Es muy difícil. La maternidad lo es en general, y seguramente por eso ofrece también las mejores recompensas emocionales. Y una de las cosas más complicadas de medir y equilibrar es, curiosamente, el papel de uno mismo. Como madre o como padre. Porque algunas situaciones te llevarán al límite y tendrás entonces que mantenerte fiel a lo que sabes que es lo correcto por el bien de tus hijos.
Los premios y los castigos son un buen ejemplo de ello porque son herramientas muy eficaces a corto plazo de las que se tiende a recurrir más de la cuenta. La tentación de encontrar la solución por el atajo más rápido y evitaros una “ pelea” constante y larga a base de palabra y paciencia es muy grande, pero hay que resistir porque a largo plazo será contraproducente. Y más si lo que utilizáis como premio o castigo es la comida.
Con el afecto y la comida no se juega. Suena fuerte, exagerado quizá, pero es lo que todos los expertos en educación y psicología infantil nos dicen. El primero, porque su ausencia tiene consecuencias evidentes y ninguna es positiva, especialmente a nivel emocional. Y la segunda, porque tiene un impacto muy grande tanto en la salud del niño como en su comportamiento.
Consecuencias en su salud y en su comportamiento
Como premio, generalmente se ofrecen productos alimentarios que no son saludables, y eso implica, por un lado, que el pequeño se alimente peor -mayor riesgo de obesidad y demás patologías relacionadas con una dieta rica en productos malsanos- y, por otro, que asocie con ideas negativas recetas o platos que son esenciales para una alimentación saludable.
Y como castigo, el gran inconveniente no es ya que pueda afectar a una necesidad esencial como es la comida, sino que para que una consecuencia tenga el efecto buscado a largo plazo, esta debe estar relacionada con una conducta inadecuada del niño. Es decir, no portarse bien esa tarde en la calle no puede incidir en que no le obliguéis a cenar un plato que sabéis que no le gusta o que no es atractivo para él. Lo único que conseguirá eso es que empeoren sus hábitos alimentarios porque le cogerá manía a la comida y se enrabietará. Sin embargo, no habrá encontrado relación entre conducta y consecuencia y, por ende, no le llevará a reflexionar sobre lo verdaderamente importante, la conducta que le ha llevado a ese castigo, que es lo que interesa que entienda por qué está mal y por qué debe actuar de otro modo en el futuro.
Lo recomendable, por lo tanto, es desligar el menú semanal de sus conductas diarias. De hecho, también para asentar mejores hábitos de alimentación, lo ideal es planificar dicho menú y así comeréis mejor y la tentación de usar la comida como herramienta de castigo no será tal.
Otra cosa distinta es como premio, ya que como decíamos antes, no se suele obsequiar a los niños con unas judías verdes y sí con productos que no están en ese menú semanal saludable. En este caso, el único cortafuegos posible es que seáis capaces vosotros mismos de no caer en la trampa. Para limitar la tentación, no tener en casa este tipo de productos es lo más eficaz, aunque lógicamente siempre existirá la opción de dárselos porque nos rodean.