Bajo su apariencia de dulces angelitos, se oculta un potencial de impulsividad que puede explotar en cualquier momento. Para los niños pequeños, que aún no son capaces de expresarse con palabras, pegar es la única vía eficaz que conocen para manifestar su enfado y sus frustraciones —Álvaro Bilbao te da este si tu hijo sale del colegio diciendo que le han pegado—. Y también para hacer valer sus derechos. Así, por ejemplo, si ven cómo otros les arrebatan sus juguetes o destruyen sus construcciones, intentan defenderse como pueden: unos lo hacen pegando y otros, escupiendo, mordiendo, arañando o tirando del pelo.
Estas primeras muestras de agresividad no deben alarmar a los padres, pues irán disminuyendo a medida que los niños adquieran el dominio del lenguaje. Sin embargo, tampoco deben ser ignoradas sin más. Los padres han de intervenir para tratar de controlar las agresiones de sus hijos —aquí tienes cinco consejos de educación positiva de Álvaro Bilbao para aplicar con los niños que pegan—.
“No hagas eso”, “Hace daño”, “Pegar está mal”, son frases sencillas que un niño de un año ya puede entender. Aunque no capte su significado como un adulto y tarde aún unos meses en saber qué es lo que le estamos pidiendo, el pequeño comprende lo suficiente como para darse cuenta de que sus padres no aceptan su comportamiento agresivo y que no puede hacer todo lo que desea. Cada vez que agreda a otro niño, será necesario repetirle estas palabras con cariño, pero también con firmeza.

A continuación, compartimos siete trucos o consejos para calmar a un niño o niña pegón.
Ser un buen ejemplo
Si los padres le dicen a su hijo que no debe pegar y, al mismo tiempo, le golpean en la mano por haber roto algo o cogido lo que no debía, el pequeño está recibiendo dos mensajes contradictorios que no hacen sino confundirle.
Los niños aprenden por imitación y necesitan tener un modelo que les enseñe a relacionarse con los demás de una forma socialmente aceptable. Lo que los padres deben transmitir a los hijos es que los conflictos siempre pueden solucionarse de una forma pacífica, mediante el uso de la palabra, y que no hay lugar para las agresiones.
En el peor de los casos, los niños que crecen en hogares en los que predomina el maltrato físico pueden desarrollar en el futuro un comportamiento violento con hermanos pequeños o con los animales.
Aquí puedes leer hasta cinco razones de peso por las que jamás debes pegar a un niño.

Enseñarle a decir “no”
En cuanto el crío empieza a balbucear los primeros vocablos, se le puede enseñar a decir “no” para impedir, por ejemplo, que otros cojan sus juguetes y, también, para evitar ser agredido. Esto le ayuda a expresar su disconformidad sin tener que pasar a la acción y es, por tanto, una buena alternativa a los golpes.
Más adelante, se puede ir completando su vocabulario con expresiones como “Es mío”, “¡Vete!”, “Dámelo”, “No quiero” o “¡Déjame!”. También hay que enseñarle a pedir las cosas en lugar de quitarlas. Cuando un niño ha pegado a otro, basta con que los padres le hagan saber, de forma rápida y clara, que no aprueban sus agresiones.
Lo que nunca deben hacer es decirle cosas como “Eres muy malo” o “Ya no te queremos”. Primero, porque el pequeño necesita tener la seguridad de que el amor de sus padres es incondicional –”Te quiero, pero no me gusta que pegues”–. Y, en segundo lugar, porque, si se siente avergonzado, es muy probable que aumente su enfado y no quiera colaborar. Las palabras que les decimos a los niños sí importan.
Su comportamiento tampoco debe ser motivo para prohibirle jugar con otros niños. En realidad, lo esperable en un crío tan pequeño es que todavía no esté preparado para jugar en grupo ni sepa aún compartir sus cosas con los demás. Y sería un error pretender lo contrario. Sin embargo, a pesar de ello, el niño necesita la presencia de sus semejantes y, solo si tiene la posibilidad de estar en compañía de otros niños, puede aprender también a comportarse en grupo y a respetar a los demás.

Distraer su atención
Una manera realmente efectiva y eficaz de “frenar” a un niño pegón sin tener que separarle del grupo es animarle a cambiar de actividad. De esta forma, es muy probable que olvide enseguida el motivo de la pelea y se concentre entusiasmado y feliz en el nuevo juego.
Además, cada vez que se junten dos o más críos de esta edad, lo más sensato es procurar que haya suficientes juguetes para todos. Una medida tan simple puede evitar más de un altercado innecesario.
A menudo, la supervisión de los padres sirve también para persuadir al agresor de sus propósitos.
Subrayar sus logros
Igual que el pequeño recibe una llamada de atención cuando ha agredido a otro, debe poder escuchar un elogio cuando se esté portando bien. En esos momentos, es importante resaltar sus cualidades y darle a entender que sus padres se sienten orgullosos y satisfechos con su comportamiento.
Los elogios no solamente le sirven de estímulo; le ayudan, además, a ir diferenciando lo que está bien de lo que está mal.
Rodearle de afecto
Un entorno lleno de amor y comprensión es, sin lugar a dudas, el mejor antídoto contra la agresividad infantil.
Esto nada tiene que ver con permitir que los pequeños puedan hacer todo lo que se les antoje. Una educación excesivamente complaciente y permisiva resulta tan inapropiada y perjudicial para ellos como un ambiente demasiado rígido y autoritario que frustra constantemente todas sus expectativas.

Ser pacientes y comprensivos
Lo lógico es que el niño aprenda, poco a poco, a autocontrolarse, dominando sus impulsos agresivos y demostrando su hostilidad por cauces menos violentos. Pero esto solo podrá lograrlo si los padres están de su parte, acompañándole y apoyándole en todo momento.
El pequeño tiene todo el derecho del mundo a enfadarse y es normal que a su edad manifieste un comportamiento anárquico y desorganizado.
Si, a pesar de todo, el crío continúa invariablemente con sus ataques, estos se vuelven más frecuentes o empieza también a pegar a los padres sin motivo aparente, será preciso reflexionar sobre el origen de su actitud –un problema familiar, celos, tensiones en el hogar– y averiguar qué es lo que le hace sentirse inseguro o infeliz.
Jugar para canalizar las emociones
Algunas corrientes filosóficas y psicológicas sostienen que en todos nosotros existe un potencial de agresividad que puede manifestarse en edades tempranas ante situaciones hostiles. Pero este sentimiento es “neutralizado” por el amor que el niño recibe de su entorno, en especial de sus padres.
La educación también influye y, en este sentido, tan negativo es imponer a los niños unas restricciones muy severas, como ser indulgentes. Cuando sí hay que dejarles expresar libremente sus sentimientos es durante el juego. Si están alegres, abrazan, acarician y dan besitos a sus muñecos. Si están malhumorados, los golpean o muerden.
Es una forma normal de canalizar sus impulsos agresivos que los padres deben permitir.