¿De verdad son tan crueles a los 6 años?
Maltratan a las moscas, se ríen del mal ajeno... Son niños y no saben el daño que hacen. ¿O sí?
La última excursión del pasado verano llevó a la familia de Adrián y Alba a un riachuelo. Antes de que los padres acabaran de extender la manta del picnic y desempaquetar la tortilla de patatas, sus chicos ya estaban corriendo hacia el agua, donde había más niños alborotando y riendo. Sin embargo, al poco rato, la pequeña de la familia volvió y se sentó al lado de su madre.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué regresas tan pronto? ¿Te has peleado con algún niño?
– No...
– ¿Y a qué jugabais?
– A machacar peces, pero a mí no me gusta ese juego.
El padre se levantó para investigar y, efectivamente, los chavales, todos entre seis y diez años, más o menos, habían encontrado unos peces pequeños y los estaban matando, poniéndolos sobre una piedra grande y triturándolos con otra más pequeña.
¿A qué edad se despierta en ellos la conciencia moral, esa voz interna que les dice lo que está bien y lo que está mal?
Jean Piaget, el gran psicólogo suizo al que debemos las principales observaciones sobre el desarrollo infantil, opinaba que "el niño de menos de seis años es demasiado egocéntrico para comprender el punto de vista de otra persona e incapaz de preocuparse por los demás". Y también Sigmund Freud situaba el despertar de la conciencia moral humana en torno a los seis años de edad.
Sin embargo, numerosos papás han observado que críos más pequeños son capaces de manifestar una auténtica preocupación por el dolor ajeno:
- "Mi hijo Gorka, de dos años, estaba jugando a la pelota –cuenta un padre– y, sin querer, le dio a una niña en la cabeza. Enseguida fue a acariciarla, diciendo: «¿Tiene pupa tu pelo?".
- Otra madre nos relata que, alrededor de los tres años, Miguel tenía la costumbre de ofrecer un vaso de leche (a él le gustaba mucho) a toda persona que le parecía triste.
- Algunos niños de cinco años, incluso, se adelantan a las necesidades de los demás. Como Marián, que cuando su mamá se queda dormida en el sofá, va corriendo a taparla con una manta.
Pero también nos topamos con otros que machacan peces, arrancan las alas de las moscas, esconden los ovillos de las abuelas (y encima mienten diciendo que no han sido ellos), ponen la zancadilla al compañero o, como mínimo, se alegran de que una pelota caiga en cabeza ajena y no en la propia.
¿Por qué algunos niños reaccionan de una manera y otros de forma tan diferente? Se debe a la calidad de la comunicación que tienen con los padres y con las demás personas de su entorno.
Cómo hablar con ellos
Suelen distinguir entre el bien y el mal o, en el peor de los casos, al menos, comprenden que existen comportamientos aceptables y otros que no lo son.
Poco a poco, aprenden a calibrar también los matices. Lo que aún no podemos esperar es que tengan el coraje de hacer valer su opinión ética frente a otros (quizá más grandes o más fuertes). Ese coraje cívico requiere un aplomo que ya quisieran para sí muchos adultos.
Los niños quieren ser tomados en serio y, cuando hablamos con ellos, tenemos que hacerlo apropiadamente. Gritar o sermonear repitiendo siempre lo mismo no les llega.
Solo comprenden que un mensaje va en serio cuando se lo transmitimos a través de los sentidos. Hay que mirar a los niños a los ojos, tomar sus manos o ponerles la nuestra sobre un hombro y decirles: "Mira, no quiero que hagas esto. Está mal porque...". Lo que siga habrá de ser muy concreto.
Si el niño trata de zafarse del contacto físico, quiere decir que está enfadado con los padres. En este caso, bastará con la mirada y la voz tranquila y seria.
Cuando sean los padres los que estén muy enfadados con el niño, convendrá posponer la reflexión para más tarde.
La transmisión de valores éticos funciona tanto mejor cuanto más fuertes son los lazos emocionales entre ambas partes: un niño que quiere a sus papás, que se siente seguro y confiado en su presencia, tratará de imitar el comportamiento de sus progenitores y responder positivamente. Por eso, no se debería decir que a esta edad despierta la conciencia moral, sino que es cuando podemos contar con los primeros frutos de la educación ética que hemos ofrecido a nuestros hijos.
Los niños comprueban a diario si nos hablamos con cortesía o a gritos, si nos ayudamos o nos ponemos la zancadilla, si pagamos religiosamente o nos apropiamos de lo ajeno. Sin embargo, no siempre basta con el ejemplo; a veces necesitan también algunas explicaciones.
En líneas generales, los comportamientos menos éticos y comunes en algunos críos de esta edad son:
- Crueldad. Es difícil que un niño que ha aprendido a sentir empatía (la capacidad de ponerse en el lugar del otro) tenga impulsos crueles. Pero los pequeños sólo sentirán esa empatía por los demás si sus padres también la sienten por ellos, si comprenden sus lágrimas, su ira o su alegría.
Cuando un chico maltrata a un animal puede hacerlo por afán investigador (especialmente en el caso de los insectos) o, realmente, por saña. En el primer caso bastará con explicarle que está produciendo dolor al animal; en el segundo, debemos suponer que tiene un problema y que lo paga con un ser inocente. Es imprescindible averiguar el motivo subyacente.
- Mal ajeno. En el cine (y en los dibujos animados) hay muchos gags que pretenden hacernos reír con las desgracias que les ocurren a los protagonistas.
El niño que ve que un payaso (una figura alegre) se enreda en sus zapatones y se cae (un hecho triste), recibe un mensaje contradictorio y buscará la mirada de la madre o del padre para saber si tiene que reír o llorar. Los chicos que no obtienen respuestas adecuadas, se ríen tanto del aplastamiento de un gato dibujado como de la caída de una señora real.