Ha sido un día duro. Quizá no haya estado mal, pero llegas a casa con mil cosas pendientes por hacer en tu cabeza. Y tus peques ya están en casa, esperándote con toda su ilusión y su generosidad. Con los brazos abiertos para pegarte un buen abrazo. ¿Qué ocurre a continuación?
Hay días en los que ocurre lo esperable: ese abrazo se hace realidad y todo son risas, besos, cariño mutuo y alegría desbordada. Pero no siempre es así. Otras veces abres la puerta y no siempre tienes las mismas de un recibimiento así. Simplemente no estás de humor: estás triste, enfadado, cansado o agobiado. No por ellos, por supuesto, sino por tus circunstancias. Es completamente lícito y natural que así sea porque todos las tenemos.
Sin embargo, es importante para tus hijos (también lo es para ti por la inyección emocional que supone un buen abrazo con tus peques) que su madre y su padre siempre tengan ganas de ese abrazo. Aunque en realidad no sea así por el motivo que sea.
Lo es porque para ellos es uno de los momentos más ilusionantes del día. Y más cuando no ven lo que les gustaría a su figura materna o paterna. Así que es nuestra responsabilidad estar a la altura del momento. Por ello, los especialistas insisten tanto en dejar fuera de casa los problemas; que la puerta sea una barrera a aquellos que son ajenos al ámbito familiar, de manera que no sean un impedimento para estar al 100% con nuestros hijos el poquito rato que les vemos después del trabajo y hasta que se acuestan.
¿Y cómo se hace eso? Siempre que sea posible, y si es necesario, tómate el tiempo que requieras para respirar y tomar aire ya sea en el coche en el garaje o en la calle, y una vez encuentres el equilibrio y hayas aparcado los problemas, sube a casa, abre la puerta y se tan generoso con tus hijos como ellos lo son contigo al recibirte con los brazos abiertos de par en par y una sonrisa de oreja a oreja dibujada en su rostro.
¿Y con los demás?
Igual que no debemos obligar a los niños y niñas a darnos un beso si no les sale de dentro hacerlo, tampoco debemos exigirles que saluden de manera obligada a nadie por protocolo.
Lógicamente, hay matices en esta afirmación, y es bueno y necesario explicarles por qué nos saludamos. hay que poner en valor la buena educación y la empatía y el saludo es ambas cosas. Explicadles, por ejemplo, que es una manera de sacar sonrisas a los demás muy efectiva.
Pero no podemos pretender desde el minuto 1 que saluden por educación ya que ellos lo hacen de forma espontánea, desde el corazón. Cuando se alegran de ver a una persona o les resulta simpática, les sale de forma natural el saludo. Pero hay peques que son muy tímidos y lo pasan mal si tienen que saludar y a otros no les sale.
En estos casos, lo dicho: poco a poco, con comunicación fluida y ejemplos concretos aprovechando cada ocasión que el día a día os ponga a mano, predisponerles al saludo. Pero obligarlos en el momento en el que ocurre el encuentro con la otra persona no es la manera de conseguirlo.