"Eso no se dice. ¡Fíjate, mamá, acaba de decir jo... y lo que sigue!". Éste era el Guillermo de cuatro años. El de ahora, en tercero de primaria, con ocho años, taaaan mayor (dice su madre) ha pasado de acusador a acusado: «No digas palabrotas, ¡ya está bien!, ¿o quieres que te lave la boca con jabón?».
Casi todos pasaron por esa etapa
Los tacos y el lenguaje destemplado en los niños no son ninguna novedad. En los primeros años, cuando están desarrollando el lenguaje, pasan (unos más y otros menos) por un periodo de acusada preferencia por las expresiones malsonantes. Acaban de descubrir su fuerza, su capacidad para provocar la risa, el asombro o el enfado, y esto les proporciona una sensación de poder.
Las palabrotas les resultan interesantes, por no decir irresistibles, casi mágicas, y las emplean una y otra vez para probar su efecto. En ocasiones, los niños pequeños las usan para mostrar su enfado y desahogar sus berrinches.
En esos primeros años, el tratamiento más adecuado consistía en evitar las reacciones extremas, tanto favorables (risotadas) como desfavorables (regañinas): ignorar las expresiones menos fuertes y, ante las más gruesas, explicarles tranquilamente que no debían hablar así, y también los motivos. Y ante los insultos, mostrarles otros modos más adecuados de expresar su enfado o su desacuerdo.
Es cierto que desde pequeños hay que enseñar a los niños la conveniencia de no excederse en el mal gusto, pero no hay que escandalizarse por alguna expresión malsonante.
Los tacos de los tres o cuatro años acaban normalmente desapareciendo o disminuyendo considerablemente. A veces, se pasan a la otra banda y hasta presumen de corregir a los demás. No obstante, hay que contar con su regreso unos años más tarde, ya en otra fase de desarrollo y con motivaciones distintas.
Entre los siete y los diez años, niñas y niños se encuentran en una etapa de intensa socialización con sus iguales. Aunque la familia sigue siendo fundamental, están también realizando un pronunciado esfuerzo por integrarse con los chicos de su edad. Han entrado en la etapa de las pandillas y luchan por hacerse un lugar entre los compañeros
El lenguaje delata su empeño por encajar
No es raro que un niño que hace poco se esforzaba en utilizar el vocabulario de los padres prefiera ahora usar el de los chicos de su edad, diferente al de casa, y en el que alguna que otra expresión más o menos malsonante marque la diferencia.
Desde luego que no debe dejarnos indiferentes un lenguaje claramente grosero, pero tampoco se trata de exigir uno repulido y repipi. Un estilo un poco callejero es su modo de identificarse con los chicos y chicas de su edad, de querer salir de una cierta inocencia infantil y sentirse mayores, demostrando que hace ya mucho que dejaron los pañales.
¿Qué hacer para corregirles?
Está claro que si se exceden en la grosería y las exclamaciones soeces, nos corresponde a los padres la inexcusable labor de hacérselo notar y ayudarles a corregirse. Aunque mostremos nuestro desagrado, es preferible no exasperarse, sino mantener un tono moderado, aunque enérgico.
- Una primera medida aconsejable consiste en no escandalizarse. Ante una expresión malsonante, es mejor mantener un tono ligero y no dejarse impresionar en exceso. A veces va bien un toque de humor: "Toma el detergente; me parece que necesitas lavarte la boca (es un decir, claro)". Y hay que decirle que esperamos que sea una excepción.
- Pero si el niño vuelve a emplear expresiones groseras, puede ser el momento de aplicar alguna medida más contundente. A esta edad sigue siendo adecuada la técnica correctiva del aislamiento: "Eso que has dicho es una suciedad (o una grosería...), así que necesitas reflexionar un rato en el cuarto de baño". El lugar elegido no es neutral: está relacionado con la idea de aseo y pulcritud en el lenguaje, aunque sea simbólicamente. Con diez minutos basta; una duración mayor no implica mayor eficacia.
- Otro tipo de medida correctiva puede consistir en restringir momentáneamente el tiempo con sus amigos: "Me he dado cuenta de que, cuando vienes de estar con tus amigos, utilizas un lenguaje más grosero, así que durante equis días vas a pasar menos tiempo con ellos. Seguro que tu lenguaje mejora". También aquí se trata de una medida temporal que hay que aplicar cuidadosamente. Los niños necesitan del contacto con sus amigos; y más que su influencia, lo decisivo es el propio autocontrol que, en definitiva, es lo que tratamos de potenciar.