo (foto: R.G.)

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