Cuando hablamos de educar con inteligencia emocional, solemos pensar en técnicas complejas, meditaciones profundas o herramientas reservadas para adultos entrenados. Pero hay algo mucho más accesible y tremendamente efectivo que podemos introducir desde la infancia: la visualización. Esta técnica, más habitual en contextos deportivos o de alto rendimiento, puede convertirse en una aliada también en la crianza, especialmente cuando queremos enseñar a nuestros hijos e hijas —y a nosotros mismos— a gestionar los enfados de una forma más serena y constructiva, de forma consciente también.
No se trata de imaginar paisajes bucólicos ni de evadirse de la realidad. Visualizar implica entrenar al cerebro para responder de una manera diferente, más alineada con lo que deseamos. Es, en realidad, una efectiva técnica de controlar la ira. Y como todo lo que se puede entrenar en la vida, cuanto antes se empiece, mejor.
Aunque parezca increíble, nuestro cerebro no distingue del todo entre lo que vemos con los ojos y lo que visualizamos con la mente. Esto significa que cuando imaginamos una respuesta calmada frente a un conflicto, el cuerpo y la mente comienzan a aprender esa nueva reacción, aunque no se haya dado aún en la vida real.

Una herramienta práctica desde el día uno
La visualización es una herramienta útil desde el primer día, incluso antes de la crianza, porque puede aplicarse tanto a nosotros (ojo, también es importante aclarar, que, a veces, enfadarse con los hijos puede estar bien) como a nuestros hijos e hijas.
Con ellos y ellas, en lugar de esperar a que gestionen el enfado de manera ideal desde el primer intento, podemos animarlos a imaginar cómo les gustaría actuar la próxima vez que se sientan desbordados. Visualizarse hablando en un tono más tranquilo, respirando antes de responder, o pidiendo ayuda si sienten que no pueden solos, no solo los entrena, sino que también les da una sensación de agencia y control sobre sus emociones.
La experta en inteligencia emocional Aída Martínez Gómez-Lobo lo explica al detalle en su libro Descifrando el enfado, donde cuenta cómo la visualización se puede convertir en una herramiento clave a lo largo del proceso de transformación emocional. Según su experiencia, la técnica no es un parche puntual, sino una forma de acompañarnos en cada etapa del cambio. Es una forma eficaz de gestionar el enfado que les servirá, por ejemplo, cuando lleguen a la adolescencia.
Al principio, puede que los enfados sigan llegando con la misma intensidad. La diferencia es que, tras ese estallido, algo empieza a moverse: somos capaces de reconocer que no hemos actuado como deseábamos. Esa consciencia ya es el primer paso. Luego, si en vez de quedarnos en la culpa damos el salto a la visualización —es decir, nos imaginamos respondiendo de otra forma—, comenzamos a preparar a nuestro sistema nervioso para actuar de manera distinta la próxima vez.

Este proceso se parece mucho al aprendizaje motor de cualquier habilidad: repetimos mentalmente una acción para reforzarla, y poco a poco empezamos a aplicarla en el mundo real. Lo maravilloso es que, con el tiempo, llega un momento en que no necesitamos imaginarnos reaccionando mejor, porque ya lo hacemos de forma natural. Esa es la etapa en la que la gestión emocional deja de requerir tanto esfuerzo consciente y empieza a fluir con más espontaneidad.
Y aquí es donde podemos sembrar algo valioso en nuestros hijos e hijas. Mostrarles que enfadarse no es malo, pero que tienen opciones. Que hay herramientas, como la visualización, que les permiten construir una forma de responder que no les haga daño ni a ellos ni a los demás. Porque si desde pequeños aprenden que pueden anticiparse mentalmente a una mejor reacción, estarán desarrollando una de las competencias más importantes para su bienestar: la capacidad de elegir cómo responder en medio del caos.
En un mundo que a menudo premia la inmediatez, enseñarles a parar, imaginar y elegir es, sin duda, un regalo que les acompañará toda la vida. Y todo empieza por visualizar. Quizá pueden serte de ayuda estas frases para cuando los niños estén muy enfadados.

Las cuatro etapas del cambio emocional
En educación, se habla de cuatro etapas del proceso de cambio emocional: así se pasa de la reacción automática al autocontrol natural gracias a trabajar el concepto de visualización que ya hemos visto que eficaz en la crianza desde el primer día.
Incompetencia inconsciente
Desconexión total. No se percibe que haya un problema; el enfado se vive como inevitable.
Incompetencia consciente
Despertar tras el estallido. La consciencia aparece justo después de reaccionar mal, cuando ya es tarde.
Competencia inconsciente
Alerta interna antes de actuar. Se reconoce el impulso, pero ya se empieza a tener margen para decidir.
Competencia consciente
Respuesta nueva, sin esfuerzo. Las situaciones antes conflictivas se afrontan con calma sin pensarlo demasiado.
Referencias
- Martínez Gómez-Lobo, Aída. Descifrando el enfado, 2021.