Anteriormente te contamos cómo niños de tres años no les gusta que les digamos qué tienen que hacer. Das una orden sencilla y la respuesta es una negativa rotunda, una rabieta o directamente ignorarte mientras siguen construyendo una torre de bloques como si no hubieras hablado.
Ahora concretamente nos referimos a salir del parque para regresar a casa, dejar de leer o jugar para hacer otra cosa, pasar del desayuno al lavado de dientes, vestirse para irse a casa de la abuela... No importa si la nueva actividad es igual de divertida, lo que cuesta es dejar lo que están haciendo. No es una cuestión de testarudez, sino de desarrollo neurológico, y emocional, entre otros motivos. Todo esto que ocurre tiene que ver con las transiciones: la dificultad para pasar de una actividad a otra.
¿Qué es una transición y qué pasa durante su cabeza?
Imagina que estás viendo tu serie favorita y alguien te dice de repente que la dejes de ver para salir corriendo a hacer un trámite aburrido, sin aviso y sin tiempo para procesarlo. Pues algo así es lo que sienten muchos niños cuando se les pide cambiar de actividad bruscamente. Su cerebro aún está aprendiendo a pasar de un estado a otro, a regular las emociones y a conectar intención con acción. Lo que para un adulto es un cambio de plan, para un niño puede ser un gran problema, especialmente si están cansados hambrientos o sobreestimulados.
Además, para un adulto, cambiar de actividad es algo automático. Hay relojes, agendas, avisos del móvil y una planificación mental para moverse de una tarea a otra. En un niño es distinto, el cerebro infantil está en pleno proceso de desarrollo. No solo están aprendiendo a controlar sus emociones y su cuerpo, también están empezando a desarrollar la capacidad de cambiar de foco de atención. Por eso, al igual que los adultos, los niños también enfrentan transiciones constantemente, pero lo cierto es que no siempre todos la reciben con la misma sonrisa. Así que la resistencia o el clásico “ahora no” suele ser parte del menú.
El niño pequeño vive en el aquí y ahora, lo que está haciendo en ese preciso instante es todo su mundo en ese momento. Entonces, cuando alguien de la casa dice “vámonos al coche” lo que ellos escuchan o sienten es algo parecido a: “abandona tu mundo, tu momento y haz algo que tú no has elegido y no entiendes del todo por qué hay que hacerlo ya”.

Disposición “lenta para animarse”
Algunos niños, como explican varios expertos en desarrollo infantil, tienen un tipo de temperamento conocido como “lento para animarse”. Es decir, necesitan más tiempo para adaptarse a los cambios. Les cuesta dejar lo que están haciendo, sobre todo si están muy inmersos o lo siguiente que viene no les atrae tanto.
No es una cuestión de testarudez ni de rebeldía. Es una forma diferente de vivir las transiciones, a un ritmo más pausado o más observador. Algunos niños no se lanzan sin más, necesitan entender, prever y sentirse seguros antes de dar el siguiente paso. Ese paso no llega de repente o con prisas, porque si fuera así pueden reaccionar y desencadenar en respuestas como el enfado, angustia o desconexión total.

¿Y si el problema no es solo obedecer, sino cambiar?
De hecho, muchos berrinches o malos comportamientos que aparecen en casa o en la escuela no tienen tanto que ver con no querer hacer algo, sino con no saber cómo dejar lo que están haciendo y empezar otra cosa.
Esto se acentúa aún más en niños con TDAH, ansiedad o autismo, pero en realidad también puede estar presente en cualquier niño que no tenga diagnóstico ninguno y simplemente necesite ayuda para transitar de un estado a otro. Por eso, existen herramientas prácticas que pueden ayudar a hacer las transiciones más fáciles.
Las transiciones que sí funcionan. Algunas ideas
Como toda crianza, no hay fórmulas mágicas, aunque sí algunas ideas que pueden ayudar recomendadas por algunos expertos.
Las rutinas salvan vidas. ¡Y las mañanas!
Tener horarios y secuencias previsibles le da al niño una mayor seguridad. Si todos los días hace lo mismo antes de dormir, no necesita renegociar cada paso. Es estructura emocional.
Aviso con cuenta regresiva
Decir “Nos vamos en 10 minutos” es mejor que un “Vámonos ya”. Avisar con antelación, repetir la cuenta atrás y si es posible, acompañarlo con señales visuales como un reloj.
La música como puente
Las canciones ayudan a marcar momentos y pueden hacer que los cambios sean más lúdicos. Hay familias que usan la misma melodía para recoger los juguetes, para entrar en la ducha o para vestirse por las mañanas. ¡Y funciona!
Conectar antes de redirigir
Asegúrate de tener su atención antes de darle una indicación. Por ejemplo, puedes bajar a su altura, tocarle suavemente el hombro o simplemente prueba a mirarle a los ojos. Aunque a veces pueda resultar más tentador, gritar desde otra habitación no suele ser muy efectivo.
Visuales, cronómetros y desafíos
Para algunos niños, especialmente los que son muy visuales, los pictogramas o los cronómetros pueden ser aliados. También puedes probar a retarle con un desafío: ¿Crees que puedes estar vestido antes de un momento específico o que termine una canción…?
Validar lo que sienten, aunque no siempre lo entiendas del todo
“Sé que te cuesta dejar el juego, pero podemos seguir otro rato mañana” puede ser una forma de validar lo que sienten y comprenderles mejor.
Y sí, mudarse, empezar en otra escuela o adaptarse a la llegada de un nuevo hermanito también son transiciones importantes. Explícale con claridad qué ocurrirá e invítalo en pequeñas decisiones. Mantén, dentro de lo posible, que su rutina sea estable.
Y recuerda que la paciencia también debe acompañar. Los adultos también sentimos el peso de las transiciones: el fin de las vacaciones, la vuelta a la rutina, la carrera por llegar a todo. Si a nosotros ya nos cuesta… ¡Imagina a un niño que no sabe ni la hora del reloj! En ocasiones, tendremos que confiar en que cada niño tiene su ritmo y que lo importante no es que se adapte rápido, sino que se sienta seguro.
