Los tres años son un punto de inflexión en la relación de los niños y niñas con la Navidad. Hasta esta edad, la verdad es que ni les va ni les viene. No entienden realmente lo que ocurre, y simplemente se dejan llevar por lo que ven a su alrededor y en los adultos que les rodean. Puede que llamen su atención las luces, o los regalos, pero somos los mayores los que enfatizamos estos momentos, los que con nuestros “¡oooohhhhh¡”, “aaaaalaaaaaaa” y demás onomatopeyas hacemos ver que al peque le gusta la Navidad tanto como a nosotros.
Sin embargo, a partir de los tres años la cosa cambia de verdad. No tanto porque se acuerden de lo vivido en navidades pasadas, cosa que no ocurre, sino por el cambio que han experimentado cuando alcanzan esta edad. Y es que a los tres años el niño o la niña ha empezado a desarrollar el juego simbólico; es decir, a disfrutar interpretando lo que no está. Y la carga simbólica de la Navidad es altísima. No en vano se representa socialmente con un Belén en cada esquina, un banquete en cada casa, luces por todas partes, reuniones familiares especiales… y qué decir de la última gran representación, la del 5 enero con la cabalgata de Reyes. ¡Es como un juego simbólico en el que participan todos!
A esta evolución y nivel de desarrollo que los peques alcanzan sobre los tres años de edad hay que añadir otros factores secundarios que tienen su cuota de responsabilidad en el hecho de que los niños y niñas disfruten en plenitud de la Navidad a partir de esta edad. Es el caso de la flexibilidad en rutinas y horarios, cosa impensable cuando son bebés, donde cualquier cambio de horario puede afectarles muchísimo en un sentido negativo.
A partir de los tres años, tampoco les convienen los cambios drásticos, pero es indiscutible que tienen más aguante, que llevan mejor las excepciones y que son mejores las resacas de días en los que no han seguido un horario o hábitos habituales. Por lo tanto, a partir de los tres años, los niños tienen edad de sobra para disfrutar del abandono de las rutinas sin que les suponga un descalabro, siempre con control.
Esto no quiere decir, de todos modos, que todos los peques vayan a llevar bien las celebraciones navideñas y los grandes cambios a los tres años. No tiene por qué. Hay muchos, por ejemplo, que se abruman con los macroencuentros familiares típicos de Nochebuena, Navidad, Nochevieja y Año Nuevo. En cambio, a otros peques les ayudan a descubrir una nueva esfera de interrelación entre las personas…
En cualquier caso, la experiencia de tener una familia más extensa les aporta una profunda sensación de seguridad y protección. Es un paso más allá de papá y mamá, o de las relaciones que han establecido en el cole. Y en Navidad experimentan esta sensación en varias ocasiones consecutivas si sois de los que os juntáis muchas personas en las fechas navideñas señaladas. A medida que aprenden a manejarse en grupos grandes, los peques se sienten felices rodeado de los suyos y van desarrollando el sentimiento de pertenecer a un grupo más amplio. La Navidad es una oportunidad en este sentido a partir de los tres años.

Y a todo lo citado hay que sumar el factor extra decisivo: los regalos. Aunque todavía no tendrán todas consigo, a los tres años ya podéis anticipar la magia de los regalos. Serán capaces de entender el concepto y podrán hacer una pequeña lista de deseos. Y si no es así, disfrutarán de las sorpresas que les hayáis preparado porque en los días previos habrán podido anticipar, aunque sea a su manera, lo que va a ocurrir en los próximos días.
Los regalos, ya sean con la llegada de Papá Noel, el Olentzero o los Reyes Magos, son una oportunidad también para que pongan en práctica actitudes y hábitos positivos como la paciencia y la empatía. Será responsabilidad vuestra aprovechar o no la ocasión que se os presenta cada Navidad a partir de los tres años de vuestro hijo o hija.
Recordad, en este sentido, lo que nos advierten siempre que pueden los expertos: el empacho del día de Reyes puede ser monumental. Si se encuentran con muchas cosas se bloquean, incluso pueden sentirse abatidos ante tantos estímulos. Y si les acostumbráis a tener pocos (pero buenos) regalos desde pequeños en Navidad, estaréis obrando en su beneficio porque quizá quieran muchas cosas con cinco, seis o siete años, pero a los tres o cuatro años son felices con eso que tanto desean, que no suele ser más de una o dos regalos.