¡Te odio, mamá!

De un día para otro parece que nuestro hijo ha dejado de querernos, nos critica por todo y nos dice que nos odia.
Te odio

"Mamá, qué carmín tan horrible, pareces la mujer de Drácula". "¿Dónde vas con ese modelito?, ¿al Imserso?". "Tienes menos clase vistiendo que una vieja". ¿Os suena? Graciosillos, nuestros adolescentes (más bien impertinentes) pero bueno, al menos, sus glosas se quedan en casa. Mucho más desagradables resultan las comparaciones: "La madre de Alicia sí que mola, pero tú... ".

¿Por qué nos lanzan estos dardos? ¿Por qué los dirigen especialmente a mamá?

No hace tanto tiempo que los padres eran los tipos humanos ideales a los que el niño veneraba, pero aquella adoración idílica pertenece ya al pasado. Ahora han corrido algunos años y los chicos ponen en duda los valores familiares, descubren otras familias y otros modos de vida y los declaran superiores.

Mamá representa su mundo de niños

La madre suele ser la primera víctima porque es sobre todo su presencia la que evoca el periodo de la infancia, y para dejar atrás esos tiempos, intentan, en cierta medida, liberarse de la madre.

En ocasiones, los hijos adolescentes provocan repetidamente a su madre e incluso se ríen de su enfado, porque no dudan de su cariño y también porque temen menos sus castigos que los del padre. En las chicas, además, se reactiva con la madre una rivalidad inconsciente y, de repente, le sueltan un «¡Te odio!» o un «¡No quiero parecerme a ti!».

Otras veces, chicas y chicos, ante la confusión que les provocan sus contradictorios y revueltos sentimientos, optan por una actitud cínica y niegan abiertamente que sientan afecto por nadie. Desaprueban, juzgan; a menudo no tienen miramientos, no perdonan ninguna debilidad, ninguna torpeza y, si hace falta, se las inventan.

No hay que extrañarse si los padres se sienten dolidos. A veces reaccionan con ira o celos: "Si no te gusta esta casa, ya sabes dónde está la puerta". Pero sufren cuando les critican su modo de pensar, sus gustos, sus expresiones...

A esta edad, los adolescentes viven un conflicto entre independencia y dependencia, entre el deseo de ser mimados como niños y el de ser reconocidos como casi adultos. Por eso se reafirman mediante la oposición, adoptando muchas veces un comportamiento caprichoso y desafiante. Buscan hacer sentir su presencia y su voluntad en una crisis oposicionista que tiene puntos en común con la que los niños pequeños experimentan hacia los dos años. Pero esta crisis es más difícil para los padres porque ahora el hijo se expresa con desenvoltura, juzga con agudeza, conoce los puntos sensibles y sabe dónde pinchar para que moleste. Necesita una identidad propia y separada de la de los padres, pero le es difícil tomar distancia de quienes tanto quiere, así que, para facilitar el proceso, les busca defectos.

Sin pasarles factura

No solo nosotros sufrimos por su actitud rebelde y crítica. A ellos también les genera sentimientos de culpa. Sienten que esa tensión provocada por la necesidad de crearse una personalidad les lleva a poner en peligro unos lazos afectivos que, al mismo tiempo, están ansiosos por mantener.

Claro que comprenderlos no significa aguantarlo todo. Como mínimo, los padres tienen derecho a mostrar su malestar ante un trato abiertamente desconsiderado. No es lo mismo "Me gustaría ir esta vez yo sola a comprarme la falda, mamá" que "No vengas, porque me estorbas y además tienes un gusto horroroso". En este último caso, está justificado responder: "Tienes derecho a tener tus propios gustos, pero a mí me duele lo que has dicho. En casa no nos tratamos así". Los padres no somos meras figuras de autoridad, sino personas con sentimientos, y para los chicos es bueno constatarlo.

Pero si decimos "En casa no nos tratamos así", hemos de mantenerlo. Hay padres que lanzan a sus hijos, con el mayor descuido y despreocupación, frases comparables a la impertinencia que acabamos de ver hace un momento, o las que figuran al comienzo de este artículo, sin darse cuenta de que quien siembra vientos recoge tempestades. El respeto se enseña con el ejemplo, es decir, respetando.

Tampoco nos pasemos de susceptibles. "Seguro que hoy no me aguantas ni dos sets", bromea Miguel enarbolando la raqueta de tenis. "No tiene nada de raro –responde su padre con naturalidad–. Tú tienes 15 años y yo 50". Los adolescentes se pican entre ellos con bastante facilidad. Les viene bien aprender que se puede responder serenamente y sin perder la dignidad.

Hablar con otros padres que estén en la misma situación puede ayudar mucho a relativizar la nuestra, a darnos cuenta de que no somos los únicos y a tomárnoslo con humor y filosofía. Sus críticas no durarán siempre: normalmente disminuyen a medida que se hacen mayores.

Siempre que podamos, no tomemos sus comentarios como ataques personales, sino como una posibilidad de explorar sus ideas y su mentalidad, que a estas edades se encuentra en plena ebullición.

Cuando nuestros hijos se exaltan y nos critican, están expresando, por lo general, no convicciones firmes, sino más bien incertidumbres. En su fuero interno necesitan saber lo que pensamos sobre normas, conductas, problemas y personas. No para tomarlo como algo sagrado, pero sí como referencia sobre la que formar sus propios criterios. Seamos dialogantes y razonables, pero también claros y firmes. Sepamos que, en el fondo, siguen esperando de nosotros orientación y guía. Así es como conservaremos su verdadero aprecio.

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