“Hacer preguntas es prueba de que se piensa”, dijo Rabindranath Tagore, filósofo y escritor indio, y premio Nobel. Esta es una muy buena frase para que los padres de los niños que entran en la etapa del por qué se la graben a fuego en sus respectivos cerebros. Los ayudará a gestionar mejor esta etapa que es divertida, fascinante incluso, como padres, pero también desesperante en algún que otro momento.
Esta fase de las preguntas sin parar suele arrancar alrededor de los 3 o 4 años, y puede extenderse hasta los 9 años aproximadamente. Los niños tienen la capacidad de expresarse ya de forma fluida a partir de esta edad y no dudan en preguntar por todo aquello que les rodea, desde cuestiones genéricas vitales como la muerte hasta cosas muy cotidianas.
¿Por qué preguntan tanto?
Lo hacen por motivos diversos. No solo por uno en concreto. El del desarrollo del lenguaje es precisamente uno de ellos. Quieren practicar con él porque sienten que les ayuda a expresarse y relacionarse, y eso es un motivo más para preguntar a sus mayores por todo lo que se les ocurre.
La principal razón, de todos modos, es muy sencilla de comprender: los niños quieren conocer el mundo en el que viven. Ellos obtienen respuestas con la experiencia pero sobre todo las reciben con las respuestas que les dan las personas de su entorno de seguridad, los que ellos consideran que lo saben todo. Necesitan ordenar su mundo y por eso preguntan.
A esto hay que añadir otros factores que puntualmente también explican por qué preguntan tanto los niños pequeños: por ejemplo, que quieran quitarse un miedo de encima. Esto explica que alguna pregunta concreta la repitan tantas veces. Les da seguridad escuchar la respuesta.
Comprender la realidad
Es fundamental comprender lo explicado porque nos ayudará a tenerlo presente cuando las preguntas se amontonan en un momento que a nosotros no nos parece el mejor. Porque estemos cansados, haciendo otra tarea, porque nos las repiten 20 veces o por cualquier otra causa por la que las preguntas nos incomodan. Debemos tener claro que somos los “intermediarios que les expliquen la nueva realidad que van conociendo”, tal y como lo define el neuropsicólogo Álvaro Bilbao en una de sus últimas publicaciones divulgativas.
En ella, Bilbao se hace eco de un estudio del profesor Ronald F. Ferguson (Harvard Kennedy School) sobre aquellas cosas que hacen los padres de personas de éxito (que sientan que les ha ido bien en la vida) más que otros padres. Y una de las ocho cosas que resalta Bilbao del estudio es, precisamente, que responden a todas las preguntas de sus hijos. “Los niños con dos o tres años hacen muchas preguntas. No lo hacen por molestar, sino porque quieren entender. Dar a tus hijos respuestas complejas explicadas de una forma sencilla les hace ser más curiosos y les ayuda a encontrar su propósito”, explica el especialista.
El consenso al respecto es amplio: debemos responder a sus preguntas lo mejor que podamos. Y esto no implica darles siempre una explicación certera; significa que les atendemos y tratamos de formular respuestas sencillas a cuestiones complejas. Y es perfectamente válido que les digamos que hay algo que no sabemos; a los peques les ayuda saber que sus padres tampoco lo saben todo. Con naturalidad y honestidad.
En este caso, además, los expertos en educación y psicología infantil recomiendan que dediquemos un ratito a buscar la respuesta con ellos. La investigación que tanto se fomenta en los colegios es bueno que la potenciemos también en casa.